EL SEÑOR PUSO SU TRONO EN EL SENO DE MARÍA



Los predestinados tienen gran confianza en la bondad y poder de María, su bondadosa Madre. 
Reclaman sin cesar su socorro. La miran como su estrella polar, para llegar a buen puerto. 
Le manifiestan sus penas y necesidades con toda la sinceridad del corazón.
Se acogen a los pechos de su misericordia y dulzura para obtener por su intercesión el perdón de sus pecados o saborear, en medio de las penas y sequedades, sus dulzuras maternales. Se arrojan, esconden y pierden de manera maravillosa en su seno amoroso y virginal, para ser allí inflamados en amor puro, ser allí purificados de las menores manchas y encontrar allí plenamente a Jesucristo, que reside en María como en su trono más glorioso.

¡Oh! ¡Qué felicidad! “No creas –dice el abad Guerrico– que es mayor felicidad habitar en el seno de Abrahán que en el de María, dado que el Señor puso en éste su trono”.

(Tratado de la Verdadera Devoción a María, San Luis Mª de
Montfort)

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