LA ASOMBROSA BILOCACIÓN DEL PADRE PÍO


En el convento de San Elías de Pennisi, San Pio de Pietrelcina experimentó por primera vez el fenómeno de la bilocación. La noche del 18 de enero de 1905, mientras se encontraba en el coro, recogido en profunda oración, se sintió trasladado a una casa señorial de la ciudad de Údine, donde estaba muriéndose un hombre y naciendo una niña.

El caso curioso fue narrado por el mismo religioso que, por obediencia lo puso por escrito y, después de muchos años, por la joven que entonces había nacido.

"Hace días- escribe Fray Pío- me pasó algo insospechado: Mientras me encontraba en el coro con Fray Atanasio, eran como las 23 horas del 18 de este mes, me encontré en una casa señorial donde moría un papá mientras nacía una niña. Se me apareció entonces la Santísima Virgen que me dijo: ‘Te confío esta criatura, es una piedra preciosa en su estado bruto. Trabájala, límpiala, hazla lo más brillante posible, porque un día quiero usarla para adornarme…’ 

Le contesté a la Virgen: ‘¿Cómo podría ser posible, si yo soy todavía un estudiante y no sé si un día podré tener la suerte y la alegría de ser sacerdote? Y aunque llegue a ser sacerdote, ¿cómo podré ocuparme de esta niña, viviendo yo tan lejos de aquí?’ La Virgen me respondió: ‘No dudes. Será ella quien irá a buscarte, pero antes la encontrarás en la Basílica de San Pedro en Roma’. Después de esto… me encontré otra vez en el coro".

Este escrito fue cuidadosamente guardado por el director espiritual del Padre Pío, el padre Agustín de San Marco en Lamis. La niña de la que se habla en el escrito se llama Giovanna Rizzani. Su Papá estaba inscrito en la Masonería. Durante su última enfermedad, su lujosa residencia fue rigurosamente vigilada día y noche por los masones, situada en la calle Tiberio de Ciani No. 33 de la ciudad italiana de Údine. Esto, para impedir el paso de cualquier sacerdote.

Horas antes de morir, su esposa Leonilde- que era muy religiosa- estaba cerca del lecho del moribundo recogida en oración y lágrimas. De repente vio salir de la recámara y alejarse por el pasillo a un fraile capuchino. Se levantó enseguida, lo llamó y lo siguió mientras el fraile desaparecía.

La señora estaba extremadamente angustiada pensando en su esposo que se moría sin los auxilios religiosos. En aquel momento, oyó gemir al perro que estaba amarrado en el jardín de la casa, como si el animal percibiera la muerte ya próxima del amo. La señora, no aguantando el gemido del perro, fue a soltarlo.  En esos momentos sintió los dolores del parto y allí mismo dio a luz a una niña. El administrador de la casa corrió para ayudarle. De lejos vieron la escena los dos masones que vigilaban la entrada y también el párroco que quería entrar a la casa para auxiliar al moribundo.

El administrador, después de que ayudó a la señora a alcanzar la recámara, bajó indignado contra los masones que impedían el paso al sacerdote y les gritó: "Dejen entrar al padre. Ustedes pueden impedirle que asista al moribundo, pero no tienen derecho a impedirle que vaya a bautizar a la niña que acaba de nacer prematuramente".

Fue así como se dejó pasar al sacerdote, que además de bautizar a la niña, administró los últimos sacramentos al moribundo arrepentido.

A la muerte del señor Juan Bautista Rizzani, la joven viuda se trasladó a Roma con sus padres. Allí, la pequeña Giovanna creció educada cristianamente.

Una tarde del verano de 1922 Giovanna, ya convertida en adolescente, se dirigió a la Basílica de San Pedro para confesarse. No se veía sacerdote alguno en los confesionarios, pero de improviso se le cruza un joven sacerdote capuchino quien bajo la petición de Giovanna acepta confesarla.

Ingresó, recuerda la chica, en el segundo confesionario, situado a la izquierda, entrando a la Basílica. Al finalizar la confesión… “lo esperaba para besarle la mano. Pero del confesionario no salió nadie, ¡porque no había nadie!”.

(Ni en 1905 u otro año, estuvo padre Pío en Udine, cerca de Venecia. Tampoco en 1922 salió ni un solo día de San Giovanni Rotondo).

En sus vacaciones de verano de 1923, narra Giovanna, fue con una tía y dos amigas a San Giovanni Rotondo, para conocer al sacerdote de quien tanto se comentaba, Padre Pío. Era el atardecer. El corredor que llevaba de la antigua sacristía a la clausura del convento estaba abarrotado de gente, pero Giovanna se encontraba en primera fila. El Padre Pío, al pasar, la miró y le dijo: “Yo te conozco, naciste el día en que murió tu padre”, y le dio a besar la mano, bendiciéndola.

Al día siguiente, en el confesionario, lo oyó decir: “¡Hija mía, por fin estás aquí! Hace años que te estoy esperando…”.

Giovanna respondió: “Padre ¿qué quiere de mí? Yo no lo conozco. Es la primera vez que vengo a S. Giovanni Rotondo. Acompaño a mi tía. Quizás está en un error, me confundió con otra muchacha”. “No, no me equivoco -le respondió el Padre Pío- ni te confundo con otra muchacha. Tú ya me conoces. Me encontraste el año pasado en la Basílica de San Pedro en Roma”.

Ante el asombro de Giovanna, ella recuerda que el padre le explicó que aquel confesor en el Vaticano era él. Luego para su asombro le habló de la encomienda que sobre ella recibió mientras estuvo presente durante la muerte de su padre… “Fuiste confiada a mi cuidado por la Santísima Virgen María”, fueron las palabras del santo sacerdote.

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