Dios mío y mi todo, bien veo que, a pesar de mis ingratitudes y negligencias en vuestro servicio, seguís convidándome con vuestro amor. Aquí me tenéis; ya no quiero resistir más; quiero abandonarlo todo para dedicarme por completo a vos.
No quiero ya vivir para mí mismo, pues mucho es lo que me habéis obligado a amaros. Mi alma se ha enamorado de vos, Jesús mío, y por vos sólo suspira.
Y ¿cómo podría amar otra cosa después de haberos visto morir de dolor en una cruz para salvarme? ¿Cómo podría contemplaros muerto, acabado de dolores, y no amaros con todo mi corazón?
Os amo, sí, querido Redentor mío; os amo con toda mi alma y no deseo más que amaros en esta y en la otra vida.
Amor mío, esperanza mía, fortaleza mía, consuelo mío, dadme fuerza para seros fiel; dadme luces para que vea qué debo hacer para sacrificarlo todo y dadme fortaleza para que os obedezca en todo.
¡Oh amor del alma mía!, me ofrezco todo a vos para satisfacer el deseo que tenéis de uniros a mí, para que yo pueda unirme del todo con vos, Dios mío y mi todo. Venid, pues, por favor, Jesús mío, y tomad posesión de mí, de todos mis pensamientos y de todos mis afectos.
Renuncio a todas mis aficiones, a todos mis consuelos y a todo lo criado, pues vos sólo me bastáis.
Dadme la gracia de no pensar sino en vos, no desear más que a vos, no buscar más que a vos, mi amado y mi único bien.
¡Oh María, Madre de Dios!, alcanzadme la santa perseverancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario