El alma en el purgatorio experimente un ansia que es una amorosa presión divina, el alma siente el amor de Dios que la rodea. También en esto se ve una dulcísima odisea de amor que para el alma es pena y purificación de amor.
Explicamos con un ejemplo.
Un hombre está invitado a una fiesta, donde sabe que será atendido con amor, pero se ha retrasado, se distrajo en cosas fútiles, todo por su culpa, se ha dejado vencer por la pasión de un juego, por la distracción de una curiosidad, por pequeños actos de gula. De repente se estremece y se da prisa para reparar su atraso… Pero, es una pena, porque siente los sonidos lejanos de la fiesta ya comenzada, corre, pero el camino le parece interminable; mira la hora, pensando a qué hora le habían invitado y considera y siente la ansiedad afectuosa de quién lo espera. Avanza, tratando de apurar todavía más el paso, pero el pie resbala… busca ayuda, y se alegra cuando una persona amiga le viene al encuentro y le ofrece un lugar en su automóvil (las oraciones y sufragios de los que rezan por las almas del purgatorio).
Finalmente, se le ve llegar apurado desde la última escala que ha subido jadeando, arrepentido por la negligencia culpable que ha tenido.
El jadeo y el arrepentimiento son como la última purificación que lo hace aceptable y su carrera afanosa termina con el abrazo y con el beso del Señor que lo ha invitado. Su negligencia fue pagada por la última ansia que tuvo, motivada por la percepción lejana de la esplendida fiesta y por la espera de quien lo había invitado.
(El Purgatorio, Padre Dolindo Ruotolo)
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