Angostos son el camino y la senda, y estrecha la puerta por la que se va y se entra en la vida, y son pocos los que caminan y entran por ella y, si hay algunos que por un cierto tiempo van por ellos, son poquísimos los que perseveran.
Bienaventurados, pues, aquellos a los que se les ha dado caminar por ella y perseverar hasta el fin.
Estemos atentos, por tanto, para que, si hemos entrado por el camino del Señor, de ningún modo nos apartemos jamás de él por nuestra culpa e ignorancia, no sea que injuriemos a tan gran Señor y a su Madre la Virgen y a nuestro bienaventurado padre Francisco, a la Iglesia triunfante y también a la militante.
Pues escrito está: Malditos los que se apartan de tus mandatos (Sal 118,21). Por eso, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo para que, por los méritos de la gloriosa Virgen santa María, su Madre, y de nuestro beatísimo padre Francisco y de todos los santos, el mismo Señor que inició en nosotros la obra buena, nos dé también el incremento y la perseverancia final. Amén.
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