La Eucaristía es la vida de todos los pueblos. La Eucaristía les proporciona un principio de vida. Todos pueden reunirse sin ninguna barrera de raza o de lengua para celebrar las sagradas fiestas de la Iglesia. La Eucaristía les da la ley de la vida, en la que prevalece la caridad, de la cual este sacramento es la fuente; por esta razón forma entre ellos un lazo común, una especie de parentesco cristiano. Todos comen del mismo pan, todos son convidados de Jesucristo, que crea entre ellos sobrenaturalmente una simpatía de costumbres fraternales. Leed los Hechos de los Apóstoles, que afirman que la muchedumbre de los primeros cristianos, judíos conversos y paganos bautizados, originarios de diversas regiones, tenían un sólo corazón y una sola alma (Hech 4,32). ¿Por qué? Porque eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y perseveraban en la fracción del pan.
Sí, la Eucaristía es la vida de las almas y de las sociedades humanas. Como el sol es la vida de los cuerpos y de la tierra. Sin el sol la tierra sería estéril, es él quien la fecunda, la embellece y hace rica; es él quien da a los cuerpos la agilidad, la fuerza y la belleza. Ante tales efectos prodigiosos, no es extraño que los paganos le hayan adorado como el dios del mundo. En efecto, el astro del día obedece a un Sol supremo, al Verbo divino, a Jesucristo, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y que, por la Eucaristía, Sacramento de vida, actúa personalmente, en lo más íntimo de las almas, para formar así familias y pueblos cristianos. ¡Oh dichosa y mil veces dichosa, el alma que ha encontrado este tesoro escondido, que va a beber a esta fuente de agua viva, que come a menudo este Pan de vida eterna!
La comunidad cristiana es, sobre todo, una familia. El vínculo entre sus miembros es Jesús-Eucaristía. Él es el padre que ha preparado la mesa familiar. La fraternidad cristiana ha sido promulgada en la Cena por la paternidad de Jesucristo. Él llama a sus Apóstoles «hijitos míos» es decir, mis niños, y les manda que se amen los unos a los otros como Él los amó.
En la mesa santa todos son hijos, que reciben el mismo alimento y san Pablo saca la consecuencia de que forman una sola familia, un mismo cuerpo, pues todos participan de un mismo pan, que es Jesucristo. Finalmente, la Eucaristía da a la comunidad cristiana la fuerza para practicar la ley de honrar y amar al prójimo. Jesucristo quiere que se honre y ame a los hermanos. Por esto se personifica en ellos: «cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40); y se da a cada uno en Comunión.
(San Pedro Julián Eymard, presbítero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario