CANTOS, POESÍAS Y PENSAMIENTOS DE SANTA MARÍA DE JESÚS CRUCIFICADO (Mariam Baouardy)

 


Cántico al Amor


¡Al Amor, mi Amor,
venid, adorémosle!
Adoremos la Trinidad que es un solo Dios.
¡Oh misterio incomprensible!
¡Oh Tres inmensos que hacen Uno solo!
Su bondad en paternal 
para aquellos que le buscan:
¡Venid, adorémosle!


Acción de gracias


Salud, salud, rayo de luz
que me descubres a mi amado Salvador.
Mi corazón late, mi espíritu se siente arrebatado 
en Dios mi Salvador…
El muro tan alto ha caído, 
la cadena de hierro de mi cuello
ha caído hecha polvo en el nombre del Señor…
Mi corazón late y mi espíritu se siente arrebatado.


Canto a la cruz


¡Salve, salve, árbol bendito 
que nos das el fruto de la vida!
Sobre tus hojas veo escritas estas palabras:
¡Nada temas!
Tu verdor dice: espera.
Tus ramas me dicen: caridad.
Y tu sombra me dice: humildad.
¡Salve, salve, árbol bendito 
En ti encuentro el fruto de la vida!
A tus pies quiero morir.


María, Madre de la resurrección


A los pies de María, mi madre querida, 
he reencontrado la vida.
Decís que yo soy una huerfanita, 
pero mirad: Tengo una madre en lo más alto del cielo.
¡Dichosos los hijos de tal madre!
María me llama
y en este monasterio yo quedaré para siempre,
a los pies de María, donde encontré la vida.


Canto a la muerte


Muerte, ¡último cumplimiento de la vida!
Muerte mía, ¡ven y háblame bajo!
Día tras día he velado esperándote 
y por ti he sufrido la alegría y el martirio de la vida.
Cuanto soy, tengo, espero y amo 
ha corrido siempre hacia ti en un profundo misterio.
Mírame una vez más
y mi vida será tuya para siempre.
Las flores están ya enlazadas
y lista la guirnalda para el esposo.
Será la boda y la novia dejará la casa 
y sola, en la noche solitaria,
encontrará a su Señor.

Salmo de confianza

Señor, soy el pollito que atrapa el milano;
le picotea en la cabeza para aplastársela;
pero el pobre pequeñuelo huye
y se cobija bajo el ala de su madre para estar seguro.
Corrí hacia mi Padre y mi Rey, que vino hacia mí.
Me sentí como si fuera un pollito bajo el ala de su madre.

Salmo de contemplación

¿Con qué puedo compararme, Señor?
con los pajaritos sin plumas en el nido;
si el padre y la madre no les dan su alimento,
mueren de hambre.
Así mi alma, Señor, sin Ti
no tiene apoyo, no puede vivir.

¿Con qué me compararé, Señor?
Con un pequeño grano de trigo, sepultado en tierra.
si el rocío no lo alimenta
y el sol no lo calienta
el grano se marchita y muere.
Pero si Tú lo regalas
con la dulzura del rocío y el calor de tu Sol,
de la pequeña semilla
plena de linfa y de vigor
brotarán raíces
y germinará un tallo fuerte
y abundante de frutos.

¿Con qué me compararé, Señor?
Con una rosa cortada
que al instante se marchita
y pierde su aroma,
pero unida a su tallo
permanece fresca y brillante,
intacta en su aroma.

¡Guárdame en Ti, Señor,
y comunícame tu Vida!

¿Con qué Te compararé, Señor?
Con la paloma que proporciona alimento a sus pequeños,
con una tierna madre
que alimenta a su criatura.

Salmo penitencial

Señor, mi tierra es árida y está quemada,
báñame con tu escarcha.
Mi carne va en corrupción
y mis pies no pueden sostenerme
ni mis manos moverse.
Mis nervios paralizados,
mis huesos secos
y la médula de mis huesos
es como humo contaminado;
pero yo confío en tu misericordia.

Súplica

Espíritu Santo, inspiradme;
Amor de Dios, consumidme;
al verdadero camino, conducidme.

María, Madre mía, miradme,
con Jesús, bendecidme;
de todo mal, de toda ilusión,
de todo peligro, preservadme.

Cántico de las alas

Me agarro a las alas de mi Salvador.
Veo toda la tierra;
me llama bienaventurada.
¡Oh qué dul­ce es perteneceros!
¡Oh mi Salvador!
Tu nombre es grande, lle­na los cielos.
Todo le alaba y se llena de gozo en su presencia.

Mis alas volanderas
es mi Salvador quien me las ha dado
Su mirada se ha compadecido de mi alma.
Él me dio las alas con que volar.
Yo estaba hundida en el abismo
y de allí me ha sacado el Señor.
Desde aquel día mi morada
es su seno para siempre.
¡Dichoso el día que jamás termina!

El Señor me ha recibido en su patria.
¿Qué decís vosotros, habitantes de la tierra?
Él me dio alas para volar,
Él me da mil flores
para sembrar en la ruta que veo;
me ha puesto entre las manos una canasta de flores.
Todos los amigos pueden recibirlas.
A lo largo del camino he sembrado.
Los amigos y enemigos se apresuran para llevarse algunas.

Él me dio alas para volar
y la canasta de flores sobre las rodillas.
El cielo y la tierra,
todo sonreía con su inmaculada sonrisa...




𝐏𝐞𝐧𝐬𝐚𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐌𝐚𝐫𝛊́𝐚 𝐝𝐞 𝐉𝐞𝐬𝐮́𝐬 𝐂𝐫𝐮𝐜𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐝𝐨 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐠𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐜𝐮𝐚𝐝𝐞𝐫𝐧𝐢𝐥𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐫 𝐬𝐮𝐬 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐚𝐬 𝐜𝐚𝐫𝐦𝐞𝐥𝐢𝐭𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐜𝐚𝐥𝐳𝐚𝐬. 𝐄𝐥𝐥𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐱𝐩𝐫𝐞𝐬𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐧 𝐯𝐨𝐳 𝐚𝐥𝐭𝐚 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐧 𝐞́𝐱𝐭𝐚𝐬𝐢𝐬 𝐲 𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐧𝛊́𝐚𝐧 𝐩𝐨𝐫 𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐭𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐬𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐞𝐫𝐚𝐧
- Un día, sor María estaba tan maravillosamente extasiada que ya no se contenía y bailaba delante del sagrario, llamando a Jesús: «Simiente querida». Decía: «Simiente querida, ¡tú vienes todos los días a mí!... David bailaba delante del arca, ¡y yo bailo delante del sagrario! El Amor está ahí, el Amor está ahí. ¡El sagrario es más que el arca de la alianza!»
- «Todos aman al rico, le honran. El pobre es despreciado, no tiene nada pero si él es humilde… ¿A quién honra el Señor? ¡A la humildad! La humildad es dichosa, la humildad es feliz, está bien en todas partes, la humildad está satisfecha con todo. La humildad lleva en su corazón al Señor dondequiera que se halle. El orgullo deja todo fuera de sí, todo le aburre, le enfada, le decae. Todo indigna y todo aflige al orgullo; tiene angustia en este mundo y en el otro. ¡La humildad es el reino del corazón de Dios! Hay que trabajar para conseguirla, hay que sembrarla, para que Dios la dé. No solo hay que decir: “Dámela, Señor”, sino que hay que sembrarla y trabajarla».
- «El Señor me ha hecho ver el infierno y me ha dicho: “En el infierno hay todo tipo de virtudes, pero no hay humildad: y en el cielo, hay toda clase de defectos, pero no hay orgullo”. Es decir, Dios perdona todo a un alma humilde y no da importancia a la virtud que carece de humildad».
- «El Señor dice: “Estaré con los pequeños, no me gustan los grandes y no permitiré que los grandes habiten en mi casa”».
- «El ego pierde al mundo. Aquellos que ensalzan su ego llevan la tristeza y la angustia con ellos a todas partes. No podemos tener juntos a Dios y a nuestro ego… Si pensamos tanto en nosotros mismos no tenemos a Dios y, si tenemos a Dios, no tenemos el yo… No tenéis dos corazones, solo poseéis uno… Todo es éxito para aquel que no se fija mucho en sí mismo, todo le llena de dicha… Donde está el "yo", no hay humildad, ni dulzura, ni virtud alguna, y aunque rece o suplique, sus rezos no ascienden y no llegan a Dios… Aquel que no es egoísta tiene todas las virtudes, la paz y la dicha».
- «El Señor dice: “Si alguna vez falláis, humillaos rápidamente, el Señor os perdonará; pero si acusáis al prójimo, Dios no perdona”. Me gustaría que, antes de decir algo contra el prójimo, pusiéramos la mano en el fuego».

CANTOS A LA VIRGEN MARÍA

 


TU ERES DEL SEÑOR
Eres tan sencilla como luz de
amanecer, eres tú, María,
fortaleza de mi fe. Tú eres
flor, eres del Señor, te dejas
acariciar por su amor. 

Eres tan humilde como el vuelo de
un gorrión, eres tú, María, el
regazo del amor. Tú eres
flor, eres del Señor, te dejas
acariciar por su amor.

YO QUIERO ESTAR EN LAS
MANOS DEL SEÑOR, COMO TÚ
PARA AMAR, EN LAS MANOS DEL
SEÑOR, COMO TÚ, COMO TÚ,
COMO TÚ.

Eres tan pequeña como el canto de
mi voz, eres la grandeza de aquel que
te modeló. Tú eres flor, eres del Señor,
te dejas acariciar por su amor.

Eres tan hermosa como el cielo, como el
mar, eres tú, María, como el gozo de soñar.
Tú eres flor, eres del Señor, te dejas
acariciar por su amor.

YO QUIERO ESTAR EN LAS
MANOS DEL SEÑOR, COMO TÚ
PARA AMAR, EN LAS MANOS DEL
SEÑOR, COMO TÚ, COMO TÚ,
COMO TÚ.

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MIENTRAS RECORRES LA VIDA

Mientras recorres la vida,
tú nunca solo estás,
contigo por el camino,
Santa María va.

Coro:  Ven con nosotros a caminar,
Santa María, ven. (bis)

Aunque te digan algunos,
que nada puede cambiar,
lucha por un mundo nuevo,
lucha por la verdad.

Coro:  Ven con nosotros a caminar,
Santa María, ven. (bis)

Si por el mundo los hombres,
sin conocerse van,
no niegues nunca tu mano,
al que contigo está.

Coro:  Ven con nosotros a caminar,
Santa María, ven. (bis)

Aunque parezcan tus pasos,
inútil caminar,
tú vas haciendo caminos,
otros los seguirán.

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HOY HE VUELTO

Cuántas veces siendo niño te recé

Con mis besos te decía que te amaba

Poco a poco con el tiempo, olvidándome de Ti

Por caminos que se alejan me perdí

Por caminos que se alejan me perdí.


Hoy he vuelto, Madre, a recordar

Cuántas cosas dije ante tu altar

Y al rezarte puedo comprender

Que una Madre no se cansa de esperar

Que una Madre no se cansa de esperar.


Al regreso, me encendías una luz

Sonriendo desde lejos me esperabas

En la mesa, la comida aún caliente y el mantel

Y en tu abrazo, mi alegría de volver

Y en tu abrazo, mi alegría de volver.


Hoy he vuelto, Madre, a recordar

Cuántas cosas dije ante tu altar

Y al rezarte puedo comprender

Que una Madre no se cansa de esperar

Que una Madre no se cansa de esperar.


Aunque el hijo se alejará del hogar

Una madre siempre espera su regreso

El regalo más hermoso que a los hijos da el Señor

Que es la madre y el milagro de su amor

Que es la madre y el milagro de su amor.


Hoy he vuelto, Madre, a recordar

Cuántas cosas dije ante tu altar

Y al rezarte puedo comprender

Que una Madre no se cansa de esperar

Que una Madre no se cansa de esperar.


Hoy he vuelto, Madre, a recordar

Cuántas cosas dije ante tu altar

Y al rezarte puedo comprender

Que una Madre no se cansa de esperar

Que una Madre no se cansa de esperar

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QUIERO DECIR QUE SÍ

Quiero decir que sí, como tú, María

Como tú un día, como tú, María

Quiero decir que sí

Quiero decir que sí

Quiero decir que sí

Quiero decir que sí

Quiero negarme a mí, como tú, María

Como tú un día, como tú María

Quiero negarme a mí

Quiero negarme a mí

Quiero negarme a mí

Quiero negarme a mí

Quiero seguirle a él, como tú, María

Como tú un día, como tú María

Quiero seguirle a él

Quiero seguirle a él

Quiero seguirle a él

Quiero entregarme a él, como tú, María

Como tú un día, como tú, María

Quiero entregarme a él

Quiero entregarme a él

Quiero entregarme a él

Quiero entregarme a él

Quiero decir que sí

Quiero decir que sí

Quiero decir

Quiero decir que sí

Writer(s): Luis Alfredo Diaz Britos

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MADRE DE LOS POBRES

Madre de los pobres,
los humildes y sencillos,
de los tristes y los niños
que confían siempre en Dios.

Tú, la más pobre, porque nada ambicionaste,
tú, perseguida, vas huyendo de Belén,
tú, que un pesebre ofreciste al rey del cielo,
toda tu riqueza fue tenerlo sólo a Él.

Tú, que en sus manos sin temor te abandonaste,
tú, que aceptaste ser la esclava del Señor,
vas entonando un poema de alegría:
“canta alma mía, porque Dios me engrandeció”.

Tú, que has vivido el dolor y la pobreza,
tú, que has sufrido en las noches sin hogar,
tú, que eres la madre de los pobres y olvidados,
eres el consuelo del que reza en su llorar.

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JUNTO A TI, MARÍA

Junto a tí, María
como un niño quiero estar
Tómame en tus brazos
Guíame en mí caminar.

Quiero que me eduques
Que me enseñes a rezar
Hazme transparente
Lléname de paz.

Madre, Madre
Madre, Madre
Madre, Madre
Madre, Madre

Gracias, Madre mía
Por llevarnos a Jesús
Haznos más humildes
Tan sencillos como tú.

Gracias, Madre mía
Por abrir tu corazón
Porque nos congregas
Y nos das tu amor.

Madre, Madre
Madre, Madre
Madre, Madre
Madre, Madre

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MARÍA, TÚ QUE VELAS JUNTO A MÍ

María, Tú que velas junto a mí,
y ves el fuego de mi inquietud.
María, Madre, enséñame a vivir
con ritmo alegre de juventud.

Ven, Señora a nuestra soledad,
ven a nuestro corazón,
a tantas esperanzas que se han muerto,
a nuestro caminar sin ilusión.

Ven, y danos la alegría
que nace de la fe y del amor,
el gozo de las almas que confían
en medio del esfuerzo y el dolor.

 María, Tú que velas junto a mí,
y ves el fuego de mi inquietud.
María, Madre, enséñame a vivir
con ritmo alegre de juventud.

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MARÍA, TÚ QUE ME LLENAS DE AMOR

María, tu que me llenas de amor
Eres la luz que me lleva al Señor;
En mi canción te traigo poemas
Que nacen de mí.

En las mañanas cuando sale el sol,
Veo tu rostro cerca del Señor;
En la estampita que cuelga en el cuadro
De mi habitación.

Dios te salve María, María, María
Virgen pura en el parto (María, María)
En tus manos ponemos
Nuestra fe y esperanza
Madrecita querida, no te apartes de mí.

María, tu que me llenas de amor
Eres la luz que me lleva al Señor;
En mi canción te traigo poemas
Que nacen de mí.

En las mañanas cuando sale el sol,
Veo tu rostro cerca del Señor;
En la estampita que cuelga en el cuadro
De mi habitación.

Dios te salve María, María, María
Virgen pura en el parto (María, María)
En tus manos ponemos
Nuestra fe y esperanza.

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¿QUIÉN SERÁ LA MUJER?

Quién será la mujer que a tantos inspiró
poemas bellos de amor.
Le rinden honor la música, la luz,
el mármol, la palabra y el color.

Quién será la mujer que el rey y el labrador
llaman en su dolor;
el sabio, el ignorante, el pobre y el señor,
el santo al igual que el pecador.

María es esa mujer
que desde siempre el Señor se preparó,
para nacer como una flor
en el jardín que a Dios enamoró./ (bis)

Quién será la mujer radiante como el sol
vestida de resplandor,
la luna a sus pies, el cielo en derredor
y ángeles cantándole su amor.

Quién será la mujer humilde que vivió
en un pequeño taller,
amando sin milagros, viviendo de su Fe,
la esposa siempre alegre de José.

María es esa mujer
que desde siempre el Señor se preparó,
para nacer como una flor
en el jardín que a Dios enamoró./ (bis)

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QUIERO CAMINAR CONTIGO, MARÍA

Quiero caminar contigo María

Pues tu eres mi madre eres mi guía

Tu eres para mí el más grande ejemplo

De santidad, de humildad.


Quiero caminar contigo María

No solo un momento todos los días

Necesito tu amor de madre

Tu interceción ante el Señor.


Guía mis pasos llévame al Cielo

Bajo tu manto no tengo miedo

Llena de gracia, Ave María

Hoy yo te ofrezco toda mi vida


Quiero caminar contigo María

Madre en el dolor y en la alegría

Tú que fuiste fiel hasta el extremo

Fiel en la cruz, fiel a Jesús


Guia mis pasos llévame al cielo

Bajo tu manto no tengo miedo

Llena de gracia, Ave María

Hoy yo te ofrezco toda mi vida


Celestial princesa mírame con compasión

Hoy te doy mi alma, vida y corazón


Guía mis pasos llévame al Cielo

Bajo tu manto no tengo miedo

Llena de gracia, Ave María

Hoy yo te ofrezco toda mi vida


Guía mis pasos llévame al cielo

Bajo tu manto no tengo miedo

Llena de gracia, Ave María

Hoy yo te ofrezco toda mi vida

LOS CUATRO GRADOS DEL AMOR (San Bernardo de Claraval)



San Bernardo exhorta a amar al Señor sin medida y enumera cuatro grados de amor:

1) Primer grado del amor - El hombre se ama por sí mismo: «En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo… Cuando ve que no puede subsistir por sí mismo, comienza a buscar Dios por la fe».

2) Segundo grado del amor - El hombre ama a Dios por sí mismo: «En el segundo grado ama a Dios, pero por sí mismo, no por Él. Sus miserias y necesidades le impulsan a acudir con frecuencia a Él en la meditación, la lectura, la oración y la obediencia. Dios se le va revelando de un modo sencillo y humano, y se le hace amable».

3) Tercer grado del amor - El hombre ama a Dios por Él mismo: «… pasa «[el hombre] al grado tercero, en el que ama a Dios no por sí mismo, sino por Él. Aquí permanece mucho tiempo, y no sé si en esta vida puede hombre alguno elevarse al cuarto grado…».

4) Cuarto grado del amor - El hombre se ama a sí mismo por Dios: «…que consiste en amarse solamente por Dios. […]. Olvidado por completo de sí, y totalmente perdido, se lanza sin reservas hacia Dios, y estrechándose con él se hace un espíritu con Él»


(San Bernardo de Claraval)

REINA DEL MUNDO Y DE LA PAZ

 


Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.
Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.
Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
(San Amadeo de Lausana, obispo)

CÓMO SAN FRANCISCO CONVIRTIÓ A TRES LADRONES HOMICIDAS

 


Yendo una vez San Francisco por el territorio de Borgo San Sepolcro, al pasar por una aldea llamada Monte Casale, se le presentó un joven muy noble y delicado, que le dijo:

-- Padre, me gustaría mucho ser de vuestra fraternidad.
-- Hijo -le respondió San Francisco-, tú eres joven, delicado y noble; se te va a hacer duro sobrellevar la pobreza y austeridad de nuestra vida.
-- Padre, ¿no sois vosotros hombres como yo? -repuso él-. Lo mismo que vosotros la sobrelleváis, la podré sobrellevar también yo con la gracia de Cristo.
Agradó mucho a San Francisco esta respuesta; por lo que, bendiciéndolo, lo recibió, sin más, en la Orden y le puso por nombre hermano Ángel. Este joven se portó tan a satisfacción, que, al poco tiempo, San Francisco lo hizo guardián del convento del mismo Monte Casale.
Por aquel tiempo merodeaban por aquellos parajes tres famosos ladrones, que perpetraban muchos males en toda la comarca. Un día fueron al eremitorio de los hermanos y pidieron al guardián, el hermano Ángel, que les diera de comer. El guardián les reprochó ásperamente:
-- ¿No tenéis vergüenza, ladrones y asesinos sin entrañas, que, no contentos con robarles a los demás el fruto de sus fatigas, tenéis cara, además, insolentes, para venir a devorar las limosnas que son enviadas a los servidores de Dios? No merecéis que os sostenga la tierra, puesto que no tenéis respeto alguno ni a los hombres ni a Dios que os creó. ¡Fuera de aquí, id a lo vuestro y que no vuelva a veros aquí!
Ellos lo llevaron muy a mal y se marcharon enojados.
En esto regresó San Francisco de fuera con la alforja del pan y con un recipiente de vino que habían mendigado él y su compañero. El guardián le refirió cómo había despedido a aquella gente. Al oírle, San Francisco le reprendió fuertemente, diciéndole que se había portado cruelmente, porque mejor se conduce a los pecadores a Dios con dulzura que con duros reproches; que Cristo, nuestro Maestro, cuyo Evangelio hemos prometido observar, dice que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y que Él no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia (Mt 9,12s); y por esto Él comía muchas veces con ellos.
-- Por lo tanto -terminó-, ya que has obrado contra la caridad y contra el santo Evangelio, te mando, por santa obediencia, que, sin tardar, tomes esta alforja de pan que yo he mendigado y esta orza de vino y vayas buscándolos por montes y valles hasta dar con ellos; y les ofrecerás de mi parte todo este pan y este vino. Después te pondrás de rodillas ante ellos y confesarás humildemente tu culpa y tu dureza. Finalmente, les rogarás de mi parte que no hagan ningún daño en adelante, que teman a Dios y no ofendan al prójimo; y les dirás que, si lo hacen así, yo me comprometo a proveerles de lo que necesiten y a darles siempre de comer y de beber. Una vez que les hayas dicho esto con toda humildad, vuelve aquí.
Mientras el guardián iba a cumplir el mandato, San Francisco se puso en oración, pidiendo a Dios que ablandase los corazones de los ladrones y los convirtiese a penitencia.
Llegó el obediente guardián a donde estaban ellos, les ofreció el pan y el vino e hizo y dijo lo que San Francisco le había ordenado. Y plugo a Dios que, mientras comían la limosna de San Francisco, comenzaran a decir entre sí:
-- ¡Ay de nosotros, miserables desventurados! ¡Qué duras penas nos esperan en el infierno a nosotros, que no sólo andamos robando, maltratando, hiriendo, sino también dando muerte a nuestro prójimo; y, en medio de tantas maldades y crímenes, no tenemos remordimiento alguno de conciencia ni temor de Dios! En cambio, este santo hermano ha venido a buscarnos por unas palabras que nos dijo justamente reprochando nuestra maldad, se ha acusado de ello con humildad, y, encima de esto, nos ha traído el pan y el vino, junto con una promesa tan generosa del Padre santo. Estos sí que son siervos de Dios merecedores del paraíso, pero nosotros somos hijos de la eterna perdición, merecedores de las penas del infierno; cada día agravamos nuestra perdición, y no sabemos si podremos hallar misericordia ante Dios por los pecados que hasta ahora hemos cometido.
Estas y parecidas palabras decía uno de ellos; a lo que añadieron los otros dos:
-- Es mucha verdad lo que dices; pero ¿qué es lo que tenemos que hacer?
-- Vamos a estar con San Francisco -dijo el primero-, y, si él nos da esperanza de que podemos hallar misericordia ante Dios por nuestros pecados, haremos lo que nos mande; así podremos librar nuestras almas de las penas del infierno.
Pareció bien a los otros este consejo, y todos tres, de común acuerdo, marcharon apresuradamente a San Francisco y le hablaron así:
-- Padre, nosotros hemos cometido muchos y abominables pecados; no creemos poder hallar misericordia ante Dios; pero, si tú tienes alguna esperanza de que Dios nos admita a misericordia, aquí nos tienes, prontos a hacer lo que tú nos digas y a vivir contigo en penitencia.
San Francisco los recibió con caridad y bondad, los animó con muchos ejemplos, les aseguró de la misericordia de Dios y les prometió con certeza que se la obtendría de Dios, haciéndoles ver cómo la misericordia de Dios es infinita. Y concluyó:
-- Aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores.
Movidos de estas palabras y parecidas enseñanzas, los tres ladrones renunciaron al demonio y a sus obras; San Francisco los recibió en la Orden y comenzaron a hacer gran penitencia. Dos de ellos vivieron poco tiempo después de su conversión y se fueron al paraíso. Pero el tercero sobrevivió, y, recordando sin cesar sus pecados, se dio a tal vida de penitencia, que por quince años seguidos, fuera de las cuaresmas comunes, en que se acomodaba a los demás hermanos, en los demás tiempos estuvo ayunando tres días a la semana a pan y agua; andaba siempre descalzo, vestido de una sola túnica; nunca se acostaba después de los maitines.
En alabanza de Cristo bendito. Amén.
(Florecillas de San Francisco)

CONSEJOS DE SAN ESTEBAN DE HUNGRÍA A SU HIJO



En primer lugar, te ordeno, te aconsejo, te recomiendo, hijo amadísimo, si deseas honrar la corona real, que conserves la fe católica y apostólica con tal diligencia y desvelo que sirvas de ejemplo a todos los súbditos que Dios te ha dado, y que todos los varones eclesiásticos puedan con razón llamarte hombre de auténtica vida cristiana, sin la cual ten por cierto que no mereces el nombre de cristiano o de hijo de la Iglesia. En el palacio real, después de la fe ocupa el segundo lugar la Iglesia, plantada primero por Cristo, nuestra cabeza, transplantada luego y firmemente edificada por sus miembros, los apóstoles y los santos padres, y difundida por todo el orbe. Y, aunque continuamente engendra nuevos hijos, en ciertos lugares ya es considerada como antigua.
En nuestro reino, hijo amadísimo, debe considerarse aún joven y reciente, y, por esto, necesita una especial vigilancia y protección; que este don, que la divina clemencia nos ha concedido sin merecerlo, no llegue a ser destruido o aniquilado por tu desidia, por tu pereza o por tu negligencia.
Hijo mío amantísimo, dulzura de mi corazón, esperanza de una descendencia futura, te ruego, te mando que siempre y en toda ocasión, apoyado en tus buenos sentimientos, seas benigno no sólo con los hombres de alcurnia o con los jefes, los ricos y los del país, sino también con los extranjeros y con todos los que recurran a ti. Porque el fruto de esta benignidad será la máxima felicidad para ti. Sé compasivo con todos los que sufren injustamente, recordando siempre en lo íntimo del corazón aquella máxima del Señor: Misericordia quiero y no sacrificios. Sé paciente con todos, con los poderosos y con los que no lo son.
Sé, finalmente, fuerte; que no te ensoberbezca la prosperidad ni te desanime la adversidad. Sé también humilde, para que Dios te ensalce, ahora y en el futuro. Sé moderado, y no te excedas en el castigo o la condena. Sé manso, sin oponerte nunca a la justicia. Sé honesto, de manera que nunca seas para nadie, voluntariamente, motivo de vergüenza. Sé púdico, evitando la pestilencia de la liviandad como un aguijón de muerte.
Todas estas cosas que te he indicado someramente son las que componen la corona real; sin ellas nadie es capaz de reinar en este mundo ni de llegar al reino eterno.

 

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA


Todo es recuerdo en el amor, y el alma
mira lejanamente lo que sueña
y ve en suprema libertad el aire
que acompaña tu cuerpo y que lo eleva.

A través del amor, Virgen María,
mi corazón contempla,
con un suelo de alondras a tus plantas,
el diminuto mar de Galilea.

A través del amor, tu pie camina
y se va levantando de la tierra
sin esfuerzo mortal, Virgen del Céfiro,
Señora del Rocío, Madre nuestra.

Tú que surcas el aire y eres aire
y eres gloriosamente transparencia,
vuelve hacia mí, Señora,
un poco tu hermosura, y que la vea
mi corazón silente
a través del amor con vista trémula.

Enlaza los sarmientos de mis brazos
en tu misericordia, y mi tiniebla
cubre con tu mirada,
y tenme en tu regazo la cabeza.

Todo es recuerdo en el amor, y ahora
estoy como mirándote de veras...

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Himno del Oficio de Lecturas)
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R/. ¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo! Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su resplandor.
V/. Los ángeles se alegran, los arcángeles se regocijan, al contemplar la gloria inmensa de la Virgen María.
R/. Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su resplandor.

Lectura Patrística
Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Pío XII, papa
De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus (ASS 42[1950], 760-762.767-769)
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios».
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta».
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce».
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria».
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
R/. Éste es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió a los cielos; todos la aclamamos, tributándole nuestras alabanzas: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.
V/. Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza: de ti salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Señor.
R/. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

Oremos:

Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, te rogamos, que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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