𝐄𝐋 𝐌𝐈𝐋𝐀𝐆𝐑𝐎 𝐄𝐔𝐂𝐀𝐑Ɩ́𝐒𝐓𝐈𝐂𝐎 𝐃𝐄 "𝐄𝐋 𝐂𝐄𝐁𝐑𝐄𝐑𝐎" (𝐎 𝐂𝐄𝐁𝐑𝐄𝐈𝐑𝐎)

 


En un día de invierno del año 1300 en el que nevaba abundantemente, un vecino de la localidad de Barxamaior, llamado Juan Santín, labriego, se dirigió hacia el Monasterio de Cebreiro, que se encuentra en Lugo (Galicia, España) para oir misa, sin importarle el tiempo tan adverso que hacía y el difícil camino de subida. Por fin llega al templo, cansado y empapado, sin apenas aliento.
Un sacerdote benedictino que no esperaba que en un día tan desapacible, con tanta nieve y viento fuera alguien a Misa, menosprecia el sacrificio del campesino y le dice que una Misa no merece tanto esfuerzo. La falta de fe, caridad y tacto del monje no obtiene respuesta alguna por parte del labriego.
Comienza la Santa Misa. Cuando llega el momento de la Consagración, el sacerdote percibe cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el cáliz con el vino en sangre, que hierve y tiñe los corporales. El sacerdote, sorprendido, cae en la cuenta de su falta de fe y exclama al estilo de Santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío”.
Jesús quiso premiar de esta forma el enorme esfuerzo del labriego, al mismo tiempo que afianzar no sólo la fe de aquel sacerdote, sino la de todos los hombres. La noticia del milagro se propagó por todas partes propiciando así una gran devoción a Cristo en la Eucaristía: Cristo está vivo, resucitado, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía.
(Apostolado de la Santa Misa diaria)




CREDO DEL DOLOR


A las almas adoloridas, que cargan pesos insufribles, a quienes sus cruces pareciera aplastar sin remedio, el recuerdo del valor pleno de sentido del dolor otorga al sufrimiento una trascendencia del que están privados los paganos. 

CREO que otorgó Dios el dolor al hombre con designios de amor y de misericordia.


CREO que Cristo Nuestro Señor ha transformado, santificado y casi divinizado el dolor.


CREO que el dolor es para el alma el gran cooperador de la redención y la santificación.


CREO que el dolor es fecundo tanto, y aún más, a veces, que nuestras

palabras y obras; y más poderosas han sido para nosotros y más eficaces a los ojos de su Padre, las horas de la Pasión de Cristo que los años de su predicación y de su apostolado en la tierra.


CREO que entre las almas, las de este mundo, las que expían (en el

purgatorio) y las que ya han alcanzado la verdadera vida, circula inmensa y no interrumpida corriente, hecha de sufrimientos, de los merecimientos del amor de esas almas; creo que nuestros más íntimos dolores, nuestros más fáciles esfuerzos pueden, por la intervención divina, alcanzar hasta las almas más queridas, próximas o lejanas e influir en ellas llevándoles luz, paz y santidad.


CREO que en la eternidad hallaremos a aquellos que han soportado y abrazado la Cruz y que sus sufrimientos y los nuestros irán a perderse en el infinito amor divino y en las alegrías de la definitiva unión con Dios.


CREO que Dios es amor y que, en sus manos, el dolor no es más que un medio de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos.


CREO en la comunión de los Santos, la resurrección de la carne y la vida perdurable.


Amén.



SOY TRIGO DE DIOS Y HE DE SER MOLIDO POR LOS DIENTES DE LAS FIERAS

 



Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios.
De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.
El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.
No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido.
(San Ignacio de Antioquía)

TERESA DE JESÚS, ANDARIEGA DE DIOS

 


No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas; porque, gloria a Dios, de ordinario es tener yo poca salud, sino que veía claro que nuestro Señor me daba esfuerzo; porque me acaecía algunas veces, que se trataba de fundación, hallarme con tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho, porque me parecía que aun para estar en la celda sin acostarme no estaba, y tornarme a nuestro Señor, quejándome a su Majestad, y diciéndole que cómo quería hiciese lo que no podía, y después, aunque con trabajo, su Majestad daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado parece que me olvidaba de mí. 

 A lo que ahora me acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran contradicción; mas en comenzándolos a andar, me parecía poco, viendo en servicio de quien se hacía y considerando que en aquella casa se había de alabar el Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es particular consuelo para mí, ver una iglesia más, cuando me acuerdo de las muchas que quitan los luteranos. No sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de temer a trueco de tan gran bien para la cristiandad; que, aunque muchos no lo advertimos, estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser. 

 También algunas veces me daban contento las grandes contradicciones y dichos que en este andar a fundar ha habido, con buena intención unos, otros por otros fines. Mas tan gran alegría como de esto sentí, no me acuerdo, por trabajo que me venga, haberla sentido. Que yo confieso que en otro tiempo, cualquiera cosa de las tres que me vinieron juntas fuera harto trabajo para mí. Creo fue mi gozo principal parecerme que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador. Porque tengo entendido que el que le tomare por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado, dejado de la poca ganancia que en esto hay; una cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una dicen bien, presto tornan a decir mal. 

Bendito seáis vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén. Quien os sirviere hasta la fin, vivirá sin fin en vuestra eternidad.

Del libro de las Fundaciones de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia. 



𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐒𝐄𝐂𝐔𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐒𝐄 𝐈𝐍𝐅𝐋𝐈𝐆𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐔𝐄𝐑𝐓𝐄, 𝐏𝐄𝐑𝐎 𝐒𝐈𝐆𝐔𝐄 𝐋𝐀 𝐈𝐍𝐌𝐎𝐑𝐓𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃

 


Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá ¿Quién, por tanto, no pondrá por obra todos los remedios a su alcance para llegar a una gloria tan grande, para convertirse en amigo de Dios para tener parte al momento en el gozo de Cristo, para recibir la recompensa divina después de los tormentos y suplicios terrenos?
Si los soldados de este mundo consideran un honor volver victoriosos a su patria después de haber vencido al enemigo, un honor mucho más grande y valioso es volver triunfante al paraíso después de haber vencido al demonio y llevar consigo los trofeos de victoria a aquel mismo lugar de donde fue expulsado Adán por su pecado -arrastrando en el cortejo triunfal al mismo que antes lo había engañado-, ofrecer al Señor, como un presente de gran valor a sus ojos, la fe inconmovible, la incolumidad de la fuerza del espíritu, la alabanza manifiesta de la propia entrega, acompañarlo cuando comience a venir para tomar venganza de sus enemigos, estar a su lado cuando comience a juzgar, convertirse en heredero junto con Cristo, ser equiparado a los ángeles, alegrarse con los patriarcas, los apóstoles y los profetas por la posesión del reino celestial. ¿Qué persecución podrá vencer estos pensamientos, o qué tormentos superarlos?
La mente que se apoya en santas meditaciones persevera firme y segura y se mantiene inconmovible frente a todos los terrores diabólicos y amenazas del mundo, ya que se halla fortalecida por una fe cierta y sólida en el premio futuro. En la persecución se cierra el mundo, pero se abre el cielo; amenaza el anticristo, pero protege Cristo; se inflige la muerte, pero sigue la inmortalidad. ¡Qué gran dignidad y seguridad, salir contento de este mundo, salir glorioso en medio de la aflicción y la angustia, cerrar en un momento estos ojos con los que vemos a los hombres y el mundo para volverlos a abrir en seguida y contemplar a Dios y a Cristo! ¡Cuán rápidamente se recorre este feliz camino! Se te arranca repentinamente de a tierra, para colocarte en el reino celestial.
Estas consideraciones son las que deben impregnar nuestra mente, esto es lo que hay que meditar día y noche. Si la persecución encuentra así preparado al soldado de Dios, su fuerza, dispuesta a la lucha, no podrá ser vencida. Y aun en el caso de que llegue antes la llamada de Dios, no quedará sin premio una fe que estaba dispuesta al martirio; sin pérdida de tiempo, Dios, que es el juez, dará la recompensa; porque en tiempo de persecución se premia el combate, en tiempo de paz la buena conciencia.
(San Cipriano, obispo y mártir)

CRISTO RECONCILIÓ EL MUNDO CON DIOS POR SU PROPIA SANGRE

 


Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. Él, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó: «A los extraños.» Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».

Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los demás.

Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es el rescate de todos los hombres.

¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y dio su vida por nuestro rescate?

No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí nuestros trabajos. Y así decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia

Del Comentario sobre los salmos (Comentario sobre el Salmo 48, nn. 14-15: CSEL 64, 368-370) (del lecc. par-impar)


VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR

 


Nosotros, amadísimos hermanos, que somos filósofos no de palabra sino con los hechos, que a la apariencia preferimos la verdad de la sabiduría, que hemos conocido el profundo sentido de la virtud más que su ostentación, que no hablamos de cosas sublimes sino que las vivimos, cual siervos y adoradores de Dios, debemos dar pruebas, mediante obsequios espirituales, de la paciencia que hemos aprendido del magisterio celestial.

Porque esta virtud nos es común con Dios. De aquí arranca la paciencia, de aquí toma su origen, su esplendor y su dignidad. El origen y la grandeza de la paciencia tiene a Dios por autor. Digna cosa de ser amada por el hombre es la que tiene gran precio para Dios: la majestad divina recomienda el bien que ella misma ama. Si Dios es nuestro Señor y nuestro Padre, imitemos la paciencia a la vez del Señor y del Padre, pues es bueno que los siervos sean obsequiosos y que los hijos no sean degenerados.

Cuál y cuán grande no será la paciencia de Dios que, soportando con infinita tolerancia los templos profanos, los ídolos terrenos y los santuarios sacrílegos erigidos por los hombres como un ultraje a su majestad y a su honor, hace nacer el día y brillar la luz del sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y, cuando con la lluvia empapa la tierra, nadie queda excluido de sus beneficios, sino que manda indistintamente las lluvias lo mismo sobre los justos que sobre los injustos.

Y aun cuando es provocado por frecuentes o, mejor, continuas ofensas, refrena su indignación y espera pacientemente el día de la retribución establecido de una vez para siempre; y estando en su mano el vengarse, prefiere escudarse largo tiempo en la paciencia, aguantando benignamente y dando largas, en la eventualidad de que la malicia, largamente prolongada, acabe finalmente cambiando, y el hombre, después de haber sido el juguete del error y del crimen, si bien tarde, se convierta al Señor, escuchando la admonición del Señor que dice: No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Y de nuevo: Volved a mí, dice el Señor, volved al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.

San Cipriano, obispo y mártir
Del Tratado sobre los bienes de la paciencia (Tratado 3-4: CSEL 3, 398-399) (del lecc. par-impar)

ANÉCDOTAS DEL SANTO CURA DE ARS (SAN JUAN MARÍA VIANNEY)

 



 YO LO MIRO Y ÉL ME MIRA 
El santo cura de Ars veía muchas veces en su Iglesia a un campesino, que se llevaba unos días consigo sus herramientas, su pala. Advir­tió el cura que ese hombre nunca utilizaba ni libros de rezos, ni rosario, y que se conten­ta­ba con mirar, frente a sí, el tabernáculo. Un buen día le preguntó el sacerdote: «Mi querido amigo, dígame, ¿Qué oración reza usted cuando está en la Iglesia?» «¡Oh, Señor cura! – Respondió el campesino – «son muchas las veces que no puedo rezar. Entonces simplemente yo lo miro y Él me mira». Compren­dió el santo cura lo que quería decir aquel hombre. ¡Ojalá tengamos o alcance­mos algo de esta oración de este humilde campesino!

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Portarse como los muertos

El Santo Cura de Ars contaba la siguiente anécdota:

“Un santo dijo un día a uno de sus religiosos:

-    Ve al cementerio e injuria a los muertos.

El religioso obedeció, y al volver el santo le preguntó:

-    ¿Qué han contestado?
-    Nada.
-    Pues bien, vuelve y haz de ellos grandes elogios.

El religioso obedeció de nuevo.

-    ¿Qué han dicho esta vez?
-    Nada tampoco.
-    ¡Ea!, replicó el santo, tanto si te injurian, como si te alaban, pórtate como los muertos.

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Un día de 1855, la señorita Bossan le pidió al padre Vianney que la bendijera, porque se iba a casar. 
En lugar de bendecirla, el santo se echó a llorar y le dijo: - Oh, hija mía, qué desgraciada será usted. - Entonces, ¿qué puedo hacer? - Entre en el convento de la Visitación. 
Así lo hizo con el nombre de María Amada y murió como maestra de novicias el 13 de agosto de 1880 con 49 años.

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En una ocasión, el diablo le dijo por medio de un poseso: Tú me haces sufrir. Si hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 almas

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Mucha gente consideraba al padre Vianney como un santo y quería tener alguna reliquia suya. Por eso, le robaban los objetos más diversos, desde las velas del altar hasta cosas personales. Cuando se cortaba el cabello, tenía mucho cuidado en quemarlos para evitar que el barbero pudiera regalarlos. En una ocasión, le cortaron hasta trozos de su sotana. Viendo este afán por obtener recuerdos suyos como reliquias a toda costa, dijo un día con buen humor: Yo creía que convertía pecadores y resulta que fabrico ladrones

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Con frecuencia, algunos de sus colaboradores le decían: Señor cura, usted estará muy cansado de tanto confesar, y él respondía sonriendo: “Ya tendré tiempo de descansar en el cementerio”

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Sebastián Germain era muy conocido del santo cura y le había ayudado a misa muchas veces de niño. Un día de julio de 1859, fue a visitarlo y lo encontró en la plaza rezando el rosario. El padre Vianney, antes de que le explicase el motivo de su visita, le dijo: - Toma cuatro rosarios para tus hijos. - Pero señor cura, yo solo tengo tres hijos. - El cuarto será para tu hija. Al año siguiente, nacía la pequeña María que llenó de alegría el hogar.

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Después de haber celebrado la fiesta del Corpus Christi, les decía en el sermón: Hoy nuestro Señor se ha paseado (en procesión) por la parroquia para bendecirlos. Cuando pasen por esos caminos por donde Él ha pasado, digan: Nuestro Señor ha estado aquí. ¡Qué reconocimiento deberíamos tener, pensando 304 Lassagne, Memoria 3, p. 77. 305 Monnin, tomo 2, p. 525. 306 Esprit, p. 96. 102 en esta felicidad! Cuando Él pensó en darnos un alimento para nuestra alma, echó una mirada sobre las cosas creadas y no encontró nada apropiado para saciar el alma. Entonces, decidió darse a sí mismo en alimento del alma. El alimento es su cuerpo, sangre, alma y divinidad
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Un sacerdote le preguntó: Dígame cuál es su secreto para tener dinero. Yo tengo necesidad para mi iglesia. Le respondió: Mi secreto es darlo todo. Délo todo y tendrá dinero.

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Después de un sermón, alguien le preguntó: Señor cura, ¿por qué, cuando usted reza casi no se le entiende y, cuando predica, usted habla tan fuerte? Porque, cuando predico, hablo a sordos, a gente que duerme, mientras que, cuando rezo, hablo con el buen Dios que no está sordo

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Cuando en 1843 estuvo gravemente enfermo y a punto de morir, el doctor Saunier pidió a tres médicos más que vinieran para ver qué podían hacer. El santo, al ver a los cuatro médicos reunidos junto a su cama, sin perder el sentido del humor, dijo: - Estoy sosteniendo en este momento un gran combate. - ¿Contra quien, señor cura? - Contra cuatro médicos. Si llega otro, me doy por muerto

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En una oportunidad, en medio de la multitud, un hombre se permitió llamarle con palabras poco cultas. El santo cura le preguntó: - ¿Quién es usted, amigo mío? - Soy protestante. - ¡Oh, mi pobre amigo! Usted es pobre, muy pobre, los protestantes ni siquiera tienen un santo cuyo nombre puedan dar a sus hijos. Se ven obligados a pedir nombres prestados a la iglesia católica

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Vuestro marido se ha salvado

En una ocasión, al entrar en la iglesia parroquial, vio a una mujer llorando. Se dirigió a ella e iluminado por Dios, le dijo: Vuestra oración, señora, ha sido oída. Vuestro marido se ha salvado. La mujer no salía de su asombro ante esas palabras, porque su marido no había sido practicante de la religión y su muerte fue repentina. El Cura de Ars añadió: Acordaos de que un mes antes de morir, cogió de su jardín la rosa más bella y os dijo: “Llévala a la imagen de la Virgen Santísima…” Ella no lo ha olvidado.



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Un rico protestante tuvo un diálogo con el santo. Al final, le regaló una medalla de la Virgen. El protestante le dijo: Usted da una medalla a un herético, pues para usted yo soy un herético, pero yo confío en Cristo que dijo: “El que cree en mí, tendrá la vida eterna”. Y le respondió: “Amigo mío, también Jesús ha dicho: El que no escucha a la Iglesia, sea considerado como un pagano (Mt 18, 17). Él dice que hay un solo rebaño y un solo pastor. Él ha puesto a Pedro como jefe de su rebaño. No hay dos maneras buenas de servir a Nuestro Señor. Sólo hay una que es servirle como Él quiere ser servido”

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Llegó a Ars una señora enlutada, pues acababa de perder a su esposo que se había suicidado, y temía por su salvación. Al pasar el santo cura delante de ella para ir de la iglesia a la casa parroquial, se detuvo y le dijo: Se ha salvado. Está en el purgatorio y hay que rezar por él. Entre el parapeto del puente y el agua pudo hacer un acto de arrepentimiento. Acuérdese que en el mes de mayo su esposo, aunque incrédulo, se unía a sus oraciones en honor de la Virgen María. Esto le mereció la gracia del arrepentimiento final

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El padre Denis Chaland asegura: Yo tenía unos 21 ó 22 años y fui a confesarme con el padre Vianney. Me hizo entrar en su habitación y me arrodillé. Hacia la mitad de la confesión, hubo un temblor general en la habitación. Sentí miedo y me levanté. Pero él me tomó del brazo y me dijo: “No tengas miedo, es el demonio”. Mi emoción fue muy fuerte



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Otra vez, una empleada de la familia Cinier fue a confesarse y se calló algo grave. Él le dijo: ¿Y aquello, por qué no lo dices? Ella pensó: ¿cómo lo sabe? Y él, como respondiéndole, exclamó: Tu ángel de la guarda me lo ha contado

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Dios le hizo conocer que uno de sus amigos difuntos estaba en el purgatorio. Cuando estaba en el momento de la consagración, tomó la hostia entre sus dedos y dijo: Padre santo y eterno, hagamos un cambio. Tú tienes el alma de mi amigo en el purgatorio y yo tengo el cuerpo de tu Hijo entre mis manos. Libera a mi amigo y yo te ofrezco vuestro Hijo con todos los méritos de su Pasión. Y, al momento de la elevación, vio el alma de su amigo rebosante de alegría subir al cielo. Por eso, solía decir: Cuando queramos obtener algo del buen Dios, ofrezcamos a su Hijo con todos sus méritos y no nos podrá rehusar nada

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Instituyó la Cofradía del Santísimo sacramento y un buen número de hombres se anotaron. Los jefes de las principales familias dieron ejemplo. Y él decía: Los hombres tienen un alma que salvar al igual que las mujeres. Ellos son los primeros en todo. ¿Por qué no pueden ser también los primeros en servir a Dios y rendirle homenaje a Jesucristo en el sacramento del amor?

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SÓLO SON GRANDES ANTE DIOS LOS QUE SE TIENEN POR PEQUEÑOS

 


La duquesa está mejor, Dios loado, y se encomienda en las oraciones de vuestra reverencia.
Suplique, padre, al Señor que no reciba yo su gracia en vano. Porque hallo que, según dice el salmista, mi alma ha sido liberada de todos sus peligros. Y, especialmente de pocos días acá, yo estaba tan frío y tan desconfiado de hacer fruto, que no le hallaba casi por ninguna parte; lo cual, a los principios, solía sentir al revés. Bendito sea el Señor por sus maravillas, ya que todos estos nublados se han pasado.
En lo demás, diga ese «grande» y los otros lo que mandaren; que bien sé que no son grandes, sino los que se conocen por pequeños; ni son ricos los que tienen, sino los que no desean tener; ni son honrados, sino los que trabajan para que Dios sea honrado y glorificado.
Y tras esto, venga la muerte o dure la vida, que de ese tal se puede decir que su corazón está preparado para esperar y confiar en el Señor. Plega a su bondad, que así nos haga conocer nuestra vileza, que merezcamos ver su infinita grandeza; y a vuestra reverencia tenga siempre en su amor y gracia, para que le sirva y alabe hasta la muerte y después le alabe por toda la eternidad.
San Francisco de Borja, De la Carta 7, al beato Pedro Fabro, año 1545 (Monumenta historica Societatis Iesu, Madrid, 1908, III, pp 9-10)

QUE TE GUARDEN EN TUS CAMINOS

 


A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos». Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos.
A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes.
Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados.
En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.
Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.
San Bernardo de Claraval

EL SERVICIO A LOS POBRES HA DE SER PREFERIDO A TODO

 


Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores.


San Vicente de Paúl, presbítero

CONTEMPLACIÓN ANTE LA CRUZ DE CRISTO (Ángel Moreno)

 


No comprendo, Señor, tu Cruz, y la mía me duele demasiado como para entretenerme en ella complacido. Pero ante ti crucificado no puedo entregarme a discursos mentales, y decido adorarte, rindo mi pensamiento, agradecido y sin sentir humillación.

Ante tu Cruz, como ante la cruz de quienes sufren de muchas maneras, no sirve la evasión ni la ideología sobre el mal o sobre la posible injusticia que lo provoca. Me envuelve el silencio, me sobrecoge el dolor, hasta siento que me paralizo, un tanto escandalizado, porque vivo con recursos abundantes, lejos de quienes no tienen más que la enfermedad, la pobreza y la marginación.

Tú me enseñas a compadecer, más que escandalizarme de mí mismo o a justificarme en mi suerte.

Señor Jesucristo, el arte te ha representado de muchas formas crucificado, queriendo expresar lo inabarcable de tu amor. Hay quienes te imaginan y presentan con la belleza de un cuerpo perfecto, coronado como rey; otros, en cambio, te muestran deshecho, maltratado, sangrante. Es muy difícil plasmar cuanto quieres decirnos con el signo más elocuente del amor, que es dar la vida.

Prefiero, dentro de la admiración que me produce toda iconografía de tu cuerpo entregado, y la contemplación de las formas estéticas, atravesar la puerta de tu costado e introducirme en lo más hondo del misterio, que no sé describir, pero sé que es tu amor el que me abraza y responde a toda mi necesidad de relación.

Jesucristo, sé que no vale mirarte a ti, por dramática que sea la representación, y rehuír la mirada ante los que sufren. La contemplación de tu Cruz me ayuda a la hora de seguirte con la mía, y de prestar mis manos en socorro del peso que otros llevan.

Tienes razón al decir que quien desee ser discípulo tuyo que tome su cruz y te siga. He comprendido que Tú acompañas a cada uno, que no vamos solos por el camino del seguimiento, que Tú nos precedes, haces de guía y nos estimulas al mostrarnos la posibilidad de avanzar por el camino de la entrega.

Tú nos acompañas con la cruz a cuestas, y nos invitas a ir detrás de ti sin refugiarnos en nuestro dolor, ni evadirnos de ayudar en lo posible a quienes soportan una carga mayor sobre sus hombros.

He comprendido que tanto ante la Cruz como ante ti en ella, solo es posible detenerse de manera positiva si se mantiene una relación íntima contigo. Ante tu cuerpo desnudo en la Cruz no sirve la estética, sino solo el silencio, la adoración, el sobrecogimiento.

Solo en la intimidad cabe besarte, amarte sin pudor, y sentir en tu entrega el mejor gesto, la palabra cumplida, la ternura sin dominio.

Cómo acompaña en la intimidad saberme en tu Cruz, y comprender que por ella, has hecho de la mía título de amor y profecía de bendición.

Tu adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste el mundo.

PIEDRAS DEL EDIFICIO ETERNO

 


Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra madre, la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia. Y así es en verdad.

Toda alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una piedra constituida para levantar un edificio eterno. Al constructor que busca erigir una edificación le conviene ante todo pulir lo mejor posible las piedras que va a utilizar en la construcción. Lo consigue con el martillo y el cincel. Del mismo modo el Padre celeste actúa con las almas elegidas que, desde toda la eternidad, con suma sabiduría y providencia, han sido destinadas para la erección de un edificio eterno.
El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.
Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza, entregaros a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.
No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran vuestras almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la afrenta de Dios. Que os baste saber que en toda vuestra vida nunca habéis ofendido al Señor que, por el contrario, ha sido honrado más y más.
Si este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no porque quiera vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque pone a prueba todavía más vuestra fidelidad y constancia y, además, os cura de algunas enfermedades que no son consideradas tales por los ojos carnales, es decir, aquellas enfermedades y culpas de las que ni siquiera el justo está inmune. En efecto, dice la Escritura: «Siete veces cae el justo» (Pr 24, 16).
Creedme que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos, porque entendería que el Señor os quiere dar menos piedras preciosas... Expulsad, como tentaciones, las dudas que os asaltan... Expulsad también las dudas que afectan a vuestra forma de vida, es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y que os resistís a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no proceden del buen espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que intentan apartaros de la perfección o, al menos, entorpecer el camino hacia ella. ¡No abatáis el ánimo!
Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias: todas las cosas son delicadezas de su amor. Os deseo que entreguéis el espíritu con Jesús en la cruz: «Todo está cumplido» (Jn 19, 30).
-San Pío de Pietrelcina, presbítero-


YO CURARÉ TUS EXTRAVÍOS (Teodoreto de Ciro, obispo)

 


Jesús acude espontáneamente a la pasión que de él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos, increpando en cierta ocasión a Pedro por haber aceptado de mala gana este anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: Yo soy a quien buscáis. Y cuando lo acusaban no respondió, y, habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó.
Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se labraba su propio desastre y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones, siendo así contado entre los homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura por burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.
Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero él, inmune de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo - dice san Pablo- nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa: brotará para ti cardos y espinas.
Con la hiel, cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida mortal y pasible. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.
Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su error engendró la muerte, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos nos renueva en el baptisterio y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por el bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.
(Teodoreto de Ciro, obispo)

POEMAS DE JOSÉ GARCÍA NIETO

 


GRACIAS, SEÑOR... Gracias, Señor, porque estás todavía en mi palabra; porque debajo de todos mis puentes pasan tus aguas. Piedra te doy, labios duros, pobre tierra acumulada, que tus luminosas lenguas incesantemente aclaran. Te miro; me miro. Hablo; te oigo. Busco; me aguardas. Me vas gastando, gastando. Con tanto amor me adelgazas que no siento que a la muerte me acercas... Y sueño... Y pasas...

 NOCHE DE LA CIUDAD... Noche de la ciudad. Dios está cerca. Entre tantas orillas yo ensayo mis palabras: son sólo cercanías. Las miradas, los árboles se alzan, se acercan, vibran junto a la noche unánime donde el verso se afirma. ¿A qué? ¿Por qué? ¿Quién habla...? En el silencio giran  las estrellas , los nombres. Dios es Dios en la cima. 


EL OFICIANTE Eres, Señor. Y estás. Y así te vivo cuando tu nombre hasta mi verso llega. Entonces soy la tierra que se anega, y tiemblo bajo el agua que recibo. Como una miel que tercamente libo, rebrilla tu palabra entre mi siega de palabras... Ya sé; la cárcel ciega de mi mano no es digna del cautivo. Pero yo te convoco y Tú desciendes; toco la luz y el corazón me enciendes. Luego te entrego a los demás, Dios mío. Puente soy que a tu paso me resiento; hambre tengo y te doy por alimento, y abajo, con la muerte, suena el río. 

ORACIÓN EN UNA PRIMAVERA Gracias, Señor, por este ramo de agua que llega del aire hasta los campos, hasta el bosque, hasta el huerto; gracias por tu palabra, de nuevo en el desierto, prometiendo las horas frutales de la siega. Gracias por tanta gracia, tanta cuidada entrega, por tanto ardor temblando desde el terreno yerto; gracias por estas flores primeras que han abierto ojos de luz a tanta claridad honda y ciega. Gracias porque te he visto latiendo en los bancales, favoreciendo, urdiendo, los tiernos esponsales del verdor con la tierra, la rosa con la rama. Gracias porque me enseñas a ser en lo que era, a olvidar mis estiajes en esta primavera... Gracias porque es llegado el tiempo del que ama. 

EL HACEDOR Entra en la playa de oro el mar y llena la cárcava que un hombre antes, tendido, hizo con su sosiego. El mar se ha ido y se ha quedado, niño, entre la arena. Así es este eslabón de tu cadena que como el mar me has dado. Y te has partido luego, Señor. Mi huella te ha servido para darle ocasión a la azucena. Miro el agua. Me copia, me recuerda. No me dejes, Señor; que no me pierda, que no me sienta dios, y a Ti lejano... Fuimos hombre y mujer, pena con pena, eterno barro, arena contra arena, y sólo Tú la poderosa mano. 

LA HORA UNDÉCIMA (Fragmento) En la sombra sin nadie de la plaza, la espalda de la amada y su silencio; en la sombra sin nadie de la plaza, aquel niño de Batres, mudo y quieto; en la sombra sin nadie de la plaza, mis hijos, solos, vadeando el sueño... Y han pasado las horas, y las luces distintas; los videntes y los ciegos han pasado —la plaza está vacía—; los torpes han pasado, y los despiertos, y los del pie descalzo y la sandalia rota; los de la cera, los del fuego, los de la miel, los del dolor pasaron... La plaza, sola. Un hombre, solo, en medio. Del Señor que llamaba, apenas queda una huella levísima en el suelo. Se detuvo en la arena como si algo le faltara. Miró a su espalda. Luego llamó otra vez. Y otra. Y todavía otra. Pero ya nadie oía; pero nadie abrió los balcones, las ventanas, las torpes barricadas de su encierro. El hombre, el hombre, qué delgada ruina, qué abdicación, qué torre sin cimiento, qué nube hacia otras nubes deshilándose, qué carbón imposible hacia otro fuego. El hombre, el hombre, el hombre, el hombre, el hombre, qué redoble de letras en un cuero rajado, qué bandera mancillada, qué cristal defendiéndose en el cieno, qué fuerza para nada, contra nada, qué rama malherida por el viento, qué triste perdidizo en la tristeza, qué soledad en soledad naciendo... El hombre, el hombre, todavía el hombre; yo, el hombre, ya lo he dicho; yo, en el miedo de un bosque, en las fronteras de una isla  —el agua junto al pie, y el alma al cuello—; yo, el hombre, sí, yo mismo, yo, más solo que tú, hombre como yo; tanto o más lejos de la verdad que tú; más horas, años esperando que tú, o acaso menos, o acaso más... Oh, qué torpeza el hombre; oh, qué locura el hombre; oh, qué destierro, qué curva sin salida, qué raíces sucias de tierra, qué turbión, qué dédalo, qué picador en lo hondo de una mina sin la luz encendida del minero... El hombre yo, lo he dicho ya, creía que siempre habría más, que habría tiempo para más... ¿Para qué, niño de Batres? ¿Para qué que no sea tu silencio junto al pan en la tarde; con tus ojos volcados en la nada, en Dios inmersos?... El hombre, yo, junto al girar del cántaro, que busca sin descanso, aquí, en el centro de la plaza, a la orilla del arado, o en el arado mismo, junto al hierro resplandeciente de la vertedera, ¿está definitivamente ciego?... Vas a pasar, Señor, ya sé quien eres; tócame por si no estoy bien despierto. Soy el hombre, ¿me ves?, soy todo el hombre. Mírame Tú, Señor, si no te veo. No hay horas, no hay reloj, ni hay otra fuerza que la que Tú me des, ni hay otro empleo mejor que el de tu viña... Pasa... Llama... Vuelve a llamarme... ¿Qué hora es? No cuento  ya bien. ¿Es la de sexta?, ¿la de nona?, ¿la undécima? ¿O ya es tarde? Pasa... Quiero seguir, seguirte... Llama. Estoy perdido; estoy cansado; estoy amando, abriendo mi corazón a todo todavía... Dime que estás ahí, Señor; que dentro de mi amor a las cosas Tú te escondes, y que aparecerás un día lleno de ese amor mismo ya transfigurado en amor para Ti, ya tuyo... El ciego, el sordo, anda, tropieza, vacilante, por la plaza vacía. Ya no siento quién soy. No me conozco... ¡ Grita! ¡ Nómbrame, para saber que todavía es tiempo!... Hace frío... ¿Será que la hora undécima ha sonado en la nada?... Avanzo, muerto de impaciencia de estar en Ti, temblando de Ti, muerto de Dios, muerto de miedo. Yo soy el hombre, el hombre, tu esperanza, el barro que dejaste en el misterio. 

POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA ANTOLOGÍA (1939 -1964) * *  SELECCIÓN, DE LEOPOLDO DE LUIS 

JOSÉ GARCÍA NIETO


LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO

 


Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.
También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
(San Andrés de Creta)

OH CRUZ FIEL, ÁRBOL ÚNICO EN NOBLEZA


 

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

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¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

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