𝐄𝐋 𝐌𝐈𝐋𝐀𝐆𝐑𝐎 𝐄𝐔𝐂𝐀𝐑Ɩ́𝐒𝐓𝐈𝐂𝐎 𝐃𝐄 "𝐄𝐋 𝐂𝐄𝐁𝐑𝐄𝐑𝐎" (𝐎 𝐂𝐄𝐁𝐑𝐄𝐈𝐑𝐎)
CREDO DEL DOLOR
A las almas adoloridas, que cargan pesos insufribles, a quienes sus cruces pareciera aplastar sin remedio, el recuerdo del valor pleno de sentido del dolor otorga al sufrimiento una trascendencia del que están privados los paganos.
CREO que otorgó Dios el dolor al hombre con designios de amor y de misericordia.
CREO que Cristo Nuestro Señor ha transformado, santificado y casi divinizado el dolor.
CREO que el dolor es para el alma el gran cooperador de la redención y la santificación.
CREO que el dolor es fecundo tanto, y aún más, a veces, que nuestras
palabras y obras; y más poderosas han sido para nosotros y más eficaces a los ojos de su Padre, las horas de la Pasión de Cristo que los años de su predicación y de su apostolado en la tierra.
CREO que entre las almas, las de este mundo, las que expían (en el
purgatorio) y las que ya han alcanzado la verdadera vida, circula inmensa y no interrumpida corriente, hecha de sufrimientos, de los merecimientos del amor de esas almas; creo que nuestros más íntimos dolores, nuestros más fáciles esfuerzos pueden, por la intervención divina, alcanzar hasta las almas más queridas, próximas o lejanas e influir en ellas llevándoles luz, paz y santidad.
CREO que en la eternidad hallaremos a aquellos que han soportado y abrazado la Cruz y que sus sufrimientos y los nuestros irán a perderse en el infinito amor divino y en las alegrías de la definitiva unión con Dios.
CREO que Dios es amor y que, en sus manos, el dolor no es más que un medio de que se vale su amor para transformarnos y salvarnos.
CREO en la comunión de los Santos, la resurrección de la carne y la vida perdurable.
Amén.
SOY TRIGO DE DIOS Y HE DE SER MOLIDO POR LOS DIENTES DE LAS FIERAS
TERESA DE JESÚS, ANDARIEGA DE DIOS
No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas; porque, gloria a Dios, de ordinario es tener yo poca salud, sino que veía claro que nuestro Señor me daba esfuerzo; porque me acaecía algunas veces, que se trataba de fundación, hallarme con tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho, porque me parecía que aun para estar en la celda sin acostarme no estaba, y tornarme a nuestro Señor, quejándome a su Majestad, y diciéndole que cómo quería hiciese lo que no podía, y después, aunque con trabajo, su Majestad daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado parece que me olvidaba de mí.
A lo que ahora me acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran contradicción; mas en comenzándolos a andar, me parecía poco, viendo en servicio de quien se hacía y considerando que en aquella casa se había de alabar el Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es particular consuelo para mí, ver una iglesia más, cuando me acuerdo de las muchas que quitan los luteranos. No sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de temer a trueco de tan gran bien para la cristiandad; que, aunque muchos no lo advertimos, estar Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser.
También algunas veces me daban contento las grandes contradicciones y dichos que en este andar a fundar ha habido, con buena intención unos, otros por otros fines. Mas tan gran alegría como de esto sentí, no me acuerdo, por trabajo que me venga, haberla sentido. Que yo confieso que en otro tiempo, cualquiera cosa de las tres que me vinieron juntas fuera harto trabajo para mí. Creo fue mi gozo principal parecerme que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador. Porque tengo entendido que el que le tomare por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado, dejado de la poca ganancia que en esto hay; una cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una dicen bien, presto tornan a decir mal.
Bendito seáis vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén. Quien os sirviere hasta la fin, vivirá sin fin en vuestra eternidad.
Del libro de las Fundaciones de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia.
𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐒𝐄𝐂𝐔𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐒𝐄 𝐈𝐍𝐅𝐋𝐈𝐆𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐔𝐄𝐑𝐓𝐄, 𝐏𝐄𝐑𝐎 𝐒𝐈𝐆𝐔𝐄 𝐋𝐀 𝐈𝐍𝐌𝐎𝐑𝐓𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃
CRISTO RECONCILIÓ EL MUNDO CON DIOS POR SU PROPIA SANGRE
Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. Él, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó: «A los extraños.» Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».
Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los demás.
Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es el rescate de todos los hombres.
¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y dio su vida por nuestro rescate?
No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí nuestros trabajos. Y así decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia
Del Comentario sobre los salmos (Comentario sobre el Salmo 48, nn. 14-15: CSEL 64, 368-370) (del lecc. par-impar)
VOLVED A MÍ, DICE EL SEÑOR
Nosotros, amadísimos hermanos, que somos filósofos no de palabra sino con los hechos, que a la apariencia preferimos la verdad de la sabiduría, que hemos conocido el profundo sentido de la virtud más que su ostentación, que no hablamos de cosas sublimes sino que las vivimos, cual siervos y adoradores de Dios, debemos dar pruebas, mediante obsequios espirituales, de la paciencia que hemos aprendido del magisterio celestial.
Porque esta virtud nos es común con Dios. De aquí arranca la paciencia, de aquí toma su origen, su esplendor y su dignidad. El origen y la grandeza de la paciencia tiene a Dios por autor. Digna cosa de ser amada por el hombre es la que tiene gran precio para Dios: la majestad divina recomienda el bien que ella misma ama. Si Dios es nuestro Señor y nuestro Padre, imitemos la paciencia a la vez del Señor y del Padre, pues es bueno que los siervos sean obsequiosos y que los hijos no sean degenerados.
Cuál y cuán grande no será la paciencia de Dios que, soportando con infinita tolerancia los templos profanos, los ídolos terrenos y los santuarios sacrílegos erigidos por los hombres como un ultraje a su majestad y a su honor, hace nacer el día y brillar la luz del sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y, cuando con la lluvia empapa la tierra, nadie queda excluido de sus beneficios, sino que manda indistintamente las lluvias lo mismo sobre los justos que sobre los injustos.
Y aun cuando es provocado por frecuentes o, mejor, continuas ofensas, refrena su indignación y espera pacientemente el día de la retribución establecido de una vez para siempre; y estando en su mano el vengarse, prefiere escudarse largo tiempo en la paciencia, aguantando benignamente y dando largas, en la eventualidad de que la malicia, largamente prolongada, acabe finalmente cambiando, y el hombre, después de haber sido el juguete del error y del crimen, si bien tarde, se convierta al Señor, escuchando la admonición del Señor que dice: No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Y de nuevo: Volved a mí, dice el Señor, volved al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.
ANÉCDOTAS DEL SANTO CURA DE ARS (SAN JUAN MARÍA VIANNEY)
Portarse como los muertos
El Santo Cura de Ars contaba la siguiente anécdota:
“Un santo dijo un día a uno de sus religiosos:
- Ve al cementerio e injuria a los muertos.
El religioso obedeció, y al volver el santo le preguntó:
- ¿Qué han contestado?
- Nada.
- Pues bien, vuelve y haz de ellos grandes elogios.
El religioso obedeció de nuevo.
- ¿Qué han dicho esta vez?
- Nada tampoco.
- ¡Ea!, replicó el santo, tanto si te injurian, como si te alaban, pórtate como los muertos.”
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Vuestro marido se ha salvado
En una ocasión, al entrar en la iglesia parroquial, vio a una mujer llorando. Se dirigió a ella e iluminado por Dios, le dijo: Vuestra oración, señora, ha sido oída. Vuestro marido se ha salvado. La mujer no salía de su asombro ante esas palabras, porque su marido no había sido practicante de la religión y su muerte fue repentina. El Cura de Ars añadió: Acordaos de que un mes antes de morir, cogió de su jardín la rosa más bella y os dijo: “Llévala a la imagen de la Virgen Santísima…” Ella no lo ha olvidado.
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SÓLO SON GRANDES ANTE DIOS LOS QUE SE TIENEN POR PEQUEÑOS
QUE TE GUARDEN EN TUS CAMINOS
EL SERVICIO A LOS POBRES HA DE SER PREFERIDO A TODO
Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.
Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.
El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.
Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores.
San Vicente de Paúl, presbítero
CONTEMPLACIÓN ANTE LA CRUZ DE CRISTO (Ángel Moreno)
No comprendo, Señor, tu Cruz, y la mía me duele demasiado como para entretenerme en ella complacido. Pero ante ti crucificado no puedo entregarme a discursos mentales, y decido adorarte, rindo mi pensamiento, agradecido y sin sentir humillación.
Ante tu Cruz, como ante la cruz de quienes sufren de muchas maneras, no sirve la evasión ni la ideología sobre el mal o sobre la posible injusticia que lo provoca. Me envuelve el silencio, me sobrecoge el dolor, hasta siento que me paralizo, un tanto escandalizado, porque vivo con recursos abundantes, lejos de quienes no tienen más que la enfermedad, la pobreza y la marginación.
Tú me enseñas a compadecer, más que escandalizarme de mí mismo o a justificarme en mi suerte.
Señor Jesucristo, el arte te ha representado de muchas formas crucificado, queriendo expresar lo inabarcable de tu amor. Hay quienes te imaginan y presentan con la belleza de un cuerpo perfecto, coronado como rey; otros, en cambio, te muestran deshecho, maltratado, sangrante. Es muy difícil plasmar cuanto quieres decirnos con el signo más elocuente del amor, que es dar la vida.
Prefiero, dentro de la admiración que me produce toda iconografía de tu cuerpo entregado, y la contemplación de las formas estéticas, atravesar la puerta de tu costado e introducirme en lo más hondo del misterio, que no sé describir, pero sé que es tu amor el que me abraza y responde a toda mi necesidad de relación.
Jesucristo, sé que no vale mirarte a ti, por dramática que sea la representación, y rehuír la mirada ante los que sufren. La contemplación de tu Cruz me ayuda a la hora de seguirte con la mía, y de prestar mis manos en socorro del peso que otros llevan.
Tienes razón al decir que quien desee ser discípulo tuyo que tome su cruz y te siga. He comprendido que Tú acompañas a cada uno, que no vamos solos por el camino del seguimiento, que Tú nos precedes, haces de guía y nos estimulas al mostrarnos la posibilidad de avanzar por el camino de la entrega.
Tú nos acompañas con la cruz a cuestas, y nos invitas a ir detrás de ti sin refugiarnos en nuestro dolor, ni evadirnos de ayudar en lo posible a quienes soportan una carga mayor sobre sus hombros.
He comprendido que tanto ante la Cruz como ante ti en ella, solo es posible detenerse de manera positiva si se mantiene una relación íntima contigo. Ante tu cuerpo desnudo en la Cruz no sirve la estética, sino solo el silencio, la adoración, el sobrecogimiento.
Solo en la intimidad cabe besarte, amarte sin pudor, y sentir en tu entrega el mejor gesto, la palabra cumplida, la ternura sin dominio.
Cómo acompaña en la intimidad saberme en tu Cruz, y comprender que por ella, has hecho de la mía título de amor y profecía de bendición.
Tu adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste el mundo.
PIEDRAS DEL EDIFICIO ETERNO
Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra madre, la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia. Y así es en verdad.
YO CURARÉ TUS EXTRAVÍOS (Teodoreto de Ciro, obispo)
POEMAS DE JOSÉ GARCÍA NIETO
GRACIAS, SEÑOR... Gracias, Señor, porque estás todavía en mi palabra; porque debajo de todos mis puentes pasan tus aguas. Piedra te doy, labios duros, pobre tierra acumulada, que tus luminosas lenguas incesantemente aclaran. Te miro; me miro. Hablo; te oigo. Busco; me aguardas. Me vas gastando, gastando. Con tanto amor me adelgazas que no siento que a la muerte me acercas... Y sueño... Y pasas...
NOCHE DE LA CIUDAD... Noche de la ciudad. Dios está cerca. Entre tantas orillas yo ensayo mis palabras: son sólo cercanías. Las miradas, los árboles se alzan, se acercan, vibran junto a la noche unánime donde el verso se afirma. ¿A qué? ¿Por qué? ¿Quién habla...? En el silencio giran las estrellas , los nombres. Dios es Dios en la cima.
EL OFICIANTE Eres, Señor. Y estás. Y así te vivo cuando tu nombre hasta mi verso llega. Entonces soy la tierra que se anega, y tiemblo bajo el agua que recibo. Como una miel que tercamente libo, rebrilla tu palabra entre mi siega de palabras... Ya sé; la cárcel ciega de mi mano no es digna del cautivo. Pero yo te convoco y Tú desciendes; toco la luz y el corazón me enciendes. Luego te entrego a los demás, Dios mío. Puente soy que a tu paso me resiento; hambre tengo y te doy por alimento, y abajo, con la muerte, suena el río.
ORACIÓN EN UNA PRIMAVERA Gracias, Señor, por este ramo de agua que llega del aire hasta los campos, hasta el bosque, hasta el huerto; gracias por tu palabra, de nuevo en el desierto, prometiendo las horas frutales de la siega. Gracias por tanta gracia, tanta cuidada entrega, por tanto ardor temblando desde el terreno yerto; gracias por estas flores primeras que han abierto ojos de luz a tanta claridad honda y ciega. Gracias porque te he visto latiendo en los bancales, favoreciendo, urdiendo, los tiernos esponsales del verdor con la tierra, la rosa con la rama. Gracias porque me enseñas a ser en lo que era, a olvidar mis estiajes en esta primavera... Gracias porque es llegado el tiempo del que ama.
EL HACEDOR Entra en la playa de oro el mar y llena la cárcava que un hombre antes, tendido, hizo con su sosiego. El mar se ha ido y se ha quedado, niño, entre la arena. Así es este eslabón de tu cadena que como el mar me has dado. Y te has partido luego, Señor. Mi huella te ha servido para darle ocasión a la azucena. Miro el agua. Me copia, me recuerda. No me dejes, Señor; que no me pierda, que no me sienta dios, y a Ti lejano... Fuimos hombre y mujer, pena con pena, eterno barro, arena contra arena, y sólo Tú la poderosa mano.
LA HORA UNDÉCIMA (Fragmento) En la sombra sin nadie de la plaza, la espalda de la amada y su silencio; en la sombra sin nadie de la plaza, aquel niño de Batres, mudo y quieto; en la sombra sin nadie de la plaza, mis hijos, solos, vadeando el sueño... Y han pasado las horas, y las luces distintas; los videntes y los ciegos han pasado —la plaza está vacía—; los torpes han pasado, y los despiertos, y los del pie descalzo y la sandalia rota; los de la cera, los del fuego, los de la miel, los del dolor pasaron... La plaza, sola. Un hombre, solo, en medio. Del Señor que llamaba, apenas queda una huella levísima en el suelo. Se detuvo en la arena como si algo le faltara. Miró a su espalda. Luego llamó otra vez. Y otra. Y todavía otra. Pero ya nadie oía; pero nadie abrió los balcones, las ventanas, las torpes barricadas de su encierro. El hombre, el hombre, qué delgada ruina, qué abdicación, qué torre sin cimiento, qué nube hacia otras nubes deshilándose, qué carbón imposible hacia otro fuego. El hombre, el hombre, el hombre, el hombre, el hombre, qué redoble de letras en un cuero rajado, qué bandera mancillada, qué cristal defendiéndose en el cieno, qué fuerza para nada, contra nada, qué rama malherida por el viento, qué triste perdidizo en la tristeza, qué soledad en soledad naciendo... El hombre, el hombre, todavía el hombre; yo, el hombre, ya lo he dicho; yo, en el miedo de un bosque, en las fronteras de una isla —el agua junto al pie, y el alma al cuello—; yo, el hombre, sí, yo mismo, yo, más solo que tú, hombre como yo; tanto o más lejos de la verdad que tú; más horas, años esperando que tú, o acaso menos, o acaso más... Oh, qué torpeza el hombre; oh, qué locura el hombre; oh, qué destierro, qué curva sin salida, qué raíces sucias de tierra, qué turbión, qué dédalo, qué picador en lo hondo de una mina sin la luz encendida del minero... El hombre yo, lo he dicho ya, creía que siempre habría más, que habría tiempo para más... ¿Para qué, niño de Batres? ¿Para qué que no sea tu silencio junto al pan en la tarde; con tus ojos volcados en la nada, en Dios inmersos?... El hombre, yo, junto al girar del cántaro, que busca sin descanso, aquí, en el centro de la plaza, a la orilla del arado, o en el arado mismo, junto al hierro resplandeciente de la vertedera, ¿está definitivamente ciego?... Vas a pasar, Señor, ya sé quien eres; tócame por si no estoy bien despierto. Soy el hombre, ¿me ves?, soy todo el hombre. Mírame Tú, Señor, si no te veo. No hay horas, no hay reloj, ni hay otra fuerza que la que Tú me des, ni hay otro empleo mejor que el de tu viña... Pasa... Llama... Vuelve a llamarme... ¿Qué hora es? No cuento ya bien. ¿Es la de sexta?, ¿la de nona?, ¿la undécima? ¿O ya es tarde? Pasa... Quiero seguir, seguirte... Llama. Estoy perdido; estoy cansado; estoy amando, abriendo mi corazón a todo todavía... Dime que estás ahí, Señor; que dentro de mi amor a las cosas Tú te escondes, y que aparecerás un día lleno de ese amor mismo ya transfigurado en amor para Ti, ya tuyo... El ciego, el sordo, anda, tropieza, vacilante, por la plaza vacía. Ya no siento quién soy. No me conozco... ¡ Grita! ¡ Nómbrame, para saber que todavía es tiempo!... Hace frío... ¿Será que la hora undécima ha sonado en la nada?... Avanzo, muerto de impaciencia de estar en Ti, temblando de Ti, muerto de Dios, muerto de miedo. Yo soy el hombre, el hombre, tu esperanza, el barro que dejaste en el misterio.
POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA ANTOLOGÍA (1939 -1964) * * SELECCIÓN, DE LEOPOLDO DE LUIS
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JOSÉ GARCÍA NIETO |
LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO
OH CRUZ FIEL, ÁRBOL ÚNICO EN NOBLEZA
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