EL JUSTO DIFUNTO

 


El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. Una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia y la edad avanzada, una vida intachable. Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó. Lo arrebató para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma. Pues la fascinación del mal oscurece el bien y el vértigo de la pasión pervierte una mente sin malicia.

Maduró en poco tiempo, cumplió muchos años. Como su vida era grata a Dios, se apresuró a sacarlo de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende, ni les cabe esto en la cabeza: la gracia y la misericordia son para sus elegidos y la protección para sus devotos.

El justo difunto condena a los impíos aún vivos: juventud madura en poco tiempo, afrenta para la longevidad del perverso. La gente ve la muerte del sabio, pero no comprende los designios divinos sobre él, ni por qué lo pone a salvo el Señor. Lo ven y lo desprecian, pero el Señor se ríe de ellos. Bien pronto serán cadáveres sin honra, oprobio para siempre entre los muertos. Pues el Señor los precipitará de cabeza, sin dejarles rechistar, los sacudirá de sus cimientos y quedarán totalmente asolados; vivirán sumidos en el dolor y su recuerdo se perderá. Al rendir cuenta de sus pecados, comparecerán asustados y sus delitos se levantarán contra ellos para acusarlos.

(Del Libro de la Sabiduría, Sb 4,1; St 1,27)

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