LA LUZ QUE ELLA ENCENDIÓ EN MI VIDA SIGUE ARDIENDO (PRECIOSA ANÉCDOTA DE SANTA TERESA DE CALCUTA)


La siguiente es una historia que Madre Teresa contó y que ilustra maravillosamente el corazón de su vida y su misión. Además, nos invita a cada uno a «ser Su luz» participando en estos humildes actos de amor y de compasión, que parecen insignificantes pero que, en realidad, son nada menos que el medio de irradiar el amor de Dios a cada persona con la que nos encontramos y transformando así, poco a poco, la oscuridad del mundo en Su luz.



Nunca olvidaré la primera vez que llegué a Bourke a visitar a las hermanas. Fuimos a las afueras de Bourke. Allí había una gran reserva donde los aborígenes vivían en esas pequeñas chozas hechas de hojalata, cartones viejos y demás. Entré en uno de esos pequeños cuchitriles. Lo llamo casa, pero en realidad era sólo una habitación, y dentro de la habitación estaba todo. Y le dije al hombre que vivía allí, «Por favor, deje que le haga la cama, que lave su ropa, que limpie su cuarto». Él no cesaba de decir: «Estoy bien, estoy bien.» «Pero estará mejor si me deja hacerlo», le dije.

Por fin me lo permitió. Me lo permitió de tal modo que, al final, sacó del bolsillo un sobre viejo, que contenía otro sobre y otro más. Empezó a abrir uno tras otro, y dentro había una pequeña fotografía de su padre que me dio para que la viera. Miré la foto, le miré a él y le dije: «Usted se parece mucho a su padre.» Rebosaba de alegría de que yo pudiera ver el parecido con su padre en su rostro. Bendije la foto y se la entregué, y otra vez, un sobre, un segundo sobre, un tercer sobre, y la foto volvió de nuevo al bolsillo cerca de su corazón.

Después de limpiar la habitación en una esquina encontré una gran lámpara llena de polvo y le dije: «¿No enciende esta lámpara, esta lámpara tan bonita? ¿No la enciende?» Él contestó: «¿Para quién? Hace meses y meses que nadie ha venido a verme. ¿Para quién la voy a encender?» Entonces dije: «¿La encendería si las Hermanas vinieran a verle?» Y él respondió: «Sí.» Las hermanas comenzaron a ir a verle durante sólo cinco o diez minutos al día, pero empezaron a encender esa lámpara. Después de un tiempo, él se fue acostumbrando a encenderla. Poco a poco, poco a poco, las Hermanas dejaron de ir. Pero al pasar por la mañana, le veían. Después me olvidé de esto, y al cabo de dos años él mandó que me dijeran: «Díganle a Madre, mi amiga, que la luz que ella encendió en mi vida sigue ardiendo.»

Fuente: Ven, se mi luz

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