LUCHA CONTRA LA PROPIA CARNE

El mundo y el demonio son nuestros principales enemigos externos. Pero llevamos todos encima un enemigo interno mil veces más terrible que los otros dos: nuestra propia carne. 

Al mundo se le puede vencer con relativa facilidad despreciando sus pompas y vanidades; el mismo demonio, como acabamos de ver, no resiste al poder sobrenatural de un poco de agua bendita; pero nuestra propia carne nos tiene declarada a todos una guerra sin cuartel, y es dificilísimo ponerse totalmente a cubierto de sus exigencias y terribles acometidas. 

De dos modos muy distintos—aunque se expliquen y complementen mutuamente—nos hace guerra nuestra propia carne, convirtiéndose en el mayor enemigo de nuestra alma: 

a) por su horror instintivo al sufrimiento.

b) por su afán insaciable de gozar.

El primero es un gran obstáculo—acaso el mayor de todos—para la propia santificación, que supone indispensablemente la perfecta renuncia de sí mismo y una abnegación heroica; el segundo puede comprometer incluso nuestra misma salvación eterna. Es, pues, urgentísimo buscar la manera de contrarrestar y anular esas dos tendencias tan peligrosas. 

¿Cómo podemos hacerlo? He aquí algunos remedios:

-Mortificarse en las cosas lícitas, por ejemplo dejando de comer algo apetitoso y elegir algo que nos guste menos.

-Sufrir con calma las punzadas del dolor.

-Combatir la ociosidad.

-Huir de las ocasiones peligrosas.

-Recordad la Pasión de Cristo.

-Hacer oración humilde y perseverante.

-Tener una entrañable devoción a María

-Frecuentar los sacramentos.


-Antonio Royo Marín, teología de la perfección cristiana-

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