CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS
------------- Rafael Palmero Ramos ------------
Obispo emérito de Orihuela, Alicante


El SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES profesa la fe en el perdón de los pecados. El mensaje central del perdón de Dios , que recorre las páginas bíblicas desde el principio hasta el final, ha sido incorporado al Credo por la Iglesia con la fórmula: credo in remissionem pecatorum (artículo XI)
Con este artículo del Credo, la Iglesia nos invita a creer como verdad revelada de fe que el pecado tiene perdón; no hay, por tanto, falta alguna por grave que sea, que no pueda perdonar la Iglesia. "No hay nadie tan perverso y culpable que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero" (catecismo romano 1,11,5).
Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que en su Iglesia estén sempre abiertas las puertas al perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf.Mt 18,21-22)
Ahora bien, el perdón de los pecados no solo lo alcanzó Cristo con su muerte y resurrección, sino que lo quiso prolongar a través de su Iglesia cuando confirió a los apóstoles su poder de perdonar a través de los sacramentos del bautismo y la confesión. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 22-23)
EL PERDÓN
La iniciativa del perdón es de Dios Padre, que es la fuente de toda misericoridia y perdón. Si nosotros podemos volver a Dios, es porque Dios ha venido primero a nosotros, porque nos ha salvado por la muerte y resurrección de Cristo.
El Espíritu Santo es el que nos mueve a la conversión.
La conversión es algo que acontece en el corazón del hombre, pero que no puede quedar en la interioridad del mismo. La conversión y el arrepentimiento necesitan expresarse, decirse, plasmarse en obras, para, de este modo, reconocer su propia verdad.
El pecador que por sus pecados se alejó de la Iglesia, por la confesión debe manifestar el deseo sincero de volver a ella.
El valor de la confesión está en la conversión que le precede. Podemos decir que la conversión es el elemento central de los actos del penitente.
La confesión no debe reducirse a una mera enumeración de pecados, sino que debe ser a la vez confesión de fe en la misericordia divina.
El sacramento se centra no en el pecado, sino en la conversión y la misericordia de Dios, porque el amor de Dios es más grande que el pecado. No obstante, el reconocimiento del pecado es el punto de partida para la conversión y la reconciliación. Quien no tiene conciencia de pecado no siente necesidad de pedir perdón.
El pecado existe porque existe el poder del mal.


MEDIACIÓN SACRAMENTAL DE LA IGLESIA
Nos encontramos con muchos cristianos que dicen:
"Yo me entiendo directamente con Dios; yo me confieso con Él". Estas expresiones denotan una actitud que considera la mediación eclesial  y sacramental como necesarias para la relación personal con Dios.
El perdón de Dios no es abstracto, etéreo, que cae del cielo, algo descarnado para lo que Dios en último término no necesita ni de la Iglesia ni de los sacramentos.
La esencia del sacramento de la reconciliación es recomponer una amistad rota, y requiere un diálogo, como decía Benedicto XVI, un "diálogo de salvación".
Sólo se considera de verdad perdonado quien tiene la seguridad de que su ofensa fue conocida y valorada por el que perdona. En la dimensión eclesial y sacramental de la celebración del perdón debemos recordar una vez más , que el pecado no es sólo ofensa y separación de Dios, sino también ofensa y separación de la Iglesia.  Por esta mediación eclesial surge la necesidad del diálogo reconciliador entre el pecador y la Iglesia. El penitente ha de explicitar su petición concreta de perdón.
El perdón de Dios, vivido, aceptado y celebrado sacramentalmente se encuentra en la comunión restablecida, en la reconciliación eclesial, en el encuentro con la comunidad eclesial dañada por el pecado.


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