EL SERVICIO A LOS POBRES HA DE SER PREFERIDO A TODO

 


Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores.


San Vicente de Paúl, presbítero

CONTEMPLACIÓN ANTE LA CRUZ DE CRISTO (Ángel Moreno)

 


No comprendo, Señor, tu Cruz, y la mía me duele demasiado como para entretenerme en ella complacido. Pero ante ti crucificado no puedo entregarme a discursos mentales, y decido adorarte, rindo mi pensamiento, agradecido y sin sentir humillación.

Ante tu Cruz, como ante la cruz de quienes sufren de muchas maneras, no sirve la evasión ni la ideología sobre el mal o sobre la posible injusticia que lo provoca. Me envuelve el silencio, me sobrecoge el dolor, hasta siento que me paralizo, un tanto escandalizado, porque vivo con recursos abundantes, lejos de quienes no tienen más que la enfermedad, la pobreza y la marginación.

Tú me enseñas a compadecer, más que escandalizarme de mí mismo o a justificarme en mi suerte.

Señor Jesucristo, el arte te ha representado de muchas formas crucificado, queriendo expresar lo inabarcable de tu amor. Hay quienes te imaginan y presentan con la belleza de un cuerpo perfecto, coronado como rey; otros, en cambio, te muestran deshecho, maltratado, sangrante. Es muy difícil plasmar cuanto quieres decirnos con el signo más elocuente del amor, que es dar la vida.

Prefiero, dentro de la admiración que me produce toda iconografía de tu cuerpo entregado, y la contemplación de las formas estéticas, atravesar la puerta de tu costado e introducirme en lo más hondo del misterio, que no sé describir, pero sé que es tu amor el que me abraza y responde a toda mi necesidad de relación.

Jesucristo, sé que no vale mirarte a ti, por dramática que sea la representación, y rehuír la mirada ante los que sufren. La contemplación de tu Cruz me ayuda a la hora de seguirte con la mía, y de prestar mis manos en socorro del peso que otros llevan.

Tienes razón al decir que quien desee ser discípulo tuyo que tome su cruz y te siga. He comprendido que Tú acompañas a cada uno, que no vamos solos por el camino del seguimiento, que Tú nos precedes, haces de guía y nos estimulas al mostrarnos la posibilidad de avanzar por el camino de la entrega.

Tú nos acompañas con la cruz a cuestas, y nos invitas a ir detrás de ti sin refugiarnos en nuestro dolor, ni evadirnos de ayudar en lo posible a quienes soportan una carga mayor sobre sus hombros.

He comprendido que tanto ante la Cruz como ante ti en ella, solo es posible detenerse de manera positiva si se mantiene una relación íntima contigo. Ante tu cuerpo desnudo en la Cruz no sirve la estética, sino solo el silencio, la adoración, el sobrecogimiento.

Solo en la intimidad cabe besarte, amarte sin pudor, y sentir en tu entrega el mejor gesto, la palabra cumplida, la ternura sin dominio.

Cómo acompaña en la intimidad saberme en tu Cruz, y comprender que por ella, has hecho de la mía título de amor y profecía de bendición.

Tu adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu santa Cruz redimiste el mundo.

PIEDRAS DEL EDIFICIO ETERNO

 


Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra madre, la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia. Y así es en verdad.

Toda alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una piedra constituida para levantar un edificio eterno. Al constructor que busca erigir una edificación le conviene ante todo pulir lo mejor posible las piedras que va a utilizar en la construcción. Lo consigue con el martillo y el cincel. Del mismo modo el Padre celeste actúa con las almas elegidas que, desde toda la eternidad, con suma sabiduría y providencia, han sido destinadas para la erección de un edificio eterno.
El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.
Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza, entregaros a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.
No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran vuestras almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la afrenta de Dios. Que os baste saber que en toda vuestra vida nunca habéis ofendido al Señor que, por el contrario, ha sido honrado más y más.
Si este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no porque quiera vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque pone a prueba todavía más vuestra fidelidad y constancia y, además, os cura de algunas enfermedades que no son consideradas tales por los ojos carnales, es decir, aquellas enfermedades y culpas de las que ni siquiera el justo está inmune. En efecto, dice la Escritura: «Siete veces cae el justo» (Pr 24, 16).
Creedme que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos, porque entendería que el Señor os quiere dar menos piedras preciosas... Expulsad, como tentaciones, las dudas que os asaltan... Expulsad también las dudas que afectan a vuestra forma de vida, es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y que os resistís a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no proceden del buen espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que intentan apartaros de la perfección o, al menos, entorpecer el camino hacia ella. ¡No abatáis el ánimo!
Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias: todas las cosas son delicadezas de su amor. Os deseo que entreguéis el espíritu con Jesús en la cruz: «Todo está cumplido» (Jn 19, 30).
-San Pío de Pietrelcina, presbítero-


YO CURARÉ TUS EXTRAVÍOS (Teodoreto de Ciro, obispo)

 


Jesús acude espontáneamente a la pasión que de él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos, increpando en cierta ocasión a Pedro por haber aceptado de mala gana este anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: Yo soy a quien buscáis. Y cuando lo acusaban no respondió, y, habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó.
Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se labraba su propio desastre y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones, siendo así contado entre los homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura por burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.
Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero él, inmune de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo - dice san Pablo- nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa: brotará para ti cardos y espinas.
Con la hiel, cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida mortal y pasible. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.
Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su error engendró la muerte, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos nos renueva en el baptisterio y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por el bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.
(Teodoreto de Ciro, obispo)

POEMAS DE JOSÉ GARCÍA NIETO

 


GRACIAS, SEÑOR... Gracias, Señor, porque estás todavía en mi palabra; porque debajo de todos mis puentes pasan tus aguas. Piedra te doy, labios duros, pobre tierra acumulada, que tus luminosas lenguas incesantemente aclaran. Te miro; me miro. Hablo; te oigo. Busco; me aguardas. Me vas gastando, gastando. Con tanto amor me adelgazas que no siento que a la muerte me acercas... Y sueño... Y pasas...

 NOCHE DE LA CIUDAD... Noche de la ciudad. Dios está cerca. Entre tantas orillas yo ensayo mis palabras: son sólo cercanías. Las miradas, los árboles se alzan, se acercan, vibran junto a la noche unánime donde el verso se afirma. ¿A qué? ¿Por qué? ¿Quién habla...? En el silencio giran  las estrellas , los nombres. Dios es Dios en la cima. 


EL OFICIANTE Eres, Señor. Y estás. Y así te vivo cuando tu nombre hasta mi verso llega. Entonces soy la tierra que se anega, y tiemblo bajo el agua que recibo. Como una miel que tercamente libo, rebrilla tu palabra entre mi siega de palabras... Ya sé; la cárcel ciega de mi mano no es digna del cautivo. Pero yo te convoco y Tú desciendes; toco la luz y el corazón me enciendes. Luego te entrego a los demás, Dios mío. Puente soy que a tu paso me resiento; hambre tengo y te doy por alimento, y abajo, con la muerte, suena el río. 

ORACIÓN EN UNA PRIMAVERA Gracias, Señor, por este ramo de agua que llega del aire hasta los campos, hasta el bosque, hasta el huerto; gracias por tu palabra, de nuevo en el desierto, prometiendo las horas frutales de la siega. Gracias por tanta gracia, tanta cuidada entrega, por tanto ardor temblando desde el terreno yerto; gracias por estas flores primeras que han abierto ojos de luz a tanta claridad honda y ciega. Gracias porque te he visto latiendo en los bancales, favoreciendo, urdiendo, los tiernos esponsales del verdor con la tierra, la rosa con la rama. Gracias porque me enseñas a ser en lo que era, a olvidar mis estiajes en esta primavera... Gracias porque es llegado el tiempo del que ama. 

EL HACEDOR Entra en la playa de oro el mar y llena la cárcava que un hombre antes, tendido, hizo con su sosiego. El mar se ha ido y se ha quedado, niño, entre la arena. Así es este eslabón de tu cadena que como el mar me has dado. Y te has partido luego, Señor. Mi huella te ha servido para darle ocasión a la azucena. Miro el agua. Me copia, me recuerda. No me dejes, Señor; que no me pierda, que no me sienta dios, y a Ti lejano... Fuimos hombre y mujer, pena con pena, eterno barro, arena contra arena, y sólo Tú la poderosa mano. 

LA HORA UNDÉCIMA (Fragmento) En la sombra sin nadie de la plaza, la espalda de la amada y su silencio; en la sombra sin nadie de la plaza, aquel niño de Batres, mudo y quieto; en la sombra sin nadie de la plaza, mis hijos, solos, vadeando el sueño... Y han pasado las horas, y las luces distintas; los videntes y los ciegos han pasado —la plaza está vacía—; los torpes han pasado, y los despiertos, y los del pie descalzo y la sandalia rota; los de la cera, los del fuego, los de la miel, los del dolor pasaron... La plaza, sola. Un hombre, solo, en medio. Del Señor que llamaba, apenas queda una huella levísima en el suelo. Se detuvo en la arena como si algo le faltara. Miró a su espalda. Luego llamó otra vez. Y otra. Y todavía otra. Pero ya nadie oía; pero nadie abrió los balcones, las ventanas, las torpes barricadas de su encierro. El hombre, el hombre, qué delgada ruina, qué abdicación, qué torre sin cimiento, qué nube hacia otras nubes deshilándose, qué carbón imposible hacia otro fuego. El hombre, el hombre, el hombre, el hombre, el hombre, qué redoble de letras en un cuero rajado, qué bandera mancillada, qué cristal defendiéndose en el cieno, qué fuerza para nada, contra nada, qué rama malherida por el viento, qué triste perdidizo en la tristeza, qué soledad en soledad naciendo... El hombre, el hombre, todavía el hombre; yo, el hombre, ya lo he dicho; yo, en el miedo de un bosque, en las fronteras de una isla  —el agua junto al pie, y el alma al cuello—; yo, el hombre, sí, yo mismo, yo, más solo que tú, hombre como yo; tanto o más lejos de la verdad que tú; más horas, años esperando que tú, o acaso menos, o acaso más... Oh, qué torpeza el hombre; oh, qué locura el hombre; oh, qué destierro, qué curva sin salida, qué raíces sucias de tierra, qué turbión, qué dédalo, qué picador en lo hondo de una mina sin la luz encendida del minero... El hombre yo, lo he dicho ya, creía que siempre habría más, que habría tiempo para más... ¿Para qué, niño de Batres? ¿Para qué que no sea tu silencio junto al pan en la tarde; con tus ojos volcados en la nada, en Dios inmersos?... El hombre, yo, junto al girar del cántaro, que busca sin descanso, aquí, en el centro de la plaza, a la orilla del arado, o en el arado mismo, junto al hierro resplandeciente de la vertedera, ¿está definitivamente ciego?... Vas a pasar, Señor, ya sé quien eres; tócame por si no estoy bien despierto. Soy el hombre, ¿me ves?, soy todo el hombre. Mírame Tú, Señor, si no te veo. No hay horas, no hay reloj, ni hay otra fuerza que la que Tú me des, ni hay otro empleo mejor que el de tu viña... Pasa... Llama... Vuelve a llamarme... ¿Qué hora es? No cuento  ya bien. ¿Es la de sexta?, ¿la de nona?, ¿la undécima? ¿O ya es tarde? Pasa... Quiero seguir, seguirte... Llama. Estoy perdido; estoy cansado; estoy amando, abriendo mi corazón a todo todavía... Dime que estás ahí, Señor; que dentro de mi amor a las cosas Tú te escondes, y que aparecerás un día lleno de ese amor mismo ya transfigurado en amor para Ti, ya tuyo... El ciego, el sordo, anda, tropieza, vacilante, por la plaza vacía. Ya no siento quién soy. No me conozco... ¡ Grita! ¡ Nómbrame, para saber que todavía es tiempo!... Hace frío... ¿Será que la hora undécima ha sonado en la nada?... Avanzo, muerto de impaciencia de estar en Ti, temblando de Ti, muerto de Dios, muerto de miedo. Yo soy el hombre, el hombre, tu esperanza, el barro que dejaste en el misterio. 

POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA ANTOLOGÍA (1939 -1964) * *  SELECCIÓN, DE LEOPOLDO DE LUIS 

JOSÉ GARCÍA NIETO


LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO

 


Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.
También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
(San Andrés de Creta)

OH CRUZ FIEL, ÁRBOL ÚNICO EN NOBLEZA


 

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

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¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

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TRES POESÍAS DE SANTA TERESA DE LISIEUX

 



UN LIRIO ENTRE ESPINAS

Señor, me has elegido
desde mi tierna infancia
puedo en verdad llamarme
la obra de tu amor.
¡Cómo quisiera yo poder,
Dios mío, pagarte, agradecida,
devolviéndote amor.

Jesús, Amado mío,
¿qué privilegio es éste?
Yo, pobrecita nada,
¿qué había hecho por ti?
¡Y me veo en el blanco
cortejo de las vírgenes
que componen tu corte,
dulce y divino Rey!


Sabes que soy, Dios mío,
pura debilidad,
sabes también, Señor,
que no tengo virtud.
Pero igualmente sabes
que mi único amigo,
el único a quien yo amo,
el que me ha cautivado,
eres tú, mi Jesús.

Cuando en mi joven corazón
la llama se encendió del amor,
tú viniste, Jesús,
a quemarte en tu fuego.
¡Y sólo tú pudiste
saciarme el alma entera,
pues mi urgencia de amar
era infinita!

Cual tierno corderillo
lejos de la majada,
jugueteaba alegre
ignorando el peligro.
Mas ¡oh Reina del cielo,
mis pastora querida!,
tu blanca, tu invisible,
dulce mano sabía protegerme.
Y así, aunque yo jugaba
al borde de los hondos precipicios,
ya tú me señalabas
la cumbre del Carmelo,
y ya yo comprendía
las austeras delicias
que habría de abrazar
para volar al cielo.

Si amas, mi Señor,
la pureza del ángel
-de ese brillante espíritu
que nada en el azul-,
¿no amarás la blancura
del lirio que se eleva
sobre el fango, del lirio
que tu amor
supo conservar limpio?
Si el ángel de alas rojas
goza de presentarse
ante tus ojos radiante de pureza,
yo me gozo también,
porque ya en este mundo
el ropaje que visto
al suyo se parece,
pues poseo el tesoro
de la virginidad...


MI ESPERANZA

Me encuentro en tierra extranjera
todavía, mas presiento
la futura, eterna dicha.
Quisiera dejar la tierra
para contemplar de cerca
las maravillas del cielo.

Soñando en aquella vida,
no siento de mi destierro
ni el peso ni la medida.
Pronto volaré, Dios mío,
hacia mi única patria,
¡volaré por vez primera!

Dame, Jesús, blancas alas
para emprender hacia ti,
rauda y alegre, mi vuelo.

Quiero verte, mi tesoro,
quiero volar a las playas
eternas de tu azul reino.

Quiero volar a los brazos
maternales de María,
y descansar en su trono,
que para mí es su regazo,
y de mi Madre querida
el dulce beso de amor
¡recibir por vez primera!.

No tardes en descubrirme,
¡oh, mi Amado!, la dulzura
de tu primera sonrisa.

Cumple mi ardiente delirio,
déjame estar escondida
en tu corazón divino.

¡Oh dichosísimo instante,
oh felicidad cumplida,
cuando escuche el dulce acento
de tu voz, y cuando pueda
de tu rostro el claro brillo
contemplar por vez primera!

Lo sabes bien, mi martirio,
mi único y solo martirio,
¡oh Corazón de Jesús!,
es tu amor, y si suspiro
por verte pronto en el cielo,
es para amarte, que amarte
más y más cada vez quiero.

En el cielo, emborrachada
dulcemente de ternura,
yo te amaré sin medida,
Jesús, te amaré sin ley.

Y esta mi felicidad
constante y eternamente
me parecerá tan nueva
¡como la primera vez!



EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR


Hay en la tierra un árbol, árbol maravilloso,
cuya raíz se encuentra, ¡oh misterio!, en el cielo.

Acogido a su sombra, nada ni nadie te podrá alcanzar;
sin miedo a la tormenta, bajo él puedes descansar.

El árbol inefable lleva por nombre «amor».
Su fruto deleitable se llama «el abandono».

Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad,
mi alma se recrea con su divino aroma.

Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro.
Al llevarlo a la boca, me parece más dulce todavía.

Un mar de paz me da ya en este mundo,
un océano de paz, y en esta paz profunda descanso para siempre.
El abandono, sólo el abandono a tus brazos me entrega,
¡oh Jesús mío!, y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.

A ti, divino Esposo, me abandono,
y no quiero nada más en la vida que tu dulce mirada.

Quiero sonreír siempre, dormirme en tu regazo
y repetirte en él que te amo, mi Señor.

Como la margarita de amarilla corola,
yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo.

Mi dulce sol de vida, mi amadísimo Rey,
es tu divina hostia pequeña como yo...

El rayo luminoso de tu celeste llama
hace nacer en mi alma el perfecto abandono.

Todas las criaturas pueden abandonarme,
lo aceptaré sin queja y viviré a tu lado.

Y si tú me dejases, ¡oh divino tesoro!,
aun viéndome privada de tus dulces caricias, seguiré sonriendo.

En paz yo esperaré, Jesús, tu vuelta,
no interrumpiendo nunca mis cánticos de amor.

Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme,
más alto que la alondra sabe volar mi alma

Encima de las nubes el cielo es siempre azul,
y se tocan las playas del reino de mi Dios.

Espero en paz la gloria de la celeste patria,
pues hallo en el copón el suave fruto ¡el dulcísimo fruto del amor!


Fuente: Poesías, Obras completas de santa Teresa de Lisieux

CONSEJOS Y EXHORTACIONES DE SANTA JUANA DE CHANTAL

 



EXHORTACIONES
Juana de Chantal

La mayoría de sus exhortaciones las dio en la sala de capítulo de sus conventos de manera formal.

"¿Queréis ser humilde, hija mía? Tratad de conoceros bien; desead que os reconozcan imperfecta; amad el desprecio, en todas sus formas y de cualquier parte que os venga. No ocultéis vuestros defectos; dejad que se vean, aceptando con cariño la abyección que de ellos os resulte. No dejéis nunca decaer vuestro corazón por alguna falta que podáis cometer. Desconfiad de vos misma y confiad única e incesantemente en Dios, persuadida de que, no pudiendo nada por vos, todo lo podéis con su gracia y poderosa ayuda." -a sus hijas espirituales de la Orden de la Visitación.

En un retiro de Navidad

"(Jesucristo) es un Señor tan grande, rico y poderoso, que no tiene necesidad de nuestros bienes. ¿Qué presentes podremos, pues, hacerle, si todo el mundo es suyo? Es preciso ofrecerle almas puras y corazones limpios y blancos y vacíos de todas las cosas terrenas; fijaos que nuestras almas han de estar muy limpias para ser ofrecidas a este Niño divino, que nace en este día, el cual es Autor de toda pureza y santidad. He aquí el más grato presente que podemos hacerle: un corazón limpio, contrito y humillado. Él no quiere de nosotras más que el corazón."


Sobre las cualidades que debe tener nuestro trato y nuestro afecto hacia el prójimo

"Mis queridas Hermanas, no nos hagamos ilusiones; es preciso que nuestro afecto, para ser bendecido por Dios, sea común e igual, pues el Salvador no ha mandado que se amara más a unos que a otros, sino que ha dicho: Amarás al prójimo como a ti mismo.

Pensamos a veces que nuestros afectos son muy puros; pero delante de Dios es muy diferente; el afecto que es del todo puro no mira más que a Dios, no aspira más que a Dios y no pretende más que a Dios. Yo amo a mis Hermanas porque veo a Dios en ellas y porque Dios lo quiere así... Vuestra caridad es falsa si no es igual, general y completa con todas vuestras Hermanas, de manera que seáis tan suave con una como con otra. El motivo del amor que profesáis a vuestras Hermanas no debe estar fundado más que en el seno de Dios; si está fuera de ahí, no vale nada. ...cuanto esta unión con nuestras Hermanas sea más pura, más general y más entera, tanto mayor será nuestra unión con Dios."


También les dio Conferencias, las cuales representan las conversaciones espirituales con las Hermanas durante sus tiempos de recreación diaria, en un estilo informal y conversacional.

Sobre la reforma del alma

"En verdad, mis queridas hijas, es por falta de conocernos bien por lo que nos asombramos de vernos defectuosas, pues presumimos tanto de nosotras, que siempre esperamos algo bueno; nos engañamos, y Ntro. Señor mismo permite que caigamos, algunas veces bien torpemente, a fin de que nos conozcamos...

Este conocimiento de nosotras mismas consiste en que debemos creer, con gran certidumbre de fe, que no somos nada, que no podemos nada; que somos débiles, flacas e imperfectas, aficionando nuestra voluntad a amar nuestra pobreza y miseria.

La reforma del alma comienza: por el conocimiento de sí misma y la confianza en Dios; el propio conocimiento nos hará ver que hay en nosotras muchas cosas que corregir y reformar, y que, sin embargo, no podremos llevarlo a cabo por nosotras mismas; la confianza en Dios nos hará esperar que todo lo podemos en Él y que, con su gracia, todas las cosas nos serán posibles y fáciles."


Sobre la caridad y la pureza de intención

"Alguna vez podrá ocurrir que una Hermana nos haya molestado, que nos haya hecho alguna mala partida, o que no le tengamos simpatía; otra vendrá a hablarnos bien de ella, y contestaremos con medias palabras que rebajarán todo aquel bien y harán como una gota de aceite que cae en la tela, una mancha irremediable en el corazón de aquella Hermana con quien hablamos. Y notad que todo el mal que haga la Hermana a consecuencia de esa mala impresión que nosotras le hayamos causado cargará sobre nuestra conciencia, y seremos culpables de ello y castigadas severamente. Dios dice que odia seis cosas, pero que la séptima la abomina, y son aquellos que desunen los corazones y siembran la discordia entre los hermanos."


Sobre el amor propio y los perjuicios que causa en el alma

"Cuando uno se ha vencido o ha ejecutado alguna buena acción, se siente cierta complacencia y satisfacción que lo estropea todo, y nos lo hace perder todo, si no ponemos mucho cuidado. ¡Qué desgracia cuando, después de haber hecho algunos sacrificios, alguna auto-negación de actitudes o palabras o cualquier otra cosa, terminamos complaciéndonos en nosotras mismas! Pero mirad: si no se puede nunca, o rara vez, hacer el bien sin que nos quede alguna satisfacción, esto no es malo; la que echa a perder todo es el entretenerse y complacerse en ello.

Y ¿qué hacer entonces? Hay que ahuyentar y aniquilar todos los pensamientos de complacencia y vana satisfacción, humillarse y procurar su desprecio, dar a Dios la gloria de todo y reconocer que nada podemos por nosotras mismas. O sea que no se debe buscar más que la gloria de Dios en todas las cosas y no hacer nada sino para complacerle."


Les inculcaba y transmitía a sus hijas un amor profundo al Corazón de Jesús y al Corazón de María. Las Instrucciones sobre la oración y la vida espiritual se dirigían a las novicias y a sus maestras.

Sobre "la confianza que debemos tener
en la infinita sabiduría, bondad y omnipotencia de Dios":

"...Consideraba que Ntro. Señor ha permitido que desde el tiempo de los Apóstoles haya habido siempre herejías, y toleraba que se adorara a los perros, gatos y otra suerte de ídolos, como si fueran verdaderos dioses; y pensar que nosotras, miserables criaturas como somos, nos queremos preferir a las demás; queremos que nos estimen, y nos disgustamos cuando no hacen más caso de nosotras que de las demás; ¡y, no obstante, vemos que el Hijo de Dios ha sufrido tantos desprecios!


Sobre las palabras de Ntro. Señor:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo..."

"Estas palabras son el fundamento de toda la perfección cristiana y religiosa. Negarse a sí mismo es renunciar a toda la voluntad de la carne, a todas nuestras inclinaciones, deseos, contentos, satisfacciones, delicadezas, gustos, placeres, humores, hábitos, propensiones, aversiones y repugnancias a las cosas ásperas; en fin, renunciar en todo y por todo a ese perverso yo. Luchar por destruir vuestros caracteres, pasiones e inclinaciones; en una palabra, toda nuestra naturaleza; y esto, con enérgica voluntad y con una generosa y perseverante mortificación de todo vuestro ser.

Es necesario saber que solamente hay que mortificar las inclinaciones imperfectas o de cosas malas, y no las buenas o las que tenemos a cosas buenas; por ejemplo: me mandan hacer un trabajo y yo me siento inclinada a hacer otro; hay que mortificar esta inclinación y sujetarla a la obediencia. Pero me dan a hacer un trabajo que me gusta: no debo entonces, bajo el pretexto de mortificar mi inclinación, rehusar dicho trabajo, sino ofrecer a Dios esta labor y decir: la hago, no por la inclinación que a ella siento, sino porque la obediencia me lo manda (o, en el caso de los laicos: Lo hago por amor a ti, Señor; o, porque es mi obligación)."


Es necesario aclarar que todos estos pasos de la vida espiritual hacia la santidad, los vivía y enseñaba Santa Juana, al igual que todos los santos, con gran gozo y amor, ya que los mandatos del Señor, lejos de ser una carga, "son dulces como la miel para quien ama a Dios", como decía S. Francisco de Sales.

En todas las conversaciones y cartas de Sta. Juana de Chantal, el pensamiento más importante era, sin duda, la mayor gloria de Dios y la santificación de las almas.


Podemos concluir compartiendo una visión que experimentó San Vicente de Paul

"San Vicente de Paúl me contó que, habiendo tenido noticias de la gravedad de la enfermedad de nuestra desahuciada Madre (Sta. Juana Fca. De Chantal), cayó de rodillas para rogar a Dios por ella, y el primer pensamiento que le vino, fue el de hacer un acto de contrición por los pecados que ella hubiera cometido, y que inmediatamente después, se le apareció un globito de fuego, que se levantaba de la tierra y se absorbía en la parte superior del aire con otro globo más grande y más luminoso y ambos se unieron en uno solo, fueron elevados más alto, entrando y ardiendo dentro de otro globo infinitamente más grande y más luminoso que los otros; y que él supo interiormente que el primer globo era el alma de Nuestra Carísima Madre, el segundo la de nuestro Bienaventurado Padre (S. F. de Sales) y el otro, la Esencia Divina, que el alma de nuestra queridísima Madre se había vuelto a unir a la de nuestro Padre, y las dos, con Dios, su Principio Soberano."

Él contó más adelante, que, "en la celebración de la Santa Misa por nuestra querida Madre apenas se enteró de que había pasado a mejor vida, se le ocurrió que debería rezar por ella, ya que podría estar en el purgatorio por ciertas palabras que había dicho hacía un tiempo, las cuales, al parecer, contenían pecado venialy al instante volvió a tener la visión, los mismos globos y su unión, y tuvo la convicción interior de que el alma de nuestra Madre estaba bendecida, que no tenia necesidad de oraciones."

Deseamos que el conocer sobre la vida y algunos rasgos de las enseñanzas de Sta. Juana de Chantal, cuyos restos descansan en el Monasterio de Annecy, Francia junto a los de San Francisco de Sales, sean de gran provecho para el lector, lo lleven a amar más y a desear las virtudes del Corazón de Ntro. Señor Jesucristo y de su Santísima Madre y a promover el reinado de estos Dos Corazones, a través de una vida de virtud auténtica, oración y sacrificio.

ES FUERTE EL AMOR, COMO LA MUERTE

 


Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor.
Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla.
Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas.
Este nuestro amor para con Cristo es como un intercambio de dos cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al nuestro. Porque él nos amó primero y, con el ejemplo de amor que nos dio, se ha hecho para nosotros como un sello, mediante el cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial, por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: «Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?»
Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.
Balduino de Cantorbery, obispo
De los tratados (Tratado 10: PL 204, 513-514. 516) 

Enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren

 


Ayer, 30 de mayo de este año de 1627, día de la Santísima Trinidad, saltó en tierra un grandísimo navío de negros de los Ríos. Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Entramos en sus casas, que parecía otra Guinea. Fuimos rompiendo por medio de la mucha gente hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y esta era su cama, con estar en carnes sin un hilo de ropa.
Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas, y entablamos aquel lugar, y trajimos en brazos los muy enfermos, rompiendo por los demás. Juntamos los enfermos en dos ruedas; la una tomó mi compañero con el intérprete, apartados de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso. Tomamos una teja de brasas y puesta en medio de la rueda junto a los que estaban muriendo, y sacando varios olores de que llevábamos dos bolsas llenas, que se gastaron en esta ocasión y dímosles un sahumerio, poniéndole encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima, ni hay que perder el tiempo en pedirles a los amos, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos.
De esta manera les estuvimos hablando, no con lengua sino con manos y obras, que, como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fue con provecho. Asentámonos después o arrodillámonos junto a ellos, y les lavamos los rostros y vientres con vino, y alegrándolos y acariciando mi compañero a los suyos y yo a los míos, les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo.
Hecho esto, entramos en el catecismo del santo bautismo y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ello y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande: Uno, remunerador, castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces, les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo Señor Nuestro en la Cruz, que se levanta de una pila bautismal y de sus sacratísimas llagas caen en ella arroyos de sangre, les rezamos, en su lengua, el acto de contrición.
(San Pedro Claver)




CÓMO FUE NOMBRADO SAN JOSÉ PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

 


En el siglo XIX, hubo un movimiento del sentir popular pidiendo la declaración del patrocinio de san José sobre toda la Iglesia. Entre los cientos de cartas que llegaron al escritorio de Pío IX estaba la de un sacerdote dominico, el Beato Juan José Lataste, en la que contaba al Papa que había ofrecido su vida para que llegase esa declaración pontificia.

El Papa, muy movido por esa petición en particular, en la Solemnidad de la Inmaculada de 1870, invocaba urbi et orbi ese patrocinio en las misas de todas las basílicas pontificias en que se leyó el Decreto Quemadmodum Deus de la Sagrada Congregación de Ritos.


DECRETO PUBLICADO EL DÍA 8 DE DICIEMBRE DE 1870
DURANTE LAS MISAS SOLEMNES CELEBRADAS EN LAS BASILICAS PATRIARCALES DE LA URBE

POR EL QUE SE DECLARA A SAN JOSÉ
PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL


DECRETUM URBIS ET ORBIS.


Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo Unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó Señor y Príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos. Porque tuvo por esposa a la inmaculada Virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel tomaría como pan bajado del cielo para la vida eterna. Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la Virgen Madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia. Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia Universal. Al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y desos durante el Santo Concilio ecuménico Vaticano[3] Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL; ordenando que su fiesta del 19 de marzo se celebrara en lo sucesivo con rito doble de primera clase, sin octava por motivo de caer en Cuaresma. También dispuso que esta declaración se publicara medainte el presente decreto de la Sagrada Congregación de Ritos en este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen madre de Dios y esposa del castísimo José.
Día 8 de diciembre de 1870

C. Episc. Oslien. et Velitern. Card. PATRIZI S. R. C. Praef.

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