QUE SAN JOSÉ ME AYUDE PARA RECIBIR A JESÚS


Esta mañana cuando acuda a la iglesia a participar en la Eucaristía imaginaré que entro en la sencilla y humilde casa de Nazaret, donde san José era el custodio y el cabeza de familia. Le pediré con sencillez que me presente a Jesús, a quien junto a María alojaba entre aquellas cuatro paredes formándole, amándole, enseñándole, cuidándole como Verbo hecho carne. Es lo mismo que ocurre cuando participas en la Santa Misa. Ahí esta presente san José, acompañando junto al altar a quien es el Verbo hecho pan.  

Que san José, siempre tan solícito a mis peticiones, me enseñe a hablarle, a ser intercesor ante su gracia, a ser receptor de mis anhelos, a ayudarme a recibirlo con más amor y devoción. Y una vez recibida la Hostia en mi interior salir del templo para ir a mi pequeño mundo familiar, social y profesional para ser transmisor de paz, de amor, de entrega, de generosidad y convertirme como él en un custodio que creer un entorno donde Cristo se digne a vivir porque en él reine la armonía y la paz. En esto San José fue un maestro. Él hizo lo posible para abrir su corazón y dar lo mejor de sí a María y a Jesús. Puso todo su empeño y su cuidado para todo al servicio de la humanidad de Cristo, nuestro Salvador. 


(Orar con el Corazón abierto)

SACERDOTES DEL SEÑOR

 



Vosotros, sacerdotes del Señor, que como antorchas ilumináis a todo el mundo, honrad vuestro ministerio. Esmeraos en la rectitud, servid al Señor con temor: porque os han comprado pagando un precio por vosotros.  

Dad pruebas continuamente de que sois servidores de Dios, llevando en vuestro cuerpo las marcas de Jesús y el distintivo de su milicia, en la abstinencia y la continencia, en la castidad y la sobriedad, en la paciencia y la humildad, en toda pureza y santidad, para que todo el que os vea sepa a quién pertenecéis y se cumpla en vosotros la palabra profética: Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios».

Sacerdotes del Señor, que Dios sea santificado en vosotros, para que en vosotros se manifieste tal cual es: santo, puro, incontaminado. Que por vuestra culpa no maldigan su nombre; que por vuestra culpa no pongan en ridículo nuestro servicio. Que aun en medio de un pueblo depravado y pervertido, vuestra conducta sea tal, que los que os vieren puedan decir: Estos son los auténticos sacerdotes del Señor y los verdaderos discípulos de Jesucristo y vicarios de los apóstoles; realmente éstos son la estirpe que bendijo el Señor.

Pensad en la dignidad del sacerdocio que se os ha conferido para consagrar y distribuir. Que vuestras manos, a las que les es dado tocar tan venerable sacrificio, estén limpias de toda corrupción y soborno.

Conservad limpios vuestros labios, para que podáis gustar qué bueno es el Señor. Que la boca del sacerdote rebose de acciones de gracias, de voces de alabanza, de oraciones, de súplicas, de invocaciones.


-Balduino de Cantorbery, obispo-

NO HAY QUE ESQUIVAR EL COMBATE SI SE AMA EL PREMIO


 

«Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos». El Reino de los cielos será tuyo después; ahora sé pobre de espíritu. 

Quizás me preguntes en qué consiste ser pobre de espíritu. El orgulloso no es pobre de espíritu; por tanto, el humilde es pobre de espíritu. El Reino de los cielos está en lo alto, pero el que se humilla será ensalzado.

Escucha lo siguiente: «Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra en herencia». ¿Quieres poseer ya la tierra? Procura no ser poseído por la tierra. La poseerás si eres manso; serás poseído si no eres manso. Cuando escuches el premio propuesto, la posesión de la tierra, no agrandes el bolsillo de la avaricia por la que quieres poseer ahora la tierra, excluyendo incluso a toda costa a tu vecino. ¡Que no te engañe esa manera de pensar! Poseerás verdaderamente la tierra cuando permanezcas unido al que hizo cielo y tierra. Ser manso consiste en no resistirte a tu Dios de modo que, cuando hagas el bien, sea Él mismo quien te agrade, no tú a ti mismo; pero, cuando sufras males justamente, no sea Él quien te desagrade, sino tú a ti mismo. No es poca cosa que, desagradándote a ti, le agrades a Él, pues le desagradarás si te agradas a ti.

Que se abra paso la tarea y el don: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados». Quieres ser saciado. ¿De qué? Si tu cuerpo desea ser saciado, una vez que hayas digerido esa saciedad, volverás a padecer hambre. Jesucristo dice: Quien beba de esta agua, volverá a tener sed. El medicamento aplicado a la herida, si la ha sanado, ya no duele; lo que se aplica contra el hambre, el alimento, se aplica de tal manera que sus efectos duran poco.

Pasada la saciedad, vuelve el hambre. Cada día acude el remedio de la saciedad, pero no se sana la herida de la debilidad. Así pues, tengamos hambre y sed de justicia para que seamos saciados por la justicia misma, de la que ahora tenemos hambre y sed. Seremos saciados de lo que estamos hambrientos y sedientos. Tenga hambre y sed nuestro hombre interior, porque tiene su alimento y bebida adecuados. Jesucristo dice: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Tienes el pan del hambriento; desea también la bebida del sediento, porque en ti está la fuente de la vida.

Escucha lo que sigue: «Bienaventurados los limpios de corazón, es decir los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios». Este es el fin de nuestro amor: el fin por el que somos perfeccionados, no por el que somos consumidos. El alimento tiene un fin, el vestido tiene un fin; el pan porque se consume al comerlo; el vestido porque se perfecciona al tejerlo. Uno y otro tienen un fin: pero un fin concierne a la consunción, y el otro a la perfección. Lo que hacemos, aunque sólo lo que hacemos bien, lo que construimos, lo que con ardor anhelamos de forma loable, lo que deseamos irreprochablemente, lo dejaremos de buscar cuando llegue la visión de Dios. ¿Qué busca el que está junto a Dios? ¿O que bastará a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios, buscamos ver a Dios, ardemos por ver a Dios. ¿Quién no? Pero observa lo que se dijo: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Prepárate para verlo. Me serviré del ejemplo del cuerpo: ¿por qué deseas la salida del sol cuando tienes los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, la luz será también un gozo; si los ojos no están sanos, la luz será un tormento. No se te dejará ver con el corazón impuro lo que sólo se puede ver con el corazón puro. Serás alejado, serás apartado, no verás.


-San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia-


HARÁ CON VOSOTROS GRANDES COSAS

 Nuestro fin es Dios, fuente de todo bien, y, como decimos en nuestra oración, sólo en él debemos confiar, y no en otros. 

Si tenéis auténtica fe y esperanza, hará con vosotros grandes cosas, él, que exalta a los humildes. 

Dios quiere probaros como al oro en el crisol. El fuego va consumiendo la ganga del oro, pero el oro bueno permanece y aumenta su valor. De igual modo se comporta Dios con su siervo bueno que espera y persevera en la tribulación. El Señor lo levanta y le devuelve, ya en este mundo, el ciento por uno de todo lo que dejó por amor suyo, y después le da la vida eterna.

Si vosotros perseveráis constantes en la fe en medio de las tentaciones, Dios os dará paz y descanso temporal en este mundo, y sosiego imperecedero en el otro.


-San Jerónimo Emiliani-


LA VIRGEN, LOS LIRIOS Y LAS PIEDRAS PRECIOSAS


 

La esposa vio a la Reina de los Cielos, la Madre de Dios, luciendo una preciosa y radiante corona sobre su cabeza, con su cabello extraordinariamente bello suelto sobre sus hombros, una túnica dorada con destellos de un brillo indescriptible y un manto del azul de un cielo claro y calmo. 

San Juan Bautista le dijo: 

La corona representa que ella es la Reina, Señora y Madre del Rey de los ángeles. Su cabello suelto indica que ella es una virgen pura e inmaculada. El manto del color del cielo quiere decir que ella está muerta a todo lo temporal siempre con la vista en el cielo. La túnica dorada significa que ella estuvo ardiente e inflamada en el amor a Dios, tanto internamente como en el exterior.

Su Hijo le colocó siete lirios en su corona y, entre los lirios, siete piedras preciosas. 

El primer lirio es su humildad; el segundo, el temor; el tercero, la obediencia; el cuarto, la paciencia; el quinto, la firmeza; el sexto, la mansedumbre, pues Ella amablemente da a todo el que le pide; el séptimo es su misericordia pues en cualquier necesidad que se encuentre un ser humano, si la invoca con todo su corazón, será rescatado. 

Entre estos lirios resplandecientes, su Hijo colocó siete piedras preciosas. 

La primera es su extraordinaria virtud, pues no existe virtud en ningún otro espíritu ni en ningún otro cuerpo que ella no posea con mayor excelencia.

La segunda piedra preciosa es su perfecta pureza, pues la Reina de los Cielos es tan pura que ni una sola mancha o pecado se ha encontrado nunca en ella pues El Rey de la gloria no podía haber estado sino en la más pura y limpia, en el vaso más selecto entre los seres humanos. 

La tercera piedra preciosa fue su hermosura, que llena de gozo a los santos ángeles y a todas las almas santas.

La cuarta piedra es su sabiduría.

La quinta piedra es su poder.

La sexta piedra preciosa es su radiante claridad, pues ella resplandece tan clara que aún arroja luz sobre los ángeles.

La séptima piedra preciosa es la plenitud de todo deleite y dulzura espiritual, pues está llena y repleta de gracia, más que todos los santos. 

¡Ella es verdaderamente digna de todo honor y alabanza!”


(Las Profecías y Revelaciones de Santa Brígida de Suecia)

JESÚS SUFRIÓ MCUHO AL VER SUFRIR A SU MADRE DURANTE LA PASIÓN



 El amor infinito de Jesús a su santa Madre llenó su Corazón de muy acerbos dolores al considerar los padecimientos que sufrió su Corazón virginal durante la pasión.

A llegar el tiempo de buscar y acompañar a su Hijo en los tormentos, sale de su casa al despuntar el día, silenciosa como el Cordero divino, muda como oveja va regando el camino con sus lágrimas.

Esta santa oveja suspira por la vista del divino Cordero. Al fin lo vio todo desgarrado por los azotes, su cabeza atravesada por crueles espinas, su adorable rostro amoratado, hinchado, cubierto de sangre y de salivazos, con una cuerda al cuello, las manos atadas, un cetro de caña en la mano y vestido con túnica de burla. Sabe él que allí está su Madre dolorosa, conoce ella que su divina Majestad ve los sentimientos de su Corazón traspasado por dolores no menores a los soportados por él en su cuerpo.

 Oye los falsos testimonios contra él y cómo es pospuesto a Barrabás, ladrón y homicida. Oye miles de voces que clamaban llenas de furor:  crucifícalo, crucifícalo (Jn. 19, 15). Escucha la cruel e injusta sentencia de muerte contra el autor de la vida, ve la cruz en la que se lo van a crucificar y cómo marcha hacia el calvario cargándola sobre sus espaldas. Siguiendo las huellas de su Jesús, lava con lágrimas el camino ensangrentado por su hijo. También soportaba en su Corazón cruz tan dolorosa como la que llevaba él en sus hombros

(San Juan Eudes)

NOCHE OSCURA


 

Cuanto más profundamente esté el alma unida a Dios, – cuanto más enteramente se haya entregado a su gracia: tanto más fuerte será su influencia en la configuración de la Iglesia.

...Cuanto más profundamente esté sumergida una época en la noche del pecado y en la lejanía de Dios: tanto más necesita de almas que estén íntimamente unidas a Él. Y, aún en estas situaciones, Dios no permite que falten tales almas. 

En la noche más oscura se forman los grandes profetas y santos.  Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística, permanece, en gran parte, invisible. 

Seguramente, los acontecimientos decisivos en la historia de la humanidad, fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia.  

Y, cuales sean estas almas, a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal: es algo que sólo experimentaremos en el día en que todo lo oculto será revelado.

Santa Edith Stein.

Vida Escondida y Epifanía.

6 de enero de 1940.

(OC,V)

ORACIÓN A SAN JOSÉ DESPUÉS DEL SANTO ROSARIO

 A ti, oh bendito José, venimos en nuestra tribulación, 
y habiendo implorado la ayuda de tu Santísima Esposa, 
invocamos confiadamente también tu patrocinio. 
Por esa caridad que os unió a la Inmaculada Virgen Madre de Dios 
y por el amor paterno con que abrazasteis al Niño Jesús, 
os suplicamos humildemente que veas la herencia que 
Jesucristo ha comprado con su Sangre, y con vuestro poder y fuerza, 
ayúdanos en nuestras necesidades. 
Oh guardián más vigilante de la Sagrada Familia, 
defiende a los hijos escogidos de Jesucristo; 
Oh padre amado, aleja de nosotros todo contagio de error y mala influencia.
Oh nuestro protector más poderoso, sé amable con 
nosotros y desde el cielo ayúdanos en nuestra lucha 
contra el poder de las tinieblas.
Como una vez rescataste al Niño Jesús de un peligro mortal,
 ahora protege a la Santa Iglesia de Dios de las trampas 
del enemigo y de toda adversidad; Protégenos también 
cada uno de nosotros con tu protección constante, 
para que, apoyados en tu ejemplo y tu 
ayuda, podamos vivir piadosamente, 
morir en santidad y obtener la felicidad eterna en 
el cielo. Amén.



ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

Padre Celestial, Creador del cielo y de la tierra, Tú que eres como el sol que nunca se apaga, iluminando cada rincón de mi vida con Tu amor infinito, hoy me acerco a Ti con un corazón lleno de gratitud y humildad. Te doy gracias porque, como la lluvia que riega la tierra árida, Tu amor y Tu gracia han nutrido mi alma y me han dado vida en abundancia. Señor, en este día, te pido claridad en mis pensamientos y acciones, que mi mente sea como un río tranquilo, fluyendo en la dirección de Tu voluntad perfecta.

Jesús, Hijo de Dios y Salvador del mundo, Tú que eres el camino, la verdad y la vida, guía mis pasos como el pastor guía a sus ovejas por verdes praderas. Que cada decisión que tome hoy esté alineada con Tu propósito divino, y que mis metas sean reflejo de Tu plan perfecto para mí. Te agradezco porque, en medio de la incertidumbre, Tú eres mi roca firme y mi refugio seguro.

Espíritu Santo, aliento de vida y consolador fiel, desciende sobre mí como el rocío que cae silencioso en la noche, renovándome, fortaleciéndome y dándome la paz que sobrepasa todo entendimiento. Ayúdame a mantener la calma en medio de las tormentas de la vida, recordando que, aunque las olas rugen a mi alrededor, Tú estás en mi barca y no permitirás que me hunda.

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

“Espíritu Santo, tú eres Dios, abismo infinito de belleza 
donde se saciará toda mi sed de amor.
Mira mi interior, donde a veces habitan egoísmos, 
impaciencias, rechazos.

Regálame el don de la paciencia. 
Quiero vivir el mandamiento del amor 
que me dejó Jesús, pero a veces me brotan 
malos sentimientos que se apoderan de mí.

A veces hago daño con mis palabras, con mis acciones, 
o con mi falta de amabilidad.
Ayúdame, Espíritu Santo, para que pueda mirar 
a los demás con tus ojos pacientes.
Quiero reconocer tu amor para todos 
los seres humanos, también para esas personas 
que yo no puedo amar con paciencia y compasión. 

Todos son importantes para el corazón 
amante de Jesús, todos son sagrados y valiosos.
Nadie ha nacido por casualidad 
sino que es un proyecto eterno de tu amor.

Libérame de condenar y de prejuzgar a los demás.
Quisiera imaginar sus sufrimientos, sus angustias, 
esas debilidades que les cuesta superar.
Ayúdame a encontrar siempre alguna excusa 
para disculparlos y para no mirarlos más con malos ojos. 
Derrama en mí toda la paciencia que necesito.
Ven Espíritu Santo. Amén.”



MARCHA DE PENTECOSTÉS


 
Hoy tu Espíritu Señor
nos congrega en la unidad
nos da fuerzas para andar
renovados en tu amor.

Santo Espíritu de Dios 
de la paz y de la Luz
que nos das a conocer
el misterio de Jesús.

Ven al fin a saciar
nuestra sed de paz.
Este mundo en su dolor
clama ardiendo de ansiedad,
que tu Espíritu Señor
lo conduzca a la verdad.

Ven al fin a reinar
cambia al mundo ya.
Ni la carga de la cruz
nuestras fuerzas rendirá
la alegría que Tú das
nadie nos ha de quitar.
Ven al fin a gritar 
en mi voz: Amén.

(Cancionero Católico)

PATERNIDAD CASTA DE SAN JOSÉ

 


Sin temor a exagerar, podemos afirmar que José es padre de Jesús, el hijo de María siempre Virgen, con una paternidad excelsa y muy superior a la de los padres que engendran según la carne. Como afirma san Agustín, a José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno (...), ¿cómo era padre? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad. 

Algunos pensaban que era padre de Nuestro Señor Jesucristo, de la misma forma que son padres los demás, que engendran según la carne, y no sólo reciben a sus hijos como fruto de su afecto espiritual. Por eso dice San Lucas: se pensaba que era padre de Jesús. ¿Por qué dice sólo se pensaba? Porque el pensamiento y el juicio humanos se refieren a lo que suele suceder entre los hombres. Y el Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios.

José amaba a Jesús como no somos capaces de amar los demás hombres. Entregó al Hijo de Dios encarnado lo mejor de sí mismo, incluyendo el trabajo que llenaba su vida y sustentaba a la familia que quiso Dios para nacer, crecer y alcanzar su madurez entre los hombres. 


-Catholic.net-

SUFRE CON CRISTO PARA REINAR CON CRISTO



 Todas las cosas pasan, y tú con ellas. 

En el Altísimo esté tu pensamiento; y tu oración diríjase sin cesar a Cristo. Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en su pasión, y mora muy gustoso en sus sacratísimas llagas. 

Porque si te llegas devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesucristo, gran consuelo sentirás en la tribulación, no harás mucho caso de los desprecios de los hombres y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes.

Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas desamparado de amigo y conocidos, y en la mayor necesidad. 

Cristo quiso padecer y ser despreciado, tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres tener a todos por amigos y bienhechores? ¿Cómo se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece? Si no quieres sufrir algo, ¿cómo serás amigo de Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.


(Imitación de Cristo, Thomas de Kempis)

Entrada destacada

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

  Himno Profeta de soledades, labio hiciste de tus iras, para fustigar mentiras y para gritar verdades. Desde el vientre escogido, fuiste tú...

ENTRADAS POPULARES