Discípulo:

-¡Oh, Jesús mío!; si tan afrentosa fue vuestra Pasión en sus principios, ¿qué sería en su remate? 

Si yo viese a un pobre animal tratado de esta suerte, no podría sufrirlo: ¡Oh!, ¡y cuánto más debe despedazarse mi alma al contemplar el espectáculo de vuestra Pasión! 

Pero, ¿por qué, Sabiduría eterna, me presentáis las angustias de vuestra humanidad, cuando lo que yo deseo contemplar son más bien los gozos y gloria de vuestra divinidad? Tengo sed de vuestras dulzuras inefables, y me ofrecéis vuestras inefables amarguras.

Sabiduría:

- Sólo por la amargura se puede llegar a las dulzuras y por las humillaciones de mi humanidad, a las grandezas de mi divinidad. Todo el que pretenda elevarse sin el auxilio de mi sangre, caerá miserablemente en las tinieblas de la ignorancia. Mi humanidad derramando sangre es la puerta luminosa por donde se llega a donde tú deseas. 

Despójate, pues, de la flaqueza de tu corazón, y toma las armas para venir a mis filas, junto a mí; porque no está bien que el esclavo viva regalado, mientras el señor combate valientemente rodeado de espadas enemigas. 

Sigúeme y no temas. Te investiré de mi armadura, y serás participante de mis fatigas y de mis heridas. 

Deberás sufrir en tu corazón muchas cruces y muchas muertes. Haré que sientas vivamente mis sudores del huerto de Getsemaní. Las malas lenguas serán tus azotes, y los desprecios tu corona, para que así puedas sufrir con amor en tu corazón los tormentos de mi Pasión. Emprenderás conmigo el camino del Calvario, y conmigo, finalmente, caerás bajo el peso de la Cruz.


-Tratado de la eterna sabiduría, Beato Enrique Susón-

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