Oh Jesús, dejadme penetrar en vuestras cinco Llagas. ¿Como fueron hechas?
El Salvador había subido las peñas del Calvario, agobiado bajo el peso de su cruz, debilitado por sus tres caídas en el doloroso camino, con las mejillas desgarradas por las bofetadas, cubiertas de lodo y de araños, con los ojos empapados en lágrimas y en sangre.
A eso del mediodía le despojan de sus vestiduras y le arrancan la corona de espinas. Entonces se ve brotar su sangre de mil fuentes a la vez, jirones de carne arrancados con los vestidos; y la augusta y santa Víctima aparece en una humillante desnudez a las miradas curiosas e insultantes de sus verdugos.
La cruz está extendida en el suelo: acuestan bruscamente al Salvador. Jesús se deja hacer esto con tanta dulzura como el niño a quien su madre acuesta en la cuna.
Tres agujeros habían sido practicados de antemano en la cruz, dos para las manos y uno para los pies. Los verdugos a golpe del martillo clavan las manos o muñecas. Se oyen los golpes sucederse, ya agudos, ya sordos, según pegan en el clavo o en los miembros del Salvador. Los músculos se quiebran, los nervios se rompen, las carnes se desgarran; Los ecos de los horribles golpes del martillo va a resonar en el corazón de María y de las santas mujeres, interrumpido únicamente por las blasfemias de los verdugos y las risas satánicas de los farisces y de los sacerdotes. Las piernas de Jesús son también estiradas con brutalidad como antes hicieron con las manos; el cuerpo estaba enteramente contraído por bárbara tensión de los brazos y sus rodillas estaban muy forzadas. Los verdugos unieron dos cordeles a sus piernas; y mientras unos estaban atentos para impedir que las manos, desgarrándose por completo, se saliesen de los clavos, otros estiraban violentamente hasta que los pies llegasen hasta el agujero practicado para ello. Esta fué una dislocación espantosa. Todos los huesos de Jesús tronaron a la vez.
Esta dolorosa profecía fué entonces realizada: «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos.» Habiendo logrado los verdugos estirar bastante los pies de Jesús, fueron éstos colocados al punto uno sobre otro, y a través de la masa sólida de los músculos trémulos y agitados, el clavo penetró lentamente, haciendo sufrir a Jesús una agonía inexplicable, a causa de la falta de fijeza del pie en esta posición.
Ya sumidos los clavos, se volteó la cruz para remacharlos: Jesús fué puesto con el pecho contra la tierra. El peso de la cruz, redoblado por cada uno de los golpes del martillo que pegaban sobre los clavos para asegurarlos, le martirizaba, oprimiéndolo violentamente contra las asperezas de la roca; su pecho oprimido apenas podía respirar, sus manos y sus pies estaban en un estado atroz: todo era un montón de carne despedazada y palpitante, de donde la sangre corría a torrentes.
Levantan la cruz y la ponen en un profundo agujero que debe recibirla: cada sacudida desgarra más las manos y los pies de la augusta Víctima ; cae de repente con violento estruendo al fondo de la cavidad; todos los huesos de Jesús se entrechocan, sus llagas se agrandan más y su sangre corre con mayor abundancia.
Esas cuatro grandes Llagas abiertas en las manos y en los pies de Jesús fueron expuestas al sol ardiente, sin ser cubiertas durante las tres horas que permaneció en la cruz: la posición perpendicular del cuerpo continuaba agrandándolas insensiblemente: cada minuto renovaba el dolor que había tenido al abrirse.
Jesús exhaló el último suspiro. Un soldado se acerca a la cruz y de un lanzazo le traspasa el pecho atravesándole el corazón. Al sacarla, el hierro hace brotar un doble torrente de sangre y agua. Esta herida es la última que recibió Jésús; no le ocasionó dolor alguno, porque el alma había abandonado el cuerpo, pero Jesús había aceptado de antemano esa ignominia y la había hecho meritoria.
Lavadas las santas Llagas cuidadosamente por María y por José de Arimatea, fueron cubiertas de besos por la Madre y por sus compañeras, y envueltas en unas vendas: ellas imprimieron su traza sobre el lienzo que envolvió al cuerpo de Jesús. Y cuando Cristo resucitó, estas Llagas adornaban sus manos, sus pies y su pecho como la marca indeleble de su victoria.
Cuando el pleno mediodía de la Ascensión permitió al Salvador levantar todos los velos bajo los cuales tenía cautiva la gloria de su cuerpo, las Cinco Llagas aparecieron brillantescomo unos soles.
Los ángeles llegándose apresurados a su triunfo, exclamaban admirados:
«¿Qué significan esas Llagas en vuestras manos?» Y las contemplan en éxtasis indecible; María, José y los Santos las adoran y las besan con transportes de respeto; Jesús las guarda como el trofeo de su victoria; las muestra a su Padre como la prueba de su amor , como el signo de su obediencia, como el precio de la redención y como el rescate de los elegidos.
(Fuente: La persona del Cristo Eucarístico, R.P.A. Tesniére)
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