Esto es así porque robustece las fuerzas del alma contra las malas inclinaciones de la naturaleza, y porque nos preserva de los asaltos diabólicos al aplicarnos los efectos de la pasión de Cristo, por la que fue vencido el demonio. Escuchemos a Santo Tomás:
«De dos maneras preserva del pecado este sacramento. Primeramente, porque, al unirnos a Cristo por la gracia, robustece la vida espiritual, como espiritual manjar y espiritual medicina, y también porque, al ser señal de la pasión de Cristo, con la que fueron vencidos los demonios, repele todas sus impugnaciones. Por eso dice el Crisóstomo: «Volvemos de esa mesa como leones espirando llamas, haciéndonos terribles al mismo diablo».
Sin embargo, esto no impide que muchos de los que comulgan dignamente vuelvan a pecar después. Porque el hombre viador es de tal condición, que su libre albedrío puede inclinarse al bien o al mal; por lo tanto, no quita la posibilidad de pecar.
(Teología moral para seglares, F. Antonio Royo Marín)
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