Los preceptos evangélicos nos conducen a la vida eterna.
Ya por los profetas Dios quiso hablar de muchas maneras; pero mucho más es lo que nos dice el Hijo, pues ya no manda preparar el camino para el que ha de venir, sino que viene él mismo, nos abre y muestra el camino, a fin de que, los que antes errábamos ciegos y a tientas en las tinieblas de la muerte, iluminados ahora por la luz de la gracia, sigamos la senda de la vida, bajo la tutela y dirección de Dios.
A más de otras enseñanzas y preceptos divinos, con los cuales encaminó a su pueblo a la salvación, Cristo nos enseñó también la forma de orar, él mismo nos inculcó y enseñó las cosas que hemos de pedir. Quien nos dio la vida nos enseñó también a orar, con aquella misma benignidad con que se dignó dar y conferir los demás dones, para que, al hablar ante el Padre con la misma oración que el Hijo enseñó, más fácilmente seamos escuchados.
¿Qué otra plegaria puede haber que sea en verdad ante el Padre, sino la pronunciada por boca del Hijo, que es la misma verdad?
Pues, si dice que cuanto pidamos al Padre en su nombre nos lo concederá, ¿con cuánta mayor eficacia no obtendremos lo que pedimos en el nombre de Cristo, si lo pedimos con su propia oración?
-Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor-
No hay comentarios:
Publicar un comentario