¡Oh María! son admirables tus virtudes resplandecientes,
las prerrogativas con que has sido enriquecida; los tesoros que derramas
sobre nosotros; tu ternura de madre, que no se parece
a la de ninguna otra madre; tu asiento colocado junto al solio
del Altísimo, y más rico y brillante que el
que Salomón estableció junto a su trono para su
madre en testimonio de amor y de respeto;
las bendiciones que se te tributan;
tu nacimiento, que no fué manchado, como
el de los hijos de los hombres, sino puro
como el rocío de la aurora;
¿de quién eres Hija sino del Eterno Padre?
¿quién eres sino la Madre del Verbo y la Esposa del
Espíritu Santo? ¿quién eres sino la prometida en el paraíso;
que Salomón estableció junto a su trono para su
madre en testimonio de amor y de respeto;
las bendiciones que se te tributan;
tu nacimiento, que no fué manchado, como
el de los hijos de los hombres, sino puro
como el rocío de la aurora;
¿de quién eres Hija sino del Eterno Padre?
¿quién eres sino la Madre del Verbo y la Esposa del
Espíritu Santo? ¿quién eres sino la prometida en el paraíso;
la que con sus plantas virginales quebrantó
la cerviz de la serpiente, y fué concebida sin mancha
desde el primer instante de su ser?
Yo adoro al Señor, y lo bendigo porque
me ha mirado con misericordia, poniendo
en medio del azaroso camino de mi vida
una Madre que vela por mí; una medianera a quien ha sido dado calmar la cólera del Altísimo y devolver la paz a los que la han perdido: un refugio para ponerme
a cubierto de las tempestades que combaten mi espíritu.
Yo adoro al Señor, y lo bendigo porque
me ha mirado con misericordia, poniendo
en medio del azaroso camino de mi vida
una Madre que vela por mí; una medianera a quien ha sido dado calmar la cólera del Altísimo y devolver la paz a los que la han perdido: un refugio para ponerme
a cubierto de las tempestades que combaten mi espíritu.
-Corona Católica, José de la Luz Pacheco Gallardo-
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