¡Oh, Padre divino, te amo como tu Hijo te ama!


 

¡Oh, mi Salvador, me doy a ti para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que tienes a tu Padre! ¡Oh, Padre adorable, te ofrezco todo este amor eterno, infinito e inmenso de vuestro Hijo Jesús, como un amor que es mío! 

Y así como este Salvador nos dijo: los amo como mi Padre me ama (Jn. 15, 9), puedo yo también decirles: ¡Oh, Padre divino, te amo como tu Hijo te ama! Y como el amor del Padre a su Hijo no es menos mío que el amor del Hijo a su Padre, puedo usar, como de algo mío, este amor del Padre al Hijo, diciendo, por ejemplo: ¡Oh, Padre de Jesús, me doy a ti, para unirme al amor eterno, inmenso e infinito que tienes a tu amado Hijo! ¡Oh, Jesús mío, te ofrezco todo el amor eterno, inmenso e infinito que tu Padre te tiene y te lo ofrezco como amor que me pertenece! 

De esta manera, como Jesús me dijo: te amo como mi Padre me ama, puedo recíprocamente decirle: ¡Oh, Salvador mío, te amo como tu Padre te ama! ¡Oh bondad inefable, oh amor admirable! ¡Oh dicha indecible! Que el Padre eterno nos dé su Hijo, y con él nos dé todo, y nos lo dé no sólo para que sea nuestro redentor, nuestro hermano, nuestro Padre, sino también para que sea nuestra Cabeza.

¡Oh, qué ganancia ser miembros del Hijo de Dios y no ser sino uno con él, como los miembros son uno con la cabeza; y por consiguiente no tener sino un espíritu, ¡un corazón y un amor con él y poder amar a su divino Padre y Padre nuestro con un mismo corazón y un mismo amor con él! No hay que extrañarse, pues, si hablando de nosotros al Padre celestial, le dice: «Los amaste como a mí mismo» (Jn. 15, 23); y si le ruega que nos ame siempre así: El amor con que me amaste esté en ellos (Jn. 17,26).

 Ahora bien, si amamos a este Padre tan amable como lo ama su Hijo no debemos sorprendernos si nos ama con el mismo amor con que ama a su Hijo, ya que mirando a nosotros en él, como a miembros suyos, que no formamos sino uno con él, encuentra que lo amamos con su Hijo con un mismo corazón y un mismo amor. No nos extrañemos, pues, si nos ama con el mismo corazón y el mismo amor con que ama a su Hijo. ¡Oh, que el Cielo, la tierra y todo lo creado se transforme en puro amor a este Padre de bondades y al Unigénito de su divino amor!, como dice san Pablo: nos trasladó al reino del Hijo de su amor (Col 1, 13)


-San Juan Eudes-

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

LA CONSAGRACIÓN DIARIA AL SAGRADO CORAZÓN.

  LA CONSAGRACIÓN DIARIA AL SAGRADO CORAZÓN.   (Acto de Consagración que hizo de sí Santa Margarita María al Divino Corazón de Jesús)   Yo, ...

ENTRADAS POPULARES