¡Oh, Padre divino, creador y conservador del universo, nadie tan amable como tú! Tus infinitas perfecciones y las bondades que abrigas en tu Corazón imponen a todos los seres que creaste la obligación de servirte, honrarte y amarte con todas las fuerzas. Y sin embargo nadie en el mundo es tan poco amado como tú, nadie tan ultrajado y despreciado de gran parte de vuestras criaturas: Me han odiado a mí y a mi Padre, dijo vuestro Hijo Jesús; y me odian sin motivo, (Jn. 15, 24-25), a mí que nunca les he hecho mal alguno, sino, al contrario, los he colmado de bienes. Veo el infierno lleno de innumerables demonios y condenados que te lanzan sin cesar millones de blasfemias y veo la tierra repleta de infieles, herejes y falsos cristianos que te tratan como a su mayor enemigo.
Sin embargo, dos motivos me llenan de consuelo y alegría. El primero, que tus perfecciones y grandezas, oh, Dios mío, sean tan admirables, y sean de tu complacencia infinita el amor eterno de tu Hijo y todas las obras que con este amor hizo y sufrió para reparar las ofensas de tus enemigos, ultrajes que no son ni serán nunca capaces de menoscabar en lo más mínimo tu gloria y felicidad.
-San Juan Eudes-
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