Dios me dijo: "Muy grande es el amor que tengo por el alma que me ama sin malicia".
Y me parecía que quería decirme que un alma debe arder del mismo amor que Él tuvo por nosotros, desde luego según la capacidad del alma. ¡Lastimosamente hoy los buenos son pocos!
Me parecía que se quejara diciendo: "Es tan grande el amor que tengo por un alma que me ama sin malicia que hoy le concedería—como a cualquiera que tuviera un verdadero amor por Mí— gracias mucho mayores que las concedidas a los santos de los tiempos pasados"
Y ya que toda persona puede amarlo, no hay nadie que pueda hallar disculpas.
Y Él no busca otra cosa sino que esa alma lo ame, porque Él la ama, mejor aún, Él es el amor del alma.
¡Qué profundas y abismales son estas palabras: Dios no pide al alma sino que lo ame! Si uno ama de veras, ¿podría reservar algo para sí?
Este amor de Dios me lo explicó con vivas razones, por su advenimiento y por su cruz, Él que era tan grande.
Él mismo me explicaba estos misterios de su venida y de su pasión de cruz.
Y con ardientes razones me los mostraba, diciendo: "Mira si hay en mí algo que no sea amor".
(El libro de la vida, Santa Ángela de Foligno)
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