Mis amados en el Señor: Trasladaos con el
pensamiento a aquella tierna escena que nos ofrece
el interior de la casa de Nazaret, en la vida
mortal de Jesús. Allí en aquella pobre estancia, y
en los momentos de descanso, ved allí a un
personaje afortunado, que teniendo en sus brazos al
Niño Jesús, lo reclina en su regazo, lo aprieta
sobre su pecho, percibe los latidos de aquel tierno
y divino corazón, e imprime en sus mejillas ósculo
purísimo de amor.
¡Oh dicha! ¡Oh grandeza! ¡Oh felicidad!
¿Tener en los brazos el Verbo
Divino del Padre, en quien y por quien han sido
hechas todas las cosas; al Príncipe de la Paz, al
Deseado de los collados eternos; a aquel por quien
suspiraron los Patriarcas; aquel en quien se miran los
ángeles; esposo de las almas; imán de los corazones
y redentor del mundo? ¡Cuán bien empleadas podía
dar San José las humillaciones de su pobreza, el
trabajo de sus manos, los quebrantos y temores de
toda su existencia!
¡Oh, qué buen descanso a las fatigas del día y a
los temores de la noche! Dichosa criatura la que el
Señor escogió para tanta felicidad!
(Escritos del beato Manuel Domingo y Sol)
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