En los últimos dias de estos seis meses, en que ya se acercaba el nacimiento del Niño Dios, por obedecer a los decretos del César, salió San José con la Virgen, de Nazaret para Belén, su patria, o al lugar donde tenía su origen la real familia de David, de la que tanto San José como su nobilísima Esposa , eran descendientes.
Dios dispuso que Augusto César en aquel mismo tiempo mandase con un edicto general que se empadronara todo el Orbe. Publicado el orden de la corte imperial de Roma por Girino, presidente de la provincia de Siria, bajó a Belén José con su santísima Esposa a empadronarse y a pagar el censo, que era un dinero de la moneda de aquel país por cada persona de las que daban su nombre ante los comisarios del imperio. Si el viaje de Nazaret a Belén se hizo parte por agua y parte por tierra, fue de ciento veinte millas, que son cerca de cuarenta leguas españolas: si todo se hizo por tierra, fue de noventa millas italianas, que hacen como treinta leguas de las nuestras.
La admirable prudencia del Señor San José , y las circunstancias en que se hallaba la Madre de Dios, por la cercanía del parto, obligan a creer que se hizo por tierra todo el viaje.
Se concluía esta caminata por lo común en cinco días, y así se cree que llegaron a la misma ciudad de Belén, que era de poca extensión y las comodidades que ofrecía ya estaban ocupadas para aquellas familias que por llevar consigo grande recomendación de sus riquezas, siempre llegan a las posadas antes que los pobres; y en lo humano por este motivo tuvo que alquilar el Señor San José aquel establo, que estaba dentro de una gruta, en donde los decretos del Cielo tenían determinado el nacimiento del Mesías.
Después de nacer, según refieren historiadores y teólogos de buena crítica, fue puesto por los ángeles en los brazos de su santísima Madre.
El Señor San José, según discurre el Abad Trombelli, llegado aquel momento feliz en que ya estaba para salir a luz el Niño Dios, se retiró, mas nacido ya Jesús, fajado y puesto sobre el establo, volvió el Santo, ó llamado de la Madre de Dios, ó del llanto del Niño, ó de la música de los ángeles; y adorándolo primero, lo recibió después en sus brazos y en el manto o capa de que usaba; de la cual, se conserva un retazo en Roma, en la basílica de Sant’Anastasia al Palatino.
-Vida del Señor San José, P. José Ignacio Vallejo-
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