Señor Jesucristo, quisiera ofrecerte
una casa bien limpia y barrida
para que la habites, pero no puedo.
Ahora sí que puedo exclamar
sabiendo lo que quiere decir:
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.
¡Pero Tú ya estás aquí!
Viviendo entre los ídolos
que antes aquí reinaron.
El suelo está sucio y, a veces,
la habitación mal ventilada,
¡incluso para mí!
Tu presencia aquí me avergüenza,
Sin embargo tú dormiste en una cueva,
Tú pasaste noches enteras
bajo el manto de las estrellas.
Pero, aunque no pueda acomodarte mejor,
sentiré de igual manera la alegría
de que Tú estás presente.
Tengo que creer firmemente, Señor,
y no puedo tener la menor duda
de que Tú te sientes como en casa
con los pecadores.
Y mi pecado, Señor Jesús,
¡es que no quiero contarme entre los pecadores!
Me cuesta mucho aceptar esto,
aunque es absolutamente evidente.
Pero la esperanza es como un rayo verde
en medio de un mundo ahogado y en desorden.
Y esta esperanza viene de tu Espíritu.
Ahora puedo descansar, Señor,
en esta esperanza.
P. William Breault
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