Nuestro Señor decía a sus Apóstoles: «Ved cómo las mieses se extienden y blanquean a lo lejos; pedid, pues, al Amo que envíe obreros a su mies.»
Que sea nuestra oración ardiente y apremiante al terminar la Adoración. Si el sacerdocio es tan magnífico, tan poderoso y tan benéfico; si es el medio necesario de su mediación y, por consiguiente, de la Redención del mundo, pidamos para innumerables almas la gracia y el honor de participar al sacerdocio de Jesucristo, de extenderlo, de multiplicarlo según las exigencias de la gloria de Dios, del servicio de la Iglesia y de la santificación de los hombres.
Pidamos sacerdotes a Aquel que sólo los discierne, los escoge y los llama.
Ayudemos a las vocaciones sacerdotales, tan contrariadas en nuestros días por la debilidad de la fe en las familias y por el espíritu del mal que anima a los poderes contra Cristo y contra su Iglesia.
Sobre todo, no cesemos de pedir para todos los sacerdotes una abundante y nueva efusión del espíritu sacerdotal del Sacerdote por excelencia: la santidad de Jesús; es decir, la separación del mundo y de su espíritu; el afecto cordial y profundo al Dios que está en el Tabernáculo, el único a quien deben aspirar; pidamos para los sacerdotes el celo por las almas, y el amor que no retrocede ante el sufrimiento, para completar en ellos el sacrificio incruento que ofrecen cada día, y cooperar así a la Redención del mundo.
(Manual de Adoración al Santísimo Sacramento, P. Tesniére)
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