La pena de la privación de Dios en el Purgatorio, es extraordinariamente atenuada en las almas que fueron particularmente devotas de María.
Esta dulcísima Madre las va a consolar y siendo ella candor de la eterna luz y espejo sin mancha nos muestra el esplendor de la gloria de Dios.
El día de todos los Santos una joven de excepcional virtud y modestia, ve aparecer el alma de una joven que conocía, y que había muerto hacía poco, la cual le da a conocer como sufría por la sola privación de Dios, pero esta privación era para ella tan intensa, que le proporcionaba un tormento indecible. La vio todavía varias veces y casi siempre en la Iglesia, porque esta alma no pudiendo todavía contemplar cara a cara a Dios en el cielo, buscaba encontrar alivio a su pena, contemplándolo al menos bajo las Especies Eucarísticas. Sería imposible referir en palabras con qué adoración, con qué humildad y respeto, permanecía aquella alma frente a la Sagrada Hostia. Cuando asistía al Divino Sacrificio en el momento de la elevación su rostro se iluminaba de tal manera que parecía un serafín. La jovencita declaraba no haber visto nunca un espectáculo más bello.
Es así que esta misma alma que encontraba consuelo en la adoración de Jesús Eucaristía, buscaba también alivio ante la imagen de la Virgen y se mostraba siempre vestida de blanco con un rosario en la mano, en señal de su devoción a María Santísima.
Un día, la piadosa joven, junto a otras amigas después de haber adornado piadosamente al altar de la Virgen, se arrodilló con ellas, y les propone besar los pies de la estatua y abrazarla dos veces, una por ella y otra por la amiga fallecida.
Después de haberlo hecho vino esa alma, feliz para darle las gracias con indescriptible afecto.
Fuente: EL PURGATORIO - La última de las misericordias de Dios - R.P Dolindo Ruotolo
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