EN LA EUCARISTÍA VEO A DIOS


A veces veo la hostia con un esplendor y una belleza tan grandes, más que si fuese el esplendor del sol, que me parece provengan de la divinidad. Por esa belleza comprendo con certeza que estoy viendo a Dios sin ninguna duda.

A veces veo la Hostia con distintos aspectos, es decir veo en la Hostia dos ojos luminosísimos y tan grandes que de la hostia sólo parecen quedar los bordes. 

Una vez no en la hostia, sino en la celda de la custodia me fueron mostrados los ojos, y disfruté de tanta belleza y de tanto deleite que jamás podré olvidarlo por el resto de mi vida. 

No sé si fue mientras dormía o velaba, sino que me volvía a hallar con una alegría inmensa e inefable, tan grande que no creo poder perderla jamás. 

Otra vez vi en la hostia a Cristo niño, pero parecía grande y majestuoso, como quien tiene autoridad, y parecía tener en las manos algún signo de poder, y estaba sentado en un trono. 

No sabría decir lo que tenía en la mano. Y esto lo he visto con los ojos del cuerpo, como siempre me sucedía ver la hostia con los ojos del cuerpo. Entonces no me arrodillé cuando los demás se arrodillaron. No recuerdo bien si corrí para acercarme al altar o si me quedé clavada por el deleite y la contemplación. Sufrí un gran disgusto cuando el sacerdote demasiado pronto Volvió a poner la hostia sobre el altar. Jesús resplandecía de belleza y de gracia, y parecía un niño de doce años. Me sentí tan colmada de alegría que, creo, no me olvidaré de ella por toda la eternidad. Y me comunicó tal certeza que no puedo dudar de nada y de ninguna manera. 

Todo mi gozo consistió en la contemplación de esa belleza inestimable.


(Santa Ángela de Foligno)

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