"Permaneced en mi" (Jn. 15, 4). Es el Verbo de Dios quien da esta orden, quien manifiesta esta voluntad. Permaneced en mí no sólo unos instantes, algunas horas pasajeras, sino "permaneced..." de un modo permanente, habitual.
Permaneced en mí, orad en mí, adorad en mí, amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para presentaros a cualquier persona, a cualquier cosa, penetrad siempre cada vez más en esta profundidad. Es ésta verdaderamente la soledad adonde Dios quiere atraer al alma para hablarle, como cantaba el profeta.
Mas para escuchar esta palabra llena de misterio es necesario entrar siempre más en el Ser divino por medio del recogimiento. Debemos descender cada día por este sendero del Abismo que es Dios. Dejémonos deslizar por esta pendiente con una confianza toda llena de amor.
Es ahí en lo más profundo donde se efectuará este encuentro divino, donde el abismo de nuestra nada, de nuestra miseria, se encontrará cara a cara con el Abismo de la misericordia, de la inmensidad del todo de Dios.
Es ahí donde encontraremos la fortaleza para morir a nosotros mismos y, perdiendo nuestro propio rastro, seremos cambiados en amor. Bienaventurados los que mueren en el Señor+ (Ap. 14, 13).
-Santa Isabel de la Trinidad-
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