AQUELLOS QUE ME AYUDAN A LLEVAR LA CRUZ


 
Discípulo:
-¡Oh Sabiduría Eterna!; ahora se abren mis  ojos, y empiezo a ver los destellos de vuestra Verdad. 
Comprendo que vuestra Pasión y vuestra muerte son las más elocuentes demostraciones de vuestro amor; pero, ¡Jesús mío!, a un cuerpo tan flaco y endeble como el mío creo que le será muy difícil seguiros hasta el Calvario. 
Sabiduría:
- No temas desfallecer en este camino de mi Cruz, pues todo, la Cruz misma, se hace tan fácil, tan ligera, tan llevadera, a los que de verdad aman a Dios con todo su corazón, que ni les ocurre siquiera pronunciar una queja o prorrumpir en lamentos. Nadie en este mundo disfruta de más consuelos que aquellos que me ayudan a llevar la Cruz, pues todas mis dulzuras se derraman abundantes sobre el alma que bebe hasta las heces el cáliz de mis amarguras. Si bien la corteza es muy amarga, el fruto es de exquisita suavidad y dulzura; y toda pena parece pequeña teniendo ante los ojos la recompensa a que conduce. 
Ármate, pues, de luces, piensa en mis promesas, y de cuando en cuando levanta los ojos y mira tu corona. Sígueme con confianza, que quien conmigo comienza esta lucha ya casi tiene la victoria al alcance de sus manos. 

("Tratado de la Eterna Sabiduría" por el beato Enrique Suson)

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