El silencio nos lleva a entrar en «nuestra casa», en el corazón, donde Dios nos espera con los brazos abiertos para abrazarnos cariñosamente e invitarnos a sentarnos junto a Él, al calor de la lumbre, para pasar una agradable y apacible velada.
El silencio nos ayuda a disfrutar de la tierna presencia de Dios en nosotros.
El silencio interior es amor puro, amor divino.
Orar en silencio no es otra cosa que permanecer a la escucha, abiertos a todo lo que Dios nos dice en el corazón…
Hay que adentrarse en el silencio sin expectativas. Sin que el ego nos marque el camino.
Se niega el ego para realmente «ser». Se ora para «ser». Para «ser» junto a Dios.
El silencio es entregarse gratuitamente a Dios. Debemos liberarnos del sinsentido de los «ruidos» que alejan de Dios.
El silencio nos permite liberarnos de todo lo deshumanizante porque nos adentra donde está la esencia de nuestra persona, en lo más profundo de nuestro corazón, que es la morada de Dios. En contacto con Él, somos, en verdad, lo que somos. Dios nos quita las máscaras, nos hace ser realmente nosotros mismos.
(P. Moratiel, la escuela del silencio)
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