Hoy en día está de moda la frase: "Las manos que ayudan son más nobles que los labios que rezan".
Nada hay más equivocado que esta frase, un absoluto error, frase que viene evidentemente de alguien que no reza, que no conoce la oración, que probablemente ni crea en Dios.
«Los que oran —decía después de su conversión el eminente literato y político Donoso Cortés— prestan mejores servicios al mundo que los que combaten, y si el mundo va de mal en peor es porque hay más batallas que oraciones».
«Las manos en actitud de súplica —dice Bossuet— derrotan más batallones que las que empuñan armas». ¡Cuántas innumerables gracias nos habrán alcanzado las almas contemplativas en los claustros y desiertos!
Una fervorosa oración alcanza más fácilmente la conversión de un pecador que largas discusiones y bellos razonamientos.
Y es que el que ora, trata con Dios directamente, la causa primera de toda conversión. Y así dispone todas las causas segundas que reciben su eficacia de la primera. De esta forma se logra con más rapidez y seguridad el efecto anhelado.
(El alma de todo apostolado, J.B. Chautard, abad cisterciense)
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