LA TENTACIÓN EJERCITA LA VIRTUD



Es del máximo interés el soportar con toda paciencia cualesquiera molestias y todo contratiempo que acongoja nuestro espíritu, teniendo muy presente que forman nuestra cruz. 
Ayudad al Señor y llevad con él la cruz, de buen grado, con ánimo alegre, porque la cruz tenéis que llevarla siempre; y, si rehusáis alguna, en su lugar hallaréis otra más pesada. 
Puesta en Dios nuestra confianza y esperando su ayuda, no nos entretengamos con los halagos de los 
vicios. No hay que acobardarse ni detenerse jamás, sino que ininterrumpidamente hay que estar cobrando ánimos. 
Haced memoria de las aflicciones y de las grandes tentaciones que nuestros santos padres pasaron en el desierto. Lo que en su espíritu experimentaron fue para ellos mucho más grave que las penitencias y austeridades que impusieron a sus cuerpos. El que nunca es tentado ninguna virtud conseguirá. Someteos, pues, al divino beneplácito, ya que Dios nunca permite que seamos afligidos como no sea para nuestra salvación. Dice el evangelista: Quien quiera venir en pos de mí empiece por negarse a sí mismo; que quiere decir, olvidarse de sí mismo, no darse importancia a sí mismo, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado por los demás. 
El Señor manda que tomemos nuestra cruz y que le sigamos, esto es, que suframos los padecimientos y las fatigas de nuestro cuerpo por amor a él, de la misma manera que él lo sufrió todo por amor a nosotros. 
Cuando los judíos descargaron la cruz de los hombros del Señor por miedo de que, desfallecido por los azotes y los tormentos, expirase antes de llegar al lugar donde tenía que ser crucificado, y se le cargaron a Simón, este la tomó de muy mala gana; y, aunque la llevó, de ninguna manera murió en ella como murió nuestro Señor, que libremente y por su propia voluntad la llevó y en ella expiró, entregando el alma a Dios su Padre: imitadle a él siguiendo su ejemplo. 
Tenéis vuestra cruz en las aflicciones, llevadla de buen grado hasta el fin y morid en ella entregando a Dios vuestra alma. Alabad a Dios y dadle gracias porque os ha llamado a su servicio. No despreciéis a nadie, ya que es voluntad de Dios que améis al prójimo como a vosotras mismas y a todas las hermanas, aun a las que os injurian o lo desean. 
Amad, sobre todo, dentro de vosotras mismas y poned sumo empeño en refrenar los desordenados 
movimientos de ánimo. Poned hoy algún remedio, mañana otro, y, de esta suerte, poco a poco venceréis y triunfaréis de todas las tentaciones; y, cuando el Señor vea vuestra buena voluntad y vuestra perseverancia, os dará su gracia y su ayuda para que llevéis las cargas de la vida religiosa hasta el fin y, por su amor, nada os resultará difícil de tolerar.

 De las Exhortaciones de la beata Francisca de Amboise a sus monjas  (Cap. XIII, Carmelus II [1964], pp. 254-255)

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