Hay personas que se parecen a los erizos: mientras no se les toca, parecen apacibles y mansos; pero cuando el superior o el amigo les corrigen de algún defecto, enseñan al instante todas sus púas, responden mal, o que no es cierto o que han tenido sus razones para obrar de aquella manera, por lo que no haya para qué amonestarles de aquella forma; en una palabra, miran como a enemigo a quien les reprende, imitando a quienes se irritan contra el cirujano porque les hace sufrir al curarles la llaga.
«Esto es airarse contra quien le hace la cura», dice San Bernardo. El varón santo y humilde, dice San Juan Crisóstomo, cuando le corrigen, llora el error cometido, al paso que el soberbio llora también, pero llora porque aparece su defecto; por eso pierde la serenidad y por eso responde y se revuelve contra el que le amonesta.
He aquí la excelente regla de conducta que dio San Felipe Neri para cuando uno se vea acusado:
«El que verdaderamente quiere hacerse santo –decía– jamás debe excusarse, aun cuando sea falsa la inculpación que se le hiciere».
(Práctica de amor a Jesucristo, san Alfonso Mª de Ligorio)
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