Maestro divino, que sea yo corroborada en la fe,
en esa fe que no permite al alma adormecerse,
sino que la mantiene siempre vigilante bajo tu
mirada, totalmente recogida en la luz
de tu palabra creadora…
¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios!
Quiero pasar mi vida escuchándote.
Quiero pasar mi vida atenta a tus inspiraciones
para que seas mi único Maestro.
Quiero vivir siempre en tu presencia
y morar bajo tu luz infinita a través de todas
las noches, vacíos y fragilidades.
¡Oh, mi Astro querido! Ilumíname con tu esplendor fulgurante
de tal modo que ya no pueda apartarme de tu divina irradiación
(Isabel de la Trinidad, Cartas. Tratados espirituales)
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