Proponte, por tanto, corresponder generosamente (al amor de predilección de Dios para contigo), haciéndote digno de él; es decir, semejante a él en las perfecciones adorables ya indicadas en las Escrituras y en el Evangelio, y que tú ya has aprendido.
Pero, hermano mío: para que se dé esta imitación, es necesaria la continua reflexión y meditación sobre su vida; de la reflexión y meditación nace la estima de sus actos; y de la estima, el deseo y el empeño de la imitación. Todo esto nos viene proporcionado por nuestras leyes.
Mantengámonos constantes en la exacta observancia de las mismas y seremos perfectos. Sobre todo tienes que insistir en lo que es la base de la santidad cristiana y el fundamento de la bondad: en la virtud de la que nuestro divino Maestro y nuestro seráfico Padre (San Francisco de Asís) se nos propone como modelos: me refiero a la humildad. Humildad interna y externa; más interna que externa; más vivida que mostrada; más profunda que visible.
(19 de agosto de 1918, carta del Padre Pío a fray Gerardo da Deliceto, Ep. IV, 25)
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