De los escritos de la beata María Josefina de Jesús Crucificado,
virgen. (Autobiografía, pp. 159; 296; 202 bis; Diario, pp. 2-3;
109;121;126)
Me he ofrecido a Jesús crucificado para ser crucificada con él.
virgen. (Autobiografía, pp. 159; 296; 202 bis; Diario, pp. 2-3;
109;121;126)
Me he ofrecido a Jesús crucificado para ser crucificada con él.
La voluntad de Dios ha sido siempre el ansia ardiente de mi
corazón: jamás he deseado otra cosa. Y he vivido y vivo de esta
voluntad divina. Esta me es más necesaria que el pan que me
nutre y que el aire que respiro. ¡No sabría dejarla ni tan siquiera
por un instante! He querido vivir siempre y morir conforme al
querer de Dios; he querido que la voluntad de Dios estuviese
siempre en mis pensamientos, en mis palabras, en toda mi
acción, a cada paso. Solamente la voluntad de Dios ha sabido
cambiar mis dolores en gozo y convertir en un Tabor el Calvario
de mi vida.
La voluntad de Dios es un beso de su amor. La voluntad
de Dios es un abrazo de su bondad, que arranca al alma de sus
propias miserias, para elevarla en alto a sus manos. La voluntad
de Dios es un acto de ternura que debe hacer abandonar el alma
al amor.
¡Oh voluntad de Dios, amor infinito!, transporta mi
voluntad en la llama de tu amor. Yo quiero unirme a ti, mi Dios y
mi todo. Quiero hacer todo aquello que a ti te agrada. Quiero que
mi vida sea una continua adoración, un continuo himno de amor
a ti, oh Dios Uno y Trino. Aunque fuese un serafín de amor,
¿sería digna del Señor? Aunque me consumiese con sacrificios y
penas por Dios, y mi vida fuese un holocausto, ¿qué cosa habría
hecho por ti, mi Dios y mi todo?
Quiero amar a Dios con los ardores mismos de su divino
Espíritu, con la ardiente unción de su Amor, amarlo hasta el
punto de no vivir más que para él solo y de no hacer más que una
sola cosa con él: una la voluntad, uno el deseo, uno el escrito. En
la vida, una sola cosa es necesaria: conocer a Dios, sumo Bien,
para poderlo amar con todo el corazón. Este conocimiento hace
que desaparezcamos nosotros mismos en nuestro espíritu como
gotas de agua en el océano, como chispas entre las llamas.
Contemplar a este Dios infinito. Uno en la esencia y Trino en las
personas. En el infinito admirar la unidad sencilla; en la Trinidad
tratar de ver el principio único, la sabiduría subsistente en el
amor y en ella el movimiento de las pequeñas criaturas que
tienen vida, que tienen amor en Dios.
Pensemos que nuestra pequeña voz un día será voz de gigante,
porque será voz de gloria por los medios que Dios nos da sobre
la tierra: los dolores, los sufrimientos, las oraciones y los
sacrificios que encontraremos en la vida. Abismémonos en Dios,
fundémonos, anulémonos en él solo, y tratemos de vivir
exultando a la invitación: «Veni Sponsa Christi». El sufrimiento
es un dulce y querido beso del Crucificado. No deseo ninguna
otra cosa sino la cruz que es luz y amor. Señor, tú me dijiste que
habría padecido cada día siempre más, que me habrías extendido
sobre la cruz y allí me habrías dado el beso de la eterna unión, y
yo suspiro por este momento, suspiro por este encuentro feliz
que me cuesta, no obstante, la agonía de toda la vida.
Nuestra santa Madre Teresa de Jesús quiere que nosotras
seamos las crucificadas en la cruz de Jesús: este es el programa
de nuestra vida. Cuando pienso que Jesús me ha colocado con él
sobre la cruz, siento dentro de mí una maternidad espiritual, una
ternura por las almas, un gozo grande, profundo que no sé
explicar. Cuántas tribulaciones sobre la tierra, cuántas
lamentaciones, cuántos suspiros, cuántas lágrimas. Yo aquí,
alejada de todos, comparto las penas de cada corazón; presento a
Dios todos los suspiros, todas las lágrimas que riegan esta tierra
de exilio. Vivo con la humanidad sufriente... Cuánta consolación
he sentido hoy en mi pobre corazón. Esas palabras en la santa
comunión me han consolado: «Hija, serás toda mía y cada vez
más mía». Justamente es lo que ansia ardientemente mi alma.
¡Oh gran caridad de mi Señor! ¡Oh bondad inefable! ¡Oh Jesús
Amor, yo te doy gracias y te amo! En todos los átomos de polvo
quisiera escribir con mi sangre: te amo, Jesús, salva las almas.
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