¡Ah mi amabilísimo Salvador! ¡qué excesos de amor,
qué abatimientos de vuestra divina Majestad
practicasteis para uniros conmigo en este adorable Sacramento!.
Siendo Dios, os hicisteis hombre: siendo inmenso, os hicisteis siervo: descendisteis del seno del Eterno Padre al seno de una Virgen: del cielo a un pesebre:
del trono de gloria a un patíbulo de ajusticiados;
y esta mañana salís de ese sagrario para venir a habitar dentro de mi pecho.
Aquí tienes, oh alma mía, a tu amante Jesús,
que ardiendo en aquel mismo amor con que
te amó en la cruz, muriendo por ti, está en aquel
divino Sacramento esperando que llegues a recibirle;
y desde allí está observando tus pensamientos, tu amor, tus deseos, tus pretensiones,
y las ofrendas que vas a presentarle.
Alma mía, disponte para recibir a Jesús,
pero primero dile con viva fe:
¿es posible, mi amado Redentor, que de aquí a
pocos instantes habéis de venir a mi? ¿un Dios
infinito a un pecador tan malo é ingrato como
yo? ¡Oh Dios escondido y desconocido de la
mayor parte de los hombres! yo os confieso,
creo y adoro en el santísimo Sacramento por
mi Señor y Salvador, y por confesar y defender esta verdad,
daría voluntariamente mi propia vida.
Vos venís para enriquecerme de gracias, y para uniros conmigo. ¡Ah, mi dulce Señor! cuánta debe ser mi confianza, sabiendo que venís por motivos tan amorosos.
(Áncora de Salvación, Jose Mach)
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