Un veredicto que cuando se emite tiene algo de definitivo:
«¡Culpable!», le dicen a Jesús.
Lo condenan a muerte. Y lo es, es culpable. De amar sin condiciones.
De proclamar unas bienaventuranzas que dejan a los débiles cargados
de esperanza, pero inquietan a quienes construyen su seguridad sobre el poder o la violencia.
Culpable de tratar bien a los maltratados.
Culpable por decir verdades difíciles, por mostrar un rostro de Dios que
desborda a quienes quieren domesticarlo y encerrarlo en ideas encorsetadas.
Culpable de agacharse a lavar los pies de los otros, en lugar de esperar a que siga vigente el orden lógico de las cosas.
(Vía Crucis, José M.ª Rodríguez Olaizola, SJ)
«¡Culpable!», le dicen a Jesús.
Lo condenan a muerte. Y lo es, es culpable. De amar sin condiciones.
De proclamar unas bienaventuranzas que dejan a los débiles cargados
de esperanza, pero inquietan a quienes construyen su seguridad sobre el poder o la violencia.
Culpable de tratar bien a los maltratados.
Culpable por decir verdades difíciles, por mostrar un rostro de Dios que
desborda a quienes quieren domesticarlo y encerrarlo en ideas encorsetadas.
Culpable de agacharse a lavar los pies de los otros, en lugar de esperar a que siga vigente el orden lógico de las cosas.
(Vía Crucis, José M.ª Rodríguez Olaizola, SJ)
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