Quien desea conquistar la santidad no puede dejar nunca de combatir contra todo lo que se opone a la perfección. El primerísimo y más frecuente combate que tendrá que sostener día por día será el atacar a sus pasiones, especialmente a aquellas que más le atacan su alma, y el tratar de ir consiguiendo poco a poco pero sin cansase ni desanimarse, las virtudes contrarias a sus malas costumbres, pasiones, e indebidas inclinaciones.
No debemos ponernos plazos, pues lo importante no es en cuánto tiempo se consigue la victoria, sino en no dejar de luchar, aunque los éxitos que se van consiguiendo no sean muy rápidos y notorios. Dios no sólo premia las victorias conseguidas sino sobre todo los esfuerzos hechos por obtenerlas. Nuestro deber no es alcanzar la perfección sino tender continuamente hacia ella.
En el combate contra las malas tendencias es necesario no dejar un sólo día sin hacer algo por progresar en la virtud, porque en esto sucede como a los que van remando río arriba: si sueltan por un momento los remos se los lleva la corriente.
No debemos creer jamás que ya hemos llegado, pues nos equivocaremos totalmente. Esto llevaría a no aprovechar las nuevas ocasiones que se presentan cada día de practicar la virtud y de rechazar el mal.
No perdamos ninguna ocasión, por el contrario aprovechemos lo más posible cada ocasión que se nos presente de practicar cualquiera de las virtudes, ya sea la paciencia, el silencio, la humildad, la caridad, la alegría, la piedad, el perdón etc.
Y huyamos con pavor de toda ocasión de pecar. Huir, huir siempre, porque la seducción o atracción hacia el mal es de todas las fuerzas la que más arrastra, y aún a las personas más fuertes se las lleva como a una hoja el viento.
-El combate espiritual, P. Lorenzo Scúpoli-
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