La mayor pena que en el purgatorio padecen las ánimas benditas es el deseo en que arden de poseer a Dios, que aún no poseen.
Este tormento afligirá especialmente a las almas que tuvieron pocos deseos en la vida de ir al paraíso.
Dice el cardenal Belarmino que hay en el purgatorio un lugar denominado cárcel de honor, donde hay almas que no padecen
pena alguna de sentido, sino solamente el verse privadas de la vista de Dios.
Cuéntase de esto no pocos ejemplos en las vidas de San Gregorio, el Venerable San Beda, San Vicente Ferrer y Santa Brígida. Este género de tormentos se impone, no por los pecados cometidos, sino por la frialdad en desear el paraíso. Muchos aspiran a la perfección y, a vuelta de ello, son sobrado indiferentes en el deseo de ver a Dios o seguir viviendo en la tierra.
Mas como la vida eterna es un bien tan grande que Jesucristo nos mereció con su muerte, justo es que un día castigue a estas almas que le desearon poco en la vida.
(San Alfonso Maria de Ligorio)
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