𝐐𝐔𝐄 𝐓𝐄 𝐆𝐔𝐀𝐑𝐃𝐄𝐍 𝐄𝐍 𝐓𝐔𝐒 𝐂𝐀𝐌𝐈𝐍𝐎𝐒


 

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos». Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos.

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes.
Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados.
En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.
Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.
San Bernardo de Claraval, abad
Sermón 12 sobre el salmo 90: 3,6-8 (Opera Omnia, ed. cisterc, 4 [1966], 458-462)

DIOS EXISTE, DIOS ES AMOR


 

A mi lado, Señor, hay quien dice:
«¡No hay Dios!».
Mis ojos han visto hombres y mujeres
que se ríen y se burlan de Ti.
Yo sé de jóvenes, Señor, que nunca te buscaron,
ni se inquietan por dar a sus vidas
un sentido de trascendencia.
Sus vidas gritan y claman:
«¡Dios no existe; no lo he visto!»
Señor, he visto sus vidas manejadas por
«miles de dioses falsos»;
he visto cómo el dios del dinero les asfixia y esclaviza;
cómo el dios del placer les domina y los revuelca
en el fango, cómo el dios de la droga
los lleva hasta la muerte;
cómo el dios del juego los lleva a la ruina,
cómo el dios de la violencia les lleva a matar,
cómo el dios de lo superficial, de lo vacío,
les lleva hasta el hastío, hasta la desesperación.
Y dicen con falsedad: «No hay Dios»;
y dicen que «no necesitan de Dios».
Señor, cuando el hombre prescinde de Ti
su conducta se hace insoportable;
cuando el hombre se aparta de tu ley
se sume en la ley de los "sin ley";
cuando el hombre se aleja de Ti
en su vida aparecen los ídolos- tiranos.
Sin Ti, Señor, la libertad se vuelve libertinaje
que esclaviza.
sin Ti, Señor, el amor se vuelve
egoísmo insaciable y demoledor;
sin Ti, Señor, el corazón se hincha
de soberbia y prepotencia;
sin Ti, Señor, los otros se convierten 
en enemigos a los que hay que abatir.
Cuando dejas de ser Tú el principio que anima la existencia, 
el comportamiento del hombre
se hace ley de selva, sin normas, sin respeto.
Donde está el odio y la venganza, Señor, allí no estás Tú;
donde está la suciedad y la lujuria desenfrenadas,
allí no estás Tú;
donde está el orgullo, la soberbia y prepotencia,
allí no estás Tú;
Señor, donde está la mentira y la calumnia, allí no estás Tú;
donde está el miedo y la opresión, allí no estás Tú.
Danos, Señor, capacidad de amar y perdonar
a nuestro hermano, capacidad de vivir
compartiendo con el que necesita;
danos capacidad de acoger y comprender
al hombre solo;
ENTONCES, con nuestra vida, diremos
¡DIOS EXISTE: DIOS ES AMOR!

(Orando con los Salmos, oración inspirada en el Salmo 52)

LA FUERZA MISTERIOSA DE LA PASIÓN (San Tito Brandsma)



Jesús ha sufrido. Sí, el mismo Jesús, nuestro Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Él sufrió, fue crucificado, murió y fue sepultado. 
La víspera de su pasión, rogó a su Padre celestial para que todos fueran uno, uno con él. 
Se llamó a sí mismo Cabeza del Cuerpo Místico, del que nosotros somos los miembros. Él es la vid, nosotros los sarmientos. Se metió él mismo en el lagar y allí fue exprimido. 
Nos ha dado el vino para que, bebiéndolo, podamos vivir su misma vida, para que podamos compartir con él su sufrimiento. 

Lo ha dicho él mismo: El que quiera venir en pos de mí, es decir, cumplir mi voluntad, que cargue con su cruz y me siga; el que me sigue tendrá la luz de la 
vida; yo soy la vida; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Y no comprendiendo sus discípulos que la vía indicada era la de la pasión, se lo explicó diciendo: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrar así en su gloria?.
Entonces ardieron en sus pechos los corazones de los discípulos. La palabra de Dios se había convertido para ellos en fuego. Y descendiendo después sobre ellos el Espíritu Santo, como una llama divina, se sintieron contentos de sufrir, a su vez, el desprecio y la persecución, porque se hacían así semejantes a aquel que los había precedido en el camino del sufrimiento. 

Los discípulos comprendieron que él no había querido apartarse de este camino, que habían vaticinado antes los profetas. 
Desde el pesebre hasta la cruz, no supo de otra cosa, sino de sufrimiento, pobreza y desprecio. Consagró toda su vida a enseñar al pueblo que Dios mira 
el sufrimiento, la pobreza y el desprecio humano de modo muy diferente a como lo hace la necia sabiduría del mundo. El dolor es la consecuencia necesaria del pecado, y solo mediante la cruz se recupera la unión con Dios y la gloria perdida. El dolor es, por lo mismo, el camino del cielo. 

En la cruz está la salvación, en la cruz la victoria. Así lo ha dispuesto Dios, que 
quiso además tomar sobre sí el sufrimiento para lograr con él la gloria de la redención. Por eso, como dice san Pablo, los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá cuando haya pasado el tiempo de padecer y seamos ya partícipes de la misma gloria. 

María, que conservaba todas las palabras de Dios en su corazón, supo comprender, por la plenitud de gracia que le fue concedida, el gran valor del sufrimiento. 
Mientras los discípulos huían, ella salió al encuentro del Salvador, camino del Calvario, y permaneció al pie de la cruz participando en su oprobio y en sus últimos sufrimientos. Y lo puso en el sepulcro con la esperanza firme de su resurrección. 
¡Ojalá nuestros corazones fueran tan ardientes y generosos como el suyo y se abrieran totalmente a los sentimientos del Sagrado Corazón de Jesús! Él dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. ¿Es nuestro deseo como el suyo? ¿No nos quejamos demasiado cuando él nos alarga el cáliz de la pasión? Es tan difícil para nosotros resignarnos al sufrimiento, que alegrarse de él nos parece algo heroico. 

Consideramos casi imposible el desear la cruz y el sufrimiento. Según el mundo, es, de hecho, una locura desear solo sufrimiento y desprecio, como deseaba san Juan de la Cruz. Y a veces nosotros pensamos de modo semejante al del mundo con nuestras prudentes cautelas. ¿Dónde está la oblación que cada mañana, consciente y reflexivamente, al menos de palabra y en apariencia, hacemos de nosotros mismos, cuando nos unimos a la oblación, que ofrecemos junto con la Iglesia, de aquel con el que estamos unidos en un único cuerpo? 
Jesús lloró una vez sobre Jerusalén: ¡Ojalá pudieses conocer tú hoy el don de Dios! ¡Ojalá pudiésemos también nosotros conocer hoy el gran valor que Dios ha puesto en nuestros sufrimientos!

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