MILAGRO DE SAN JOSÉ EN ÁFRICA

 



En la Costa oriental de África florecía, en el siglo XIX, una misión en Mandera. El padre Hacquard refiere la fundación de la misión:

"Corría el año 1880 y necesitábamos una misión intermedia entre Bagamoyo y Mhomda. Acompañado del padre Machón, emprendí el viaje para buscar un sitio conveniente para establecer un pueblo cristiano, encomendándonos a san José.

El día 19 de marzo, fiesta de san José, emprendimos la marcha y nos dirigimos a Udoé, un lugar jamás visitado por ningún europeo. Los indígenas de aquella comarca eran antropófagos y por ninguna parte nos concedían la autorización de establecernos.

Yo me dirigí a san José, encomendándole el éxito de nuestro viaje. De Udoé pasamos a Uriguá, caminando sin guía ni norte, a la aventura, pero en ningún sitio nos permitían establecer la misión hasta que llegamos a la casa del cacique Kingarú, llamado cara de serpiente.

Al instante que nos vio, se detuvo admirado y, mirándonos fijamente, prorrumpió en expresiones:

- Sí, ellos son. ¡Los mismos! Escuchadme. Esta noche, no sé si despierto o dormido, he visto ante mí a un venerable anciano que, tocándome como para despertarme, me ha dicho: “Kingarú, sepas que vienen a tu casa con una pequeña caravana dos blancos, recíbelos bien y dales cuanto te pidan”. Y esos sois vosotros, los mismos que yo vi.

Entonces, llamó a las gentes del pueblo y les dijo:

- Mirad a estos dos blancos, a quienes vi esta noche juntos con un anciano y de quienes os he hablado esta mañana. Ellos son.

Permanecimos allí ocho días y todos se esforzaron en atendernos bien. Una vez elegido el lugar de nuestra vivienda, dispusimos de nuevo la partida; para la cual, el mismo Kingarú quiso acompañarnos y servirnos de guía y de escolta.

Al cabo de quince días, vino a visitarnos a Bagamoyo y, llegado el momento de comenzar la obra proyectada, volvió de nuevo con gran tropa de hombres para conducir a los misioneros y llevar todo el equipaje y enseres necesarios.

Él es uno de los más asiduos y constantes asistentes a los ejercicios de la Misión. Esto y mucho más ha obrado san José por el pueblo de Mandera, por lo cual le debemos honor y gloria y reconocimiento eternos.


(Tomado de Las misiones católicas, tomo IV p. 54 de 1883)


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