Tengámonos por lo que somos de verdad: nada, miseria, debilidad; una fuente de perversidad sin límites ni atenuantes, capaces de convertir el bien en mal, de abandonar el bien por el mal, de atribuirnos el bien que no tenemos o aquel bien que hemos recibido en préstamo, y de justificarnos en el mal y, por amor del mismo mal, despreciar al Sumo Bien.
Con este convencimiento grabado en la mente, tú:
1º: No te complacerás nunca en ti mismo por algún bien que puedas acoger en ti, porque todo te viene de Dios y a Él debes dar honor y gloria;
2º: No te lamentarás nunca de las ofensas, te vengan de donde te vinieren;
3º: Perdonarás todo con caridad cristiana, teniendo bien presente el ejemplo del Redentor, que llegó incluso a excusar ante su Padre a los que le crucificaron;
4º: Gemirás siempre como pobre delante de Dios;
5º: No te maravillarás de ningún modo de tus debilidades e imperfecciones; pero, reconociéndote por lo que eres, te avergonzarás de tu inconstancia y de tu infidelidad a Dios; y, ofreciéndole tus propósitos y confiando en Él, te abandonarás tranquilamente en los brazos del Padre del cielo, como un tierno niño en los de su madre.
(19 de agosto de 1918, carta del Padre Pío a fray Gerardo da Deliceto, Ep. IV, 25)