Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum, escritos en su lengua materna.
EXAMINAD SI LOS ESPÍRITUS PROVIENEN DE DIOS
VÍA CRUCIS CON SAN JOSÉ
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios Nuestro.
En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
PRIMERA ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En el silencioso trayecto hasta Belén, José, el hombre de la vida interior, tal vez recapacitó para sus adentros: “Éste, que hoy nacerá, volverá a renacer como Mesías, como Salvador…”. El camino de la fe-confianza nos exige acompañamiento, entrega, renuncia y ánimo. Nadie como José supo hacer tanto desde el silencio y la obediencia por Dios y por los hombres. ¡Cuánto se parecieron en estas horas! ¡José obediente en cada sueño y siempre! ¡Jesús obediente hasta la muerte y sin demasiado ruido hasta en su mismo juicio!
SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús con la Cruz a cuestas camino al calvario.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La vida es amor y muchas veces por amar se sufre. No hay vida sin dolor, sin dificultades, sin cruz. En la vida de José, desde la aldea de Nazaret, hubo noches de dudas, de sueños, de sufrimientos y de angustias, pero también de certezas. El Señor, por la calle del calvario, vuelve la mirada a su pasado. Allá, en el fondo de una noche hermosa y estrellada, una figura amada y respetada, salta en su pensamiento: ¡José, mi padre! El que me enseñó a enfrentar y ser fuerte ante el peso de las dificultades.
TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús, de pequeño, seguramente subiendo por las calles de Nazaret, debe haber tropezado una y otra vez: de la fuente de agua hasta la casa acompañando a María, de las mieses a la sinagoga o del juego hasta el taller donde trabajaba José. Pero siempre sintió y entendió que una experimentada mano, maternal en María y paternal amorosa en José, lo iba a levantar. Son las mismas manos, las que en estas horas de ascenso hasta el calvario, siente sobre su hombro otra vez. María con su presencia y José en su corazón y memoria: ¡Animo, hijo, soy José! ¡Todo sea por la voluntad de Dios!
CUARTA ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
María, la gran mujer del SÍ, que desde la mañana hasta entrada la noche, tantas veces cuidó, alimentó, arrulló, vistió al niño Jesús, se asoma en la esquina más insospechada para llorar y abrazar a su hijo. La presencia de María es una certeza para Jesús. “No estás solo: Aquí como siempre está Tu Madre”. No son sólo dos amores los que se hallan frente a frente, no son solamente dos corazones los que se fusionan en un impresionante abrazo. En medio de tanto dolor, la Madre lleva a Jesús el cariño y el amor de aquel que nunca desapareció de sus entrañas: José siempre presente en el corazón. Dos tesoros, los más preciados por José, se encuentran en el camino de la cruz: María y Jesús de Nazaret.
QUINTA ESTACIÓN: El Cireneo ayuda a Jesús a cargar la Cruz.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En medio del ruido sobrecogedor y estremecedor en el camino al calvario, con risas, gritos y burlas, una mano amiga levanta el madero y lo carga. Simón de Cirene, un humilde trabajador, ayuda en medio de ese espectáculo a subir la cima del Monte Calvario. Quién sabe, si de haber vivido José, no hubiera cargado esa cruz para soportarla sobre su propio hombro antes que dejarla en el de Jesús. Seguramente para Jesús esta actitud del cireneo le recordó a tantas actitudes de José. Tal vez Jesús, sintiendo el peso de la cruz, debe haber pensado: “Si José hubiera vivido, como buen carpintero, habría aliviado de madera el peso de la cruz”.
SEXTA ESTACIÓN: La Verónica limpia el rostro de Jesús.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cuántas veces en el taller Jesús le acercó a José un trapo para secarse el sudor por el trabajo. Un paño limpio e intachable, como la vida misma de José, coloca con cariño la Verónica sobre el rostro de Jesús de Nazaret. Y es que el camino de la cruz se hace más humano y más divino con el alivio de este gesto de amor para con el rostro sufriente de Jesús. La fe y la caridad se hacen presentes en este gesto de amor para con quien sufre. Si valiente fue una mujer ante el semblante sangriento de Jesús, no lo fue menos en su día, la audacia y la serenidad del bueno de San José. José guardó limpio su hogar, amó con devoción a María su mujer y siempre pensó que Jesús era la transparencia viva y real del amor de Dios.
SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Con la única tregua de la caída como descanso, Jesús sigue manifestando públicamente su más alto ideal: el amor a Dios en los hombres. Seguramente, en algún momento de su niñez, la voz de José le susurró al oído: “Lo malo, hijo mío, no es caer, equivocarse. Lo triste es caer sin hacer de nuevo un esfuerzo por levantarse, por comenzar una vez más”. Las palabras y el recuerdo de José, el varón justo, son la fuerza para levantarse y seguir.
OCTAVA ESTACIÓN: Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
En el camino al calvario hay palabras de fe, de ánimo y gestos de amor para con Jesús. A pocos metros de llegar al Gólgota, un grupo de mujeres detiene la mirada del Maestro. Son presencia de compasión y de misericordia. Aun estando su vida en peligro, y a punto de extinguirse, Jesús les resignifica sus lágrimas: ¡Lloren por los hombres! ¡Lloren por ustedes! José le enseñó que no siempre el hombre talla, ni trata bien, ni aprovecha dignamente, la madera noble.
NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una vez más, Jesús con su rostro en tierra. Tres caídas en el camino, y podrían haber sido muchas más, cuando la locura del amor quiere ser elevada a su máximo exponente en el estandarte de la cruz. Con la rodilla en el suelo, sus ojos buscan en esta vía dolorosa la luz del cielo. Una luz, una lámpara como aquella que alumbró tantas noches de pobreza y de búsqueda de Dios el hogar de Nazaret: la llama de José ¿Acaso José no hablaría de tú a tú con Jesús, como un padre lo hace con su hijo, para formarlo, educarlo, prevenirlo y estimularlo para cuando llegasen una y otra vez, dos y tres veces, las humillaciones o las espinas que clava la vida?
DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Jesús nació en Belén despojado de todo bien. Unos pañales en la cuna de paja fueron el único abrigo de Dios con apariencia de niño, mientras José era testigo mudo y sereno ante tanto misterio. En la cruz, despojado de todo vestido. Tanto en Belén como en el calvario sintió el calor de la presencia de María. José, hombre despojado de riquezas y de abundancia, con convencimiento y fe, le enseñó a Jesús que a Dios se llega, se conquista y se entra por la puerta de la sencillez y de la pobreza.
DECIMOPRIMERA ESTACIÓN: Jesús es clavado en la Cruz.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Los clavos sujetan a Jesús en la cruz con la misma fuerza con la que los ojos de José se fijaron en él. Los clavos hieren a Jesús. El afecto de José lo hizo crecer. Los clavos traspasan manos y pies. El amor de José superó todos los límites de bondad y de entrega, de obediencia y de fe. ¿Cuáles fueron más fuertes? ¿Los clavos de la cruz o el amor de José? ¿Cuáles fueron más profundos? ¿Los clavos que perforaron la madera o aquellos otros que sostienen con firmeza los valores, las convicciones, la justicia, el amor a Dios que con prudencia San José le enseñó a Jesús?
DECIMOSEGUNDA ESTACIÓN: Jesús muere en la Cruz.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
El Rey del mundo, aquel que siendo niño caminó de la mano de José, se alza entre burlas y sollozos, erguido y sufriente, apuntando -por el hombre- hacia el Padre. El Rey del cielo nació en Belén y, por el calvario, nos trasladará a todos a una nueva vida recién amanecida. José, el hombre de la dulce muerte, el hombre que acompaña el buen morir, quién sabe si en aquel instante de desgarro y abandono no gritó a través del centurión: “¿No se dan cuenta lo que hacen? ¡Han dejado morir al mismo Hijo de Dios!” En una cosa se parece la muerte de Jesús a la de José: en las dos, estuvo cerca María.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús es bajado de la Cruz.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Aquel que en tantos amaneceres y anocheceres se sintió protegido por los brazos de San José, ahora en el atardecer del Viernes Santo, es sostenido, llorado, reverenciado y guardado en los de María. En Nazaret fue cuidado y recogido con mimo, arrullado por las manos de la Virgen María y bendecido muchas veces por San José. Pero al final, en el punto culmen del trayecto de la pasión, cuando el cielo y la tierra parecen fundirse en un abrazo por la cruz, es cuando el silencio de San José se hace cercano y protector del hijo que bajó hasta el abismo de la misma muerte.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es colocado en el sepulcro.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
La semilla esparcida con pasión y regada con amor llega a dar el ciento por uno. Jesús, desde Belén, pasando por Nazaret y subiendo a Jerusalén, fue grano del amor de Dios que, siendo pequeño, maduró definitivamente y con sangre en el árbol de la cruz. José, el hombre que esperó y creyó contra toda esperanza, también sembró con paciencia y serenidad lo que Jesús más tarde ofreció: el amor a Dios y a los hombres. ¿Qué más se puede esperar del Señor, del Hijo del carpintero?
EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN (San Pedro Crisólogo)
El hecho de que una virgen conciba y continúe siendo virgen en el parto y después del parto es algo totalmente insólito y milagroso; es algo que la razón no se explica sin una intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana. El nacimiento de Cristo no fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída. El mismo que, sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto tomó, al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó coger barro para plasmarnos también se dignó tomar carne humana para salvarnos. Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique afrenta alguna para el Creador.
𝙵𝚁𝙰𝚂𝙴𝚂 𝙳𝙴 𝚂𝙰𝙽𝚃𝙰 𝚃𝙴𝚁𝙴𝚂𝙰 𝙳𝙴 𝙹𝙴𝚂𝚄́𝚂 𝚂𝙾𝙱𝚁𝙴 𝙻𝙰 𝙷𝚄𝙼𝙸𝙻𝙳𝙰𝙳
𝙵𝚁𝙰𝚂𝙴𝚂 𝙳𝙴 𝚂𝙰𝙽𝚃𝙰 𝚃𝙴𝚁𝙴𝚂𝙰 𝙳𝙴 𝙹𝙴𝚂𝚄́𝚂 𝚂𝙾𝙱𝚁𝙴 𝙻𝙰 𝙷𝚄𝙼𝙸𝙻𝙳𝙰𝙳
𝙿𝙾𝚁 𝚂𝚄𝚂 𝙵𝚁𝚄𝚃𝙾𝚂 𝙻𝙾𝚂 𝙲𝙾𝙽𝙾𝙲𝙴𝚁𝙴́𝙸𝚂
Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.
ESPÍRITU SANTO, DAME TUS SIETE DONES
Amor infinito y Espíritu Santificador:
Contra la necedad, concédeme el Don de Sabiduría, que me libre del tedio y de la insensatez.
Contra la rudeza, dame el Don de Entendimiento, que ahuyente tibiezas, dudas, nieblas, desconfianzas.
Contra la precipitación, el Don de Consejo, que me libre de las indiscreciones e imprudencias.
Contra la ignorancia, el Don de Ciencia, que me libre de los engaños del mundo, demonio y carne, reduciendo las cosas a su verdadero valor.
Contra la pusilanimidad, el Don de Fortaleza, que me libre de la debilidad y cobardía en todo caso de conflicto.
Contra la dureza, el Don de Piedad, que me libre de la ira, rencor, injusticia, crueldad y venganza.
Contra la soberbia, el Don de Temor de Dios, que me libre del orgullo, vanidad, ambición y presunción.
NO BUSCARÉ OTRA COSA, SINO A DIOS
“Procuraré con todas veras seguir las huellas de mi Jesús.
Si me siento afligida, abandonada, desolada, le haré compañía en el Huerto.
Si me siento despreciada, injuriada, le haré compañía en el Pretorio.
Si estoy deprimida y angustiada en las agonías del padecer, con fidelidad le haré compañía en el Monte, y con generosidad, en la Cruz, atravesado con la lanza el corazón ...
Me despojaré de todo interés propio, para no mirar ni a pena ni a premio, sino sólo a la gloria de Dios y al puro agrado suyo, no buscando otra cosa sino permanecer entre estos dos extremos: agonizar aquí hasta que Dios quiera, o morir aquí de puro amor suyo.
No buscaré ni amaré otra cosa sino a Dios...
Alejaré de mí todo insensato temor ... Sólo a él temeré, huyendo siempre de cuanto pudiera procurarle disgusto ...
Si por mi debilidad cayera en cualquier error, me levantaré inmediatamente por el arrepentimiento, reconociendo mi miseria ... Fijaré siempre mi corazón en Dios, apartándolo, con todo el esfuerzo posible, de todo lo que no sea él.
Quiero que mi corazón sea morada de Jesús, haciendo del mismo un Calvario de penas ..., a fin de que él sea dueño absoluto, y habite allí a su gusto con todo lo que le agrada...”
(San Pablo de la Cruz, muerte mística, dedicada a una joven novicia, Sor Ángela M. Cencelli, por eso habla en femenino)
ACTO DE CARIDAD PARA CON DIOS
Porque Tú me has amado infinitamente,
Porque Tú me has amado desde la eternidad.
Porque Tú has muerto para salvarme
Porque Tú no has podido amar más.
Porque Tú me has hecho participante de tu divinidad y quieres
que lo sea de tu gloria.
Porque Tú te entregas del todo a mi en la Comunión.
Porque Tú me das en manjar tu Cuerpo y en bebida tu Sangre.
Porque Tú estás siempre por mi amor en la Santa Eucaristía.
Porque Tú me recibes siempre en audiencia sin hacerme
esperar.
Porque Tú eres mi mayor Amigo.
Porque Tú me llenas de tus dones.
Porque Tú me tratas siempre muy bien, a pesar de mis
pecados e ingratitudes.
Porque Tú me has enseñado que Dios es Padre que me ama
mucho.
Porque Tú me has dado por Madre a tu misma Madre.
¡Dulce Corazón de Jesús, haz que te ame cada día más y más!
Dulce Corazón de Jesús, sé mi amor.
Te amo por los que no te aman.
Te amo por los que nunca piensan en Ti.
Te amo por los que no te visitan.
Te amo por los que te ofenden e injurian.
¡Que pena por esto!
Te amo y te digo con aquel tu siervo:
¡Oh Jesús, yo me entrego a Ti para unirme al amor eterno,
inmenso e infinito que tienes a tu Padre celestial! ¡Oh Padre
adorable! Te ofrezco el amor eterno, inmenso e infinito de tu
amado Hijo Jesús, como mío que es. Te amo cuando tu Hijo
te ama.
(San Juan Eudes)
24 FORMAS DE AYUDAR A LAS ALMAS DEL PURGATORIO
1. Rezar la Novena a las Santas Almas
2. Ofrecer la Comunión por las almas del purgatorio.
3. Ofrecer y encargar Misas por ellas.
4. Rezar el Vía Crucis por las almas del Purgatorio
5. Rezar el Santo Rosario por ellas.
6. Rezar los 100 Réquiem.
7. Obtener indulgencias a través de acciones piadosas, y aplicar sus méritos a las Almas del Purgatorio.
8. Visitar una iglesia u oratorio el Día de los Difuntos y allí recitar el Padre Nuestro y el Credo.
9. Dar limosna: La ayuda material a los pobres siempre se ha considerado una penitencia que se puede ofrecer por las Santas Almas. “Porque la limosna salva de la muerte y limpia todo pecado” (Tobías 12, 9).
10. Rezar la Coronilla a la Divina Misericordia.
11. Hacer la oración de Santa Gertrudis por las Almas del Purgatorio.
12. Rociar agua bendita en el suelo: San Juan Macías, un gran amigo de los que estaban en el purgatorio, solía rociar agua bendita en el suelo para el beneficio espiritual de las almas que sufrían.
13. Visitar un cementerio, y allí rezar la breve oración del Réquiem Aeternam: "Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellas la luz perpetua".
14: Adoración Eucarística: visitar el Santísimo Sacramento para realizar actos de reparación al Sagrado Corazón de Jesús en nombre de las Almas del purgatorio.
15. Sacrificios: practicar pequeños actos de abnegación a lo largo de tu día y ofrecer estas penitencias por las pobres almas.
16. Rezar el Oficio de los Muertos, está en la Liturgia de las Horas.
17: Pedir la intercesión de los santos que fueron conocidos por ser grandes amigos de las Santas Almas durante su vida: San Nicolás de Tolentino, Santa Gertrudis la Grande, Santa Catalina de Génova, San Padre Pío, San Felipe Neri, San Juan Macías, Santa Faustina Kowalska etc...
18: A lo largo de su día, ofrezca oraciones breves y espontáneas (jaculatorias) por las almas del Purgatorio.
19: Confesarte: confesar tus propios pecados hace que tus oraciones por las almas de los demás sean más efectivas.
20: Difundir devoción a las Santas Almas: Haz que los demás sean conscientes de la gran necesidad que tienen estas almas que sufren de nuestras oraciones.
21: Pedir la intercesión de la Virgen del Carmen, abogada de las Almas del Purgatorio para que las alivie.
22: Pedir a San José, Custodio del Purgatorio, que interceda por ellas.
23: Encender velas en casa o en la Iglesia por las Almas del Purgatorio.
24: Mirar un Crucifijo y decir: Jesús, por tus cinco LLagas, ayuda a las Almas del Purgatorio (En una aparición de Jesús a Sor Marta Chambón le enseñó esta oración)
𝐌𝐀́𝐑𝐓𝐈𝐑𝐄𝐒 𝐂𝐀𝐑𝐌𝐄𝐋𝐈𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐌𝐏𝐈𝐄𝐆𝐍𝐄
𝐌𝐀́𝐑𝐓𝐈𝐑𝐄𝐒 𝐂𝐀𝐑𝐌𝐄𝐋𝐈𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐂𝐎𝐌𝐏𝐈𝐄𝐆𝐍𝐄
Una hermana carmelita, sor Isabel Bautista, monja en el monasterio de Compiégne (Francia), tuvo una vez un sueño en el que, según dijo, se le habían aparecido todas las religiosas de su convento, en el cielo, cubiertas de resplandeciente manto blanco y sosteniendo en las manos una palma, símbolo de la gloria del martirio.
Un siglo más tarde aquella visión iba a concretarse en realidad. Y posteriormente un decreto de la Iglesia de Roma declaraba mártires con todos los honores de veneración a dieciséis carmelitas del monasterio de Compiégne que habían dado la vida por su fe. El sueño de sor Isabel Bautista se había cumplido. Pero para que se cumpliese hubo necesidad de que el mundo pasara por una situación gravísima. Al siglo XVIII le faltaba una decena de años para terminarse. Francia comenzaba a padecer los primeros síntomas de la Revolución.
La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiégne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Un día la madre priora, entendiendo el deseo que cada día se hacía más patente en el corazón de sus monjas, les propuso hacer "un acto de consagración por el cual la comunidad se ofreciera en holocausto para aplacar la cólera de Dios y por que la divina paz que su querido Hijo había venido a traer al mundo volviera a la Iglesia y al Estado".
La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad y las denunciaron al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo. El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia.
El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas.
El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había convertido en cárcel.
Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París.
Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina.
Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios. Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Monte Carmelo. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente ante el Tribunal Revolucionario.
Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas.
Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono.
Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.
Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de recibir el golpe de gracia. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo. Era el día 17 de julio por la tarde.
Una placa de mármol con el nombre de las mártires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices los que mueren en el Señor.
Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y en 1905 San Pío X declaraba beatas a aquellas "que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón".
(Santidad carmelitana)
HIMNO A LA VIRGEN DEL CARMEN
celeste claridad, puro prodigio al ser,
a una, Madre de Dios y Virgen:
¡Virgen fecunda! Madre,
atesoras intacta la doncellez;
estrella, guía de los rumbos del mar, sénos propicia.
Vástago de Jesé, vara profética
que el Hijo del Altísimo das en cosecha;
Madre, consiente que vivamos contigo ahora y siempre.
Azucena que brotas inmaculada
y te yergues señera entre las zarzas;
devuelve, Virgen, nuestra frágil arcilla a su alto origen.
Ponnos, nueva Judit, para la lucha
tu santo Escapulario como armadura;
con tu vestido cantaremos victoria del enemigo.
Bajo noches oscuras navega el alma,
enciende tú los rayos de la esperanza,
y sé el lucero que lleve nuestra nave, segura al puerto.
Señora, desde siempre los carmelitas
nos tenemos por hijos de tu familia,
y confiamos que un día nos acojas en tu regazo.
María, puerta y llave del paraíso,
queremos desatarnos y estar con Cristo;
si tú nos abres, reinaremos allí con tu Hijo, ¡Madre! Amén.
LA SABIDURÍA MISTERIOSA REVELADA POR EL ESPÍRITU SANTO (San Buenaventura)
𝐒𝐈 𝐁𝐔𝐒𝐂𝐀𝐑𝐄 𝐀𝐆𝐑𝐀𝐃𝐀𝐑 𝐀 𝐋𝐎𝐒 𝐇𝐎𝐌𝐁𝐑𝐄𝐒, 𝐍𝐎 𝐒𝐄𝐑Ɩ́𝐀 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐕𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐈𝐒𝐓𝐎
Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia. Hay hombres que juzgan temerariamente, que son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en sospechar lo que no ven, que se empeñan incluso en pregonar lo que ni sospechan; contra esos tales, ¿qué recurso queda sino el testimonio de nuestra conciencia? Y ni aun en aquellos a los que buscamos agradar, hermanos, buscamos nuestra propia gloria, o al menos no debemos buscarla, sino más bien su salvación, de modo que, siguiendo nuestro ejemplo, si es que nos comportamos rectamente, no se desvíen. Que sean imitadores nuestros, si nosotros lo somos de Cristo; y, si nosotros no somos imitadores de Cristo que tomen al mismo Cristo por modelo. Él es, en efecto, quien apacienta su rebaño, él es el único pastor que lo apacienta por medio de los demás buenos pastores, que lo hacen por delegación suya.
POEMAS Y CANTOS A LA VIRGEN MARÍA
SI TE ACORDARÁS DE MÍ
cuando parta de esta tierra,
si te acordarás de mí.
Cuando ya sean publicados
mis tiempos en mal gastados
y todos cuantos pecados
yo mezquino cometí,
si te acordarás de mí.
En el siglo duradero
del juicio postrimero,
do por mi remedio espero
los dulces ruegos de ti,
si te acordarás de mí.
Cuando yo esté en la afrenta
de la muy estrecha cuenta
de cuantos bienes y renta
de tu Hijo recibí,
si te acordarás de mi.
Cuando mi alma cuitada,
temiendo ser condenada
de hallarse muy culpada
tenga mil quejas de sí,
si te acordarás de mí.
Juan Alvarez Gato (1445-1510)
No tengo nada que ofrecerte,
nada que solicitarte…
Vengo solamente, oh María,
para contemplarte…,
contemplar tu rostro,
dejar al corazón que cante
en tu propio lenguaje…
Porque tú eres hermosa,
porque eres inmaculada,
la mujer de la Gracia
finalmente restaurada,
la criatura en su primigenio honor
y en su florecimiento definitivo,
tal como salió de Dios
en la mañana de su original esplendor.
Inefablemente intacta
porque tú eres la Madre de Jesucristo,
que es la verdad entre tus brazos,
y la única esperanza y el único fruto.
Porque tú eres la mujer, el Edén
de la antigua ternura olvidada…
¡Que toda la creación te cante agradecida,
Madre de Jesucristo,
simplemente porque existes.
Paul Claudel
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