Esta mañana cuando acuda a la iglesia a participar en la Eucaristía imaginaré que entro en la sencilla y humilde casa de Nazaret, donde san José era el custodio y el cabeza de familia. Le pediré con sencillez que me presente a Jesús, a quien junto a María alojaba entre aquellas cuatro paredes formándole, amándole, enseñándole, cuidándole como Verbo hecho carne. Es lo mismo que ocurre cuando participas en la Santa Misa. Ahí esta presente san José, acompañando junto al altar a quien es el Verbo hecho pan.
Que san José, siempre tan solícito a mis peticiones, me enseñe a hablarle, a ser intercesor ante su gracia, a ser receptor de mis anhelos, a ayudarme a recibirlo con más amor y devoción. Y una vez recibida la Hostia en mi interior salir del templo para ir a mi pequeño mundo familiar, social y profesional para ser transmisor de paz, de amor, de entrega, de generosidad y convertirme como él en un custodio que creer un entorno donde Cristo se digne a vivir porque en él reine la armonía y la paz. En esto San José fue un maestro. Él hizo lo posible para abrir su corazón y dar lo mejor de sí a María y a Jesús. Puso todo su empeño y su cuidado para todo al servicio de la humanidad de Cristo, nuestro Salvador.
(Orar con el Corazón abierto)
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