EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES


 

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno - es decir, de Adán- todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.


(Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia)`

LO DISPUSO TODO CON SUAVIDAD (Santa Ángela de Mérici, virgen)


Queridísimas madres y hermanas en Cristo Jesús: En primer lugar, poned todo vuestro empeño, con la ayuda de Dios, en concebir el propósito de no aceptar el cuidado y dirección de los demás, si no es movidas únicamente por el amor de Dios y el celo de las almas.

Sólo si se apoya en esta doble caridad, podrá producir buenos y saludables frutos vuestro cuidado y dirección, ya que, como afirma nuestro Salvador: Un árbol sano no puede dar frutos malos.

El árbol sano, dice, esto es, el corazón bueno y el ánimo encendido en caridad, no puede sino producir obras buenas y santas; por esto, decía san Agustín: «Ama, y haz lo que quieras»; es decir, con tal de que tengas amor y caridad, haz lo que quieras, que es como si dijera: «La caridad no puede pecar».

Os ruego también que tengáis un conocimiento personal de cada una de vuestras hijas, y que llevéis grabado en vuestros corazones no sólo el nombre de cada una, sino también su peculiar estado y condición. Ello no os será difícil si las amáis de verdad.

Las madres en el orden natural, aunque tuvieran mil hijos, llevarían siempre grabados en el corazón a cada uno de ellos, y jamás se olvidarían de ninguno, porque su amor es sobremanera auténtico. Incluso parece que cuantos más hijos tienen, más aumenta su amor y el cuidado de cada uno de ellos. Con más motivo, las madres espirituales pueden y deben comportarse de este modo, ya que el amor espiritual es más poderoso que el amor que procede del parentesco de sangre.

Por lo cual, queridísimas madres, si amáis a estas vuestras hijas con una caridad viva y sincera, por fuerza las llevaréis a todas y cada una de ellas grabadas en vuestra memoria y en vuestro corazón.

También os ruego que procuréis atraerlas con amor, mesura y caridad, no con soberbia ni aspereza, teniendo con ellas la amabilidad conveniente, según aquellas palabras de nuestro Señor: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, imitando a Dios, del cual leemos: Lo dispuso todo con suavidad. Y también dice Jesús: Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Del mismo modo, vosotras tratadlas siempre a todas con suavidad, evitando principalmente el imponer con violencia vuestra autoridad: Dios, en efecto, nos ha dado a todos la libertad y, por esto, no obliga a nadie, sino que se limita a señalar, llamar, persuadir. Algunas veces, no obstante, será necesario actuar con autoridad y severidad, cuando razonablemente lo exijan las circunstancias y necesidades personales; pero, aun en este caso, lo único que debe movernos es la caridad y el celo las almas.

LO QUE PARECÍA MOLESTO, ES LO QUE HA SALVADO A TODO EL MUNDO

 Lo que parecía molesto, es lo que ha salvado a todo el mundo

San Juan Crisóstomo, obispo
Homilías sobre la carta a los Romanos (Homilía 15, 2: PG 60, 542-543) (del lecc. par-impar)
A los que llamó, los justificó. Los justificó por el baño regenerador. A los que justificó, los glorificó. Los glorificó por la gracia, por la adopción. ¿Cabe decir más? Que es como si dijera: No me hables más de peligros ni de insidias tramadas por todos. Pues si es verdad que hay quienes no tienen fe en los bienes futuros, no pueden negar sin embargo la evidencia de los bienes ya recibidos: por ejemplo, el amor que Dios te ha mostrado, la justificación, la gloria.
Y todo esto se te ha concedido en atención a lo que parecía molesto: y todo aquello que tú considerabas deshonroso: cruz, las torturas, las cadenas, fue lo que restableció el orden en todo el mundo. Y así como él se sirvió de su pasión, es decir de aquello que se presentaba como sufrimiento, para restablecer la libertad y la salvación de toda la naturaleza humana, así obra contigo: cuando sufres, se sirve de este sufrimiento para tu salvación y para tu gloria.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién no está contra nosotros?, se pregunta. Pues hemos de admitir que todo el mundo, dictadores, pueblos, parientes y conciudadanos están contra nosotros. Sin embargo, todos esos que están contra nosotros están tan lejos de hacernos mal que hasta son agentes involuntarios de nuestras victorias y de los beneficios mil que nos vienen, pues la sabiduría de Dios troca sus asechanzas en salvación y gloria para nosotros.
¿Ved cómo nadie está contra nosotros? Pues lo que más renombre dio a Job fue precisamente que el diablo en persona tomó las armas contra él: se valió contra él de sus amigos, de su esposa, de las llagas, de los criados, urdiendo contra él mil otras maquinaciones. Y no obstante no le sucedió ningún mal. Si bien todo esto, con ser una gran cosa, no es la mayor: lo realmente extraordinario es que todo esto se trocó en bien y en una ganancia. Como Dios estaba de su parte, todo lo que parecía conspirar contra él, cedía en favor suyo.
Les pasó lo mismo a los apóstoles: judíos, paganos, falsos hermanos, príncipes, pueblos, hambre, pobreza y otras muchas cosas se pusieron en contra suya. Pero nada pudo contra ellos. Y lo más maravilloso era que todo esto les hacía más espléndidos, ilustres y dignos de alabanza ante Dios y los hombres. Por eso dice: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Y no contento con lo dicho, te pone en seguida ante la mayor prueba de amor de Dios para con nosotros, prueba sobre la que insiste una y otra vez: la muerte del Hijo. No sólo -dice- nos justificó, nos glorificó y nos predestinó a ser imagen suya, sino que no perdonó a su Hijo por ti. Por eso añadió: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Cómo podrá abandonarnos quien por nosotros no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros? Piensa en el gran peso de bondad que supone no perdonar a su propio Hijo, sino entregarlo y entregarlo por todos, por los hombres viles, ingratos, enemigos y blasfemos. ¿cómo no nos dará todo con él? Es como decir: si nos ha dado a su Hijo, y no sólo nos lo ha dado, sino que lo entregó a la muerte, ¿cómo puedes dudar de lo demás, si has recibido al Señor? ¿Cómo puedes abrigar dudas respecto a las posesiones, poseyendo al Señor?



PASTORCILLO DE MI ALMA


 Jesús mío, mi amor, mi hermoso Niño, te amo tanto... Tú lo sabes, pero yo quiero amarte más: haz que te ame hasta donde no pueda amarte más una criatura, que te ame, hasta morir...

Ven a mí, Niño mío; ven a mis brazos, ven a mi pecho, reclínate sobre mi corazón un instante siquiera, embriágame con tu amor, Pero si tanta dicha no merezco, déjame al menos que te adore, que doblegue mi frente sobre el césped que huellas con tus plantas, cuando andas en el pastoreo de tu rebaño.

Pastorcillo de mi alma, pastorcito mío, mira esta ovejita tuya cómo ansiosa te busca, cómo anhela por ti. Quisiera morar contigo para siempre y seguirte a donde quiera que fueras para ser en todo momento iluminada con la lumbre de tus bellísimos ojos y recreada con la sin par hermosura de tu rostro y regalada con la miel dulcísima que destila de tus labios. Quisiera ser apacentada de tu propia mano y que nunca más quitaras tu mano de ella. Más, quisiera Jesús mío: quisiera posar mis labios sobre la nívea blancura de tus pies.

Si, amor, mío, no quieras impedirme tanto bien; déjame que me anonade a tus plantas y me abrace con tus pies y los riegue con las lágrimas salidas de mi pecho amante, encendidas en el sagrado fuego de tu amor; déjame besarte y después... no quiero más, muérame luego. Si, muérame amándote, muérame por tu amor, muérame por ti, niño mío que eres sumo bien, mi dicha, mi hermosura, la dulzura de mi alma, la alegría de mi pecho, la paz de mi corazón, el encanto de mi vida. Ah, morir enfermo de amor y de amor por ti, luz mía, que dicha para mi alma, qué consuelo, qué felicidad.

Todo tuyo es mi ser, pues de la nada lo creaste, y me lo diste y otra vez vino a ser tuyo cuando me redimiste y con el precio de tu sangre me compraste; y otras tantas veces, hasta hoy he sido tuyo, cuantos son los instantes que he vivido pues esta vida que tengo, tú mismo a cada instante me la otorgas, la conservas y la guardas.

Por eso, Jesús mío, a ti quiero tornarme, de quien tantos bienes en uno he recibido. Tú, pues serás, de hoy más mi dueño único. Tú el único amado de mi alma, porque sólo tú eres mi padre y mi hermano y mi amigo; y solo tú eres mi rey, y creador y redentor, y tú solo mi Dios y mi soberano Señor.

Dulce Jesús mío Divino Niño de mi alma: dime una vez más que sí me amas y dame en prenda de amor, de amor eterno, tu santa bendición. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


(Padre Juan del Rizzo)

JESÚS NOS PROMETIÓ LA VIDA ETERNA



Emigremos por la caridad, habitemos allá arriba por la caridad. Por la misma caridad con que amamos a Dios.

Durante nuestra presente peregrinación, pensemos continuamente que nuestra permanencia en esta vida es transitoria, y así, con una vida santa, nos iremos preparando un puesto allí de donde nunca habremos de emigrar. 

Pues nuestro Señor Jesucristo, una vez resucitado, ya no muere más. Esto es lo que hemos de amar. Veamos qué es lo que nos ha prometido: no riquezas temporales y terrenas ni honores o ejecutorias de poder en este mundo, pues ya veis que todo esto se da también a los hombres malos, para que no sea sobrevalorado por los buenos. Ni la salud corporal; y no es que no la dé, sino que, como veis, se la da también al ganado. Ni una larga vida. ¿Cómo llamar largo lo que un día se acaba? Ni como algo extraordinario, nos prometió a nosotros los creyentes, la longevidad o una decrépita ancianidad, a la que todos aspiran antes de llegar y de la que todos se lamentan una vez que han llegado. Ni la belleza corporal, que la enfermedad o la deseada ancianidad hacen desaparecer.

Querer ser hermoso, querer ser anciano: he aquí dos deseos imposible de armonizar. Si eres anciano, no serás hermoso.

Así que no es esto lo que nos prometió el que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.

Prometió la vida eterna, donde no hemos de temer, donde no seremos perturbados, de donde no emigraremos, en donde no moriremos; donde ni se llorará al predecesor ni se esperará al sucesor. Y por ser de este orden las cosas que prometió a los que le amamos y a los que nos urge la caridad del Espíritu Santo, por eso no quiso darnos el Espíritu hasta ser glorificado. De este modo, en su propio cuerpo pudo mostrarnos la vida, que ahora no tenemos, pero que esperamos en la resurrección.


(San Agustín)

POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 


Dígnate, adorable Salvador mío, por tu preciosa Sangre, por tu dolorosa Pasión y cruelísima muerte; por los tormentos que tu augusta Madre sufrió al pie de la cruz cuando te vio exhalar el último aliento; dígnate dirigir una mirada de piedad al seno profundo del Purgatorio y sacar de allí las almas que gimen privadas temporalmente de tu vista, y que suspiran por el instante de reunirse contigo en el paraíso celestial. 

Principalmente te pido por las almas de mis familiares, amigos y de aquellos por quienes más particularmente debo pedir, como son las almas más olvidadas y necesitadas.

No desoigas, Señor mis ruegos, que uno a los que por todos los fieles difuntos te dirige nuestra santa madre la Iglesia Católica, a fin de que tu misericordia las lleve allá donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por todos los siglos de los siglos. 

Amén, Jesús.

MARÍA, MADRE DE DIOS


 La maternidad divina de María es confirmada por el evangelista Lucas (Lc. 1, 39-45) en el pasaje en el que describe la visita de María a su prima Isabel, cuando ésta exclama: ¿”Cómo es que la Madre de mi Señor viene a mí”? Isabel se dirige a María como la “madre de mi Señor”. 

Esa palabra “Señor”, que en la versión griega está escrita como Kyrios, se refiere a Dios. Isabel utiliza la misma palabra que María ha utilizado al dar su consentimiento a la misión que Dios le proponía. María dice: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. María, sin duda, se refiere a Dios. 

Por lo mismo, Isabel también se está refiriendo a Dios cuando se dirige a María como “Madre de mi Señor”. Isabel reconoce a María como Madre del Mesías, Madre de aquel a quien puede ser dirigido el título divino de “Señor”.  Además, Lucas también señala que Isabel había quedado “llena del Espíritu Santo” y bendice a María y al hijo que lleva en sus entrañas.

María es verdadera Madre, ya que ella fue participe activa de la formación de la naturaleza humana de Cristo, de la misma manera en la que todas las madres contribuyen a la formación del fruto de sus entrañas. María es verdadera Madre porque Jesús es verdadero Hombre. 

Al mismo tiempo, en las Sagradas Escrituras encontramos numerosos pasajes en los que se afirma que Jesús es el Hijo de Dios. 

Lo que pertenece a Jesús o se afirma de Él, pertenece a la persona del Verbo. Y como ya hemos indicado, en las Escrituras también se afirma que María es la Madre de Jesús. Por lo que podemos concluir que si Jesús es el Verbo de Dios, María es también la Madre de Dios. 


(María, Madre de Dios y de la Iglesia, Concepcionistas, misioneras de la enseñanza).

LA TRINIDAD ES EL TODO


 

Allí donde actúa el Padre, allí opera el Hijo y el Espíritu Santo.  Viven de una misma Luz, de un mismo Amor, gozan de una misma beatitud en la contemplación de su propia Belleza eterna, en la posesión de una misma Divinidad a Tres.

El Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, el Padre y el Hijo se aman y nos aman en el Espíritu Santo, como nos conocen en el mismo Verbo.

Plenamente de acuerdo, en su consejo eterno, los Tres han decidido asociarnos a su vida íntima para que seamos «consumados» en Ellos «en la unidad».

Así el más inescrutable de los misterios se ha convertido para nosotros en el más familiar, el más caro (querido) a nuestras almas.  Nuestra vida espiritual no es más que una extensión de la vida de la Trinidad.  ¿Cómo no vendría el Padre a habitar en nosotros con su Hijo y su Espíritu de amor? Ahí está la Trinidad invitándonos a «vivir juntos» su amistad. 

La Trinidad en nosotros y nosotros en la Trinidad, en una vida de unión eterna: tal es el secreto de nuestro destino divino y ya, por anticipado, de nuestra felicidad acá abajo.

¿Qué importa lo demás? ¿Qué me importan todas las riquezas de este mundo si yo llegase a perder la Trinidad? Y si yo poseo la Trinidad, ¡qué me importan todos los tesoros del universo! Para mí, la Trinidad es el todo.


(M. PHILIPON, O. P., "La Trinidad en mi vida)

APROVECHAR EL TIEMPO

 
No puedes pensar en un San José ocioso. 
Tampoco en un San José febril, acongojado… 
Piensa con amor en el carpintero diligente, sin altibajos, 
sereno, sin nerviosismos. 
Ni un minuto desperdiciado. Tensión…, pero de voluntad…, 
de voluntad inflexible y serena, no de nervios.
¿Por qué no imitas a San José en tu modo de trabajar, de estudiar? 
Piensa un rato en el tiempo. ¿Concibes su valor? 
Gloria de Dios, Sangre de Cristo, almas, santidad, grados de felicidad 
perpetua… “Recoged las sobras para que nada se pierda”, 
dice Cristo tras la multiplicación de los panes. 
Para la turba, aun para los apóstoles todavía, los fragmentos nada valen. 
Para Cristo, son pan que puede saciar a otros hambrientos; 
son partecitas del milagro de su amor…
Al dividir tu tiempo, quedarán “fragmentos” …, momentos 
perdidos… Esos minutos pueden salvar almas, pueden saciar la 
sed asfixiante de amor que atormenta el Corazón de Cristo… 
Aprende de José a trabajar, a aprovechar el tiempo con avaricia 
santa. Dile con toda el alma: José bendito, quiero seguir tus 
ejemplos, pero soy débil, inconstante. Préstame tu ayuda 
poderosa. Tú todo lo puedes y yo todo lo necesito…
 
San José, modelo de laboriosidad, ruega por nosotros.
(Mes de San José)

IMITAR LA PASIÓN DE CRISTO

 




JESÚS (Sabiduría):

-Estaba yo clavado en el árbol de la Cruz, sobre el cual me había puesto el amor, con todo mi cuerpo maltratado y desfigurado, los ojos sangrientos y lívidos, los oídos taponados de injurias y blasfemias, el paladar anegado de amargura, y toda mi delicadísima carne cubierta de llagas afrentosas y horribles. 

En vano buscaba un alivio que no podría encontrar en todo el mundo. Mi cabeza, agravada por el dolor, colgaba sobre mi pecho; mi cuello estaba plagado de heridas; mi rostro cubierto de salivas; todo mi ser revestido de una horrible palidez de muerte; y tal había quedado toda la majestad de mi cuerpo, que no parecía sino un leproso desgraciado. ¡Y con todo, Yo era la Sabiduría Eterna, más hermosa que el sol que alumbra el universo! 

Discípulo: 

- ¡Oh espejo resplandeciente de todas las gracias, en cuyo rostro desean mirarse los ángeles del cielo!; ¡oh Verbo de la Luz, delicia del paraíso y gloria de los cielos! ¡Ah...! si hubiera yo podido en aquellos momentos tener reclinada sobre mi pecho aquella cara tan amable, tan pálida, tan ensangrentada, tan desfigurada..., la hubiera lavado con lágrimas de mi Corazón, y mi alma se hubiera desahogado con aquellos gemidos. ¡Ay...!, ¿por qué no tendré yo todo el llanto y todas las lágrimas de todos los santos? 

JESÚS (Sabiduría):

-El mejor modo de compartir mis dolores consiste en que los grabes por medio de actos en tu alma y en tu cuerpo. Prefiero el desprendimiento de todo lo terreno, el estudio e imitación de mis ejemplos, la transformación de una alma que imita mi Pasión.


(Tratado de la eterna sabiduría, beato Enrique Susón)

MARÍA,TOMA EN TUS BRAZOS A LOS NIÑOS ABORTADOS



Oh María, Madre de Jesús, a ti que se te confió ser la Madre del Hijo único de Dios, Nuestro Salvador, gracias a tu obediente consentimiento a la Voluntad de Dios, y que así te has convertido para todos los pueblos de todos los tiempos en el modelo de la
fe y del amor maternal: toma en tus brazos de madre a todos los niños que perecen víctimas del aborto, a fin de que puedan recibir eternamente la consolación del amor de una madre. 

Que pueda tu ejemplo e intercesión abrir los corazones de todos los que rechazan a Dios y a Sus santas leyes, reconfortar a todos los que sufren remordimientos por culpa de un aborto, y restaurar la esperanza en Cristo para todas estas madres y estos padres que se han arrepentido y lloran la pérdida de sus hijos. 

Amén

EL ESCAPULARIO ROJO



ORIGEN DEL ESCAPULARIO ROJO O ESCAPULARIO DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO:

En la ciudad de Troyes, Francia, el 26 de julio de 1846 Nuestro Señor se apareció a Sor Apolina Andriveau Hija de la Caridad. Dejemos que sea ella misma quien nos narre esta manifestación:

“Habiéndome subido a la capilla antes de la bendición del Santísimo, me pareció ver a nuestro Señor, que tenía en la mano derecha un escapulario rojo suspendido de dos cintas del mismo color; sobre uno de los extremos se veía la figura del Crucifijo, al pie del cual estaban los instrumentos más dolorosos de la Pasión tales como los azotes, el martillo, la lanza, la túnica de la que había sido revestido su cuerpo ensangrentado. Alrededor del crucifijo se leía esta inscripción: “Santa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, Sálvanos”

“En el otro extremo de las cintas y en la misma clase de tela estaban representados su Sagrado Corazón y el de su Bendita Madre. Una cruz colocada en el centro y poco más arriba, parecía unir los dos corazones; alrededor, ésta inscripción: “Sagrados Corazones de Jesús y María, Protégenos”

“Un Domingo por la tarde estaba yo haciendo el Viacrucis. En la décima tercera estación, me pareció que la Santísima Virgen ponía entre mis brazos el cuerpo sagrado de nuestro Divino Salvador que me decía: “el mundo se pierde, porque no piensa en la Pasión de Jesucristo. Haz cuanto puedas para salvarlo“.

Y continúa la vidente, diciendo:

“Creo que la Pasión de Jesucristo es el medio más eficaz de convertir a los pecadores y de reanimar la fe de los justos. ¿Quién podrá resistir a un Dios expirando por Amor a los hombres? “

La aparición de nuestro Señor con el escapulario en la mano se repitió varias veces; una de ellas en la exaltación de la Santa Cruz en 1847. Allí nuestro Señor le dijo: “los que lleven este escapulario, recibirán todos los Viernes la remisión de todos los pecados y un gran aumento de Fe, Esperanza y Caridad”

Y como la iglesia es muy prudente ante estas apariciones, luego de una cuidadosa investigación, el Beato Papa Pio IX, aprobó la propagación del escapulario de la Pasión el 25 de junio de 1847.




MENSAJE DEL ESCAPULARIO:

De ninguna manera podemos hablar de Cristo Crucificado quedándonos en el Viernes santo, sin mirarlo desde la luz de la Pascua de Resurrección. No podemos vivir con Jesús sino muriendo con Él, sólo reinaremos con Él si con Él sufrimos.

El escapulario de la Pasión es un instrumento de la Gracia de Dios que nos mueve a la conversión continua, a dejarnos tocar y lavar por la Sangre preciosa de Cristo, que se derramó por todos los pecadores. El color rojo del escapulario de la pasión es evocación de la Sangre derramada por nuestra Salvación y un símbolo de un amor en el que hemos de participar en Jesús Crucificado, Fuente y Modelo de ese amor. No es un amuleto o un talismán de buena suerte sino una visualización de la infinita y constante misericordia de Dios que nos llama a estar siempre con El como discípulos suyos, siguiendo las huellas de su vida, pasión, muerte y resurrección.

El escapulario de la Pasión, nos lleva a honrar el Corazón de Cristo, inseparablemente unido al Corazón de María que es quien nos lo dió, es acudir precisamente a la expresión más profunda de la Misericordia de Dios. El Señor resucitado mostró a sus apóstoles sus manos y su costado, antes de subir al cielo.

¡Oh, Jesús mío, qué poco conocemos tu misericordia! ¡Qué poco pensamos en tus sufrimientos que son los que nos han adquirido esa misericordia!


Sor Apolina Andriveau, Hija de la Caridad

ACTO DE ADORACIÓN



Vengo, Jesús mío, a visitarte. Te adoro en el sacramento de tu amor. Te adoro en todos los Sagrarios del mundo. Te adoro, sobre todo, en donde estás más abandonado y eres más ofendido. 

Te ofrezco todos los actos de adoración que has recibido desde la institución de este Sacramento y recibirás hasta el fin de los siglos. Te ofrezco principalmente las adoraciones de tu Santa Madre, de San Juan, tu discípulo amado, y de las almas más enamoradas de la Eucaristía. Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. 

Ángel de mi Guarda, ve y visita en mi nombre todos los Sagrarios del mundo. Di a Jesús cosas que yo no sé decirle, y pídele su bendición para mí.

SU BONDAD PROVENÍA DEL MISMO DIOS, FUENTE DE TODO BIEN


 

Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable gloria.

Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios, como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.

Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.

Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.

De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.

Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.

En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.

Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.

(San Metodio de Sicilia, obispo)

Del sermón sobre santa Águeda (Analecta Bollandiana 68, 76-78

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