NOCHE OSCURA (SAN JUAN DE LA CRUZ)



 
En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada ¡oh dichosa 
ventura!, salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, ¡Oh dichosa 
ventura!, a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. 

En la noche dichosa en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba 
cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. 

Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me 
esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. 

¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! 
¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado 
transformada! 

En mi pecho florido que entero para él sólo se guardaba, allí quedó 
dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba 

El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano 
serena en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía. 

Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, 
cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.

-San Juan de la Cruz-

CRISTO, COMO BUEN PASTOR, INTERCEDE POR NOSOTROS, MISERABLES (Juan de Fécamp, Abad)

 Cristo, como buen pastor, intercede por nosotros, miserables

Juan de Fécamp, Abad

Confesión teológica (Parte 2, 3-4: Ed. J. Leclercq, 1946, 125-126) (del lecc. par-impar)

Te doy gracias por la encarnación y el nacimiento de tu Hijo, y por su gloriosa Madre, mi Señora, por cuyo patrocinio confío ser grandemente ayudado ante tu misericordia. Te doy gracias por la pasión y cruz de tu Hijo, por su resurrección, por su ascensión al cielo y porque ahora se sienta con majestad a tu derecha. Te doy gracias por toda su enseñanza y por sus obras, con cuyo ejemplo somos educados e informados para llevar una vida santa e irreprochable.

Te doy gracias por aquella sacratísima efusión de la preciosa sangre de tu Hijo, por la cual fuimos redimidos, así como por el sacrosanto y vivificante misterio de su cuerpo y de su sangre, con el que cada día somos, en tu Iglesia santa, alimentados y santificados, al mismo tiempo que se nos hace partícipes de la única y suma divinidad.

Te doy gracias, Señor, Dios nuestro, por tu infinita misericordia, por tu gran compasión con la que te dignaste venir en ayuda de nosotros, perdidos, por medio de tu propio Hijo, nuestro Salvador y remunerador, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, y ahora que vive para siempre sentado a tu derecha, intercede por nosotros, miserables, como buen pastor y verdadero sacerdote que comparte los sufrimientos con la grey fiel, que él se adquirió al precio de su sangre. Comparte contigo la compasión hacia nosotros, pues es Dios, engendrado por ti, coeterno y consustancial a ti en todo: por eso puede salvarnos para siempre como Dios y como todopoderoso.

El ha sido nombrado por ti juez de vivos y muertos. Por tu parte, tú no juzgas a nadie, sino que has confiado al Hijo el juicio de todos, en cuyo pecho están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, a fin de que sea un testigo y un juez perfectamente justo y verdadero, juez y testigo al que ninguna conciencia pecadora pueda escapar.

Apenas si el justo se salvará en su tremendo examen: y yo, tan miserable que he quebrantado prácticamente todos sus preceptos, ¿qué haré o qué responderé cuando compareciere ante su tribunal? Por eso te ruego, Dios, Padre clementísimo, por el mismo eterno juez, por el que es víctima de propiciación por nuestros pecados, concédeme la contrición de corazón y el don de lágrimas, para llorar incesantemente, día y noche, las heridas de mi alma, mientras estamos en el tiempo de gracia, mientras es el día de la salvación, para que mi redomada iniquidad y mis innumerables pecados, que ahora permanecen ocultos, no aparezcan en el día aquel del tremendo examen en presencia de los ángeles y los arcángeles, de los profetas y los apóstoles, de los santos y de todos los justos. Misericordia, Dios mío, misericordia, tú que no te complaces en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva.



ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO




Oh Santo Espíritu que con el Padre
Y el Hijo eres un solo Dios eterno:
Dígnate ya bajar hasta nosotros
Y entrar y derramarte en nuestros pechos.

Que la mente, la lengua y el sentido
Den testimonio de tu nombre excelso,
Y que las llamas del amor despunten
Y que al prójimo abrasen con su fuego.

Escúchanos, oh Padre piadosísimo,
Y haz que se cumpla nuestro buen deseo
Tú que reinas sin tiempo con tu Hijo
Jesucristo y el Santo Paraclito. Amén.

¿POR QUÉ MUEREN LOS JÓVENES?


 

Dios sabe lo que hace y todo lo hace para bien aunque ahora no lo entendamos. Como decía la madre de santa Teresita , que había visto morir a cuatro hijos: "no se han perdido para siempre, volveremos a encontrarlos en el Cielo"

Son hermosas y consoladoras estas palabras del Libro de la Sabiduría:

"El justo, aunque muera prematuramente, tendrá descanso. Una vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años, pues las canas del hombre son la prudencia, la edad avanzada, una vida intachable. 

Agradó a Dios y Dios lo amó, vivía entre pecadores y Dios se lo llevó. Lo arrebató para que la maldad no pervirtiera su inteligencia, ni la perfidia sedujera su alma. 

Maduró en poco tiempo, cumplió muchos años. Como su vida era grata a Dios, se apresuró a sacarlo de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende, ni les cabe esto en la cabeza: la gracia y la misericordia son para sus elegidos y la protección para sus devotos.

La gente ve la muerte del sabio, pero no comprende los designios divinos sobre él, ni por qué lo pone a salvo el Señor". 


(Del Libro de la Sabiduría)

¡Oh Virgen, por tu bendición queda bendita toda criatura!


 

El cielo, las estrellas, la tierra, los ríos, el día y la noche, y todo cuanto está sometido al poder o utilidad de los hombres, se felicitan de la gloria perdida, pues una nueva gracia inefable, resucitada en cierto modo por ti ¡oh Señora!, les ha sido concedida. Todas las cosas se encontraban como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido creadas. Pero ahora, como resucitadas, felicitan a María, al verse regidas por el dominio y honradas por el uso de los que alaban al Señor.

Ante la nueva e inestimable gracia, las cosas todas saltaron de gozo, al sentir que, en adelante, no sólo estaban regidas por la presencia rectora e invisible de Dios su creador, sino que también, usando de ellas visiblemente, las santificaba. Tan grandes bienes eran obra del bendito fruto del seno bendito de la bendita María.
Por la plenitud de tu gracia, lo que estaba cautivo en el infierno se alegra por su liberación, y lo que estaba por encima del mundo se regocija por su restauración. En efecto, por el poder del Hijo glorioso de tu gloriosa virginidad, los justos que perecieron antes de la muerte vivificadora de Cristo se alegran de que haya sido destruida su cautividad, y los ángeles se felicitan al ver restaurada su ciudad medio derruida.
¡Oh mujer llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!
Dios entregó a María su propio Hijo, el único igual a él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo. Valiéndose de María, se hizo Dios un Hijo, no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y mismo el Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado.
Dios es, pues, el padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es el padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste.
¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a él!
San Anselmo de Canterbury, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón 52: PL 158,955-956

CÓMO EDUCAR A NUESTROS HIJOS PARA QUE DESEEN SER SANTOS


Hacer que tengan  acceso a vidas de santos según su edad. 

Nadie ama lo que no conoce, es por eso que es muy recomendable dar a conocer a nuestra hijos vidas de personas, de carne y huesos, que ya han alcanzado la santidad.

Para los pequeños existen películas, cuentos y hasta cápsulas animadas para que vayan conociendo poco a poco más vidas de santos. 

Impulsarles a orar, que su mejor herramienta sea la oración. 

La oración es ese diálogo amoroso que tenemos con Dios que puede ser por medio de fórmulas ya establecidas o con una sencilla conversación a lo largo de nuestros días. La oración personal es importante pero la oración familiar lo es más ya que la familia que reza unida permanece unida.

Hacer que practiquen las obras de misericordia. 

No podemos entender la santidad sin obras, por esto tenemos las obras de misericordia que ya están establecidas por la Iglesia, pero podemos también realizar obras que ayuden a los que nos rodean, es así que podríamos acostumbrar a nuestros hijos desde pequeños a realizar obras de misericordia a lo largo del día y después ir a darle gracias a Dios por la oportunidad que nos ha dado de servir a nuestros hermanos y compartir el Amor que Dios nos tiene.

Enseñarles que la caridad es el pilar de la santidad.

Nuestros hijos pueden comenzar a tratar a todos con Amor, en familia, contestando con amor, buscando hacer sus deberes con amor, ofreciendo ayuda con amor y de esta forma todo será más sencillo, demos buenos ejemplos a nuestros hijos.

Es así que la verdadera santidad está en hacer de manera extraordinaria las cosas ordinarias de la vida cotidiana, siempre llenas de Amor y buscando el bien del prójimo, tal como lo hace Jesús con nosotros.


Por: Silvia del Valle | Fuente: Catholic.net

DESEO DE VER A DIOS


 

La mayor pena que en el purgatorio padecen las ánimas benditas es el deseo en que arden de poseer a Dios, que aún no poseen. 

Este tormento afligirá especialmente a las almas que tuvieron pocos deseos en la vida de ir al paraíso. 

Dice el cardenal Belarmino que hay en el purgatorio un lugar denominado cárcel de honor, donde hay almas que no padecen 

pena alguna de sentido, sino solamente el verse privadas de la vista de Dios. 

Cuéntase de esto no pocos ejemplos en las vidas de San Gregorio, el Venerable San Beda, San Vicente Ferrer y Santa Brígida. Este género de tormentos se impone, no por los pecados cometidos, sino por la frialdad en desear el paraíso. Muchos aspiran a la perfección y, a vuelta de ello, son sobrado indiferentes en el deseo de ver a Dios o seguir viviendo en la tierra. 

Mas como la vida eterna es un bien tan grande que Jesucristo nos mereció con su muerte, justo es que un día castigue a estas almas que le desearon poco en la vida.


(San Alfonso Maria de Ligorio)

Entrada destacada

LA CITA DE UNA ESTRELLA

  Juntos vivían los dos monjes en lo alto de la montaña:  entrado en años uno, joven el otro. La figura del viejo ermitaño más parecía una g...

ENTRADAS POPULARES