CREÍAN QUE YA ESTABA EN EL CIELO


 

María Simma cuenta:

Veamos la experiencia de una religiosa contemplativa, que vive todavía. Ella era, entonces, sierva de María y asistía por las noches a una señora anciana. Esta señora tenía un hijo, que estaba muy grave con cáncer y que murió antes que ella. 

La anciana vivía con una hija, que tenía hijos pequeños, y todos formaban una familia muy cristiana y muy unida. 

Dice así: “Por las noches, rezaba yo el rosario con su hija y esposo y me contaban lo bueno que había sido el difunto hijo y cómo había ido cuando estaba vivo todos los días a la misa y a la comunión, cuántas limosnas daba a los pobres y otras muy buenas acciones que había hecho. Según ellos, ya estaría en el cielo y no necesitaría oraciones.

Dos o tres días después de su muerte, a las tres de la mañana, estaba yo orando, cuando empecé a oír unas pisadas como si corriesen, eran unos ruidos y golpes que el primer día me dio un poco de miedo, pero pensé que alguno de la casa se habría levantado por no estar bien. A los tres días de oír estos ruidos, me dijo la hija de la anciana que ella también oía los ruidos y no sabía a qué atribuirlos.

Pues bien, aquel mismo día, a las siete de la mañana, me acababa de ir yo a mi convento, cuando el niño que tenían de tres años empezó a llamar a su madre. Su madre se levantó de la cama y encontró al niño sentadito en la cuna, muy contento, y le dijo muy claro: “Mamá, he visto al tío Javier”. Su madre le dijo que el tío Javier estaba en el cielo, pero insistía: “Lo he visto, ha venido aquí y me ha dicho que al morir te pidió una misa en los jesuitas y que la mandes celebrar para poder ir pronto al cielo”.

Era cierto, antes de morir le había encargado una misa por su alma en la Iglesia de los jesuitas y se había olvidado, pensando que no la necesitaba, porque era muy bueno y estaría ya en el cielo. Ese mismo día fueron inmediatamente a encargar la misa. Por supuesto, ya no volvieron a oírse los ruidos y una gran paz y alegría reinó en aquella casa”.

Por eso, aunque creamos que nuestros difuntos están ya en el cielo, “por si acaso” no está de más seguir encomendando a nuestros familiares, aun después de varios años. Si ellos no necesitan las oraciones, el Señor se las aplicará a otros que las necesitan. La oración nunca se pierde, siempre es eficaz, especialmente la misa, cuyo valor es tan grande que abarca a todas las personas de todos los tiempos y lugares.

- María Simma, las Almas del Purgatorio -



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