SAN JOSÉ, SUSTITUTO DEL PADRE ETERNO


 El Rey David dijo que el templo no se hace para un hombre; se ha de levantar un edificio digno de que lo habite Dios: "hablo pues de una obra magnífica, y de un templo grande, que sirva de palacio a la Majestad del Soberano Dios de Israel". Si este es el plan de los pensamientos de David, ¿cuáles serían los designios de aquel Señor que tiene a su arbitrio las grandezas, cuando preparó padre al Dios humanado, y esposo por la semejanza en las virtudes y privilegios, digno de la Reina del universo? 

No es necesario buscar comparaciones peregrinas para describir sus cualidades: la misma grandeza de aquel Hijo que bajó del cielo en la plenitud de los tiempos a redimir al linaje humano con su sangre, su misma dignidad nos las muestra como en un adorable espectáculo de la providencia divina. Y así, pensar del Esposo de la Madre de Dios cosas que no sean grandes, sería un agravio de la conducta de aquel Señor que es incomparable en los aciertos; 

San José tenía que ser sustituto del Padre Eterno , y en sus desposorios, sustituto también del Espíritu Santo y consorte semejante a la que ni tuvo a quien imitar, ni ha tenido quien la siga en el esplendor de sus perfecciones.  Siendo pues escogido el Señor San José por sustituto del Padre Eterno en el amor y cuidado de su Unigénito, no pudo menos que ser óptimo por las virtudes y por los privilegios con que Dios lo enriqueció.

(Vida del Señor San José, Padre Jose Ignacio Vallejo)

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