LA CONSAGRACIÓN DIARIA AL SAGRADO CORAZÓN.


 
LA CONSAGRACIÓN DIARIA AL SAGRADO CORAZÓN. 
 (Acto de Consagración que hizo de sí Santa Margarita María al Divino Corazón de Jesús) 

 Yo, N. N., me dedico y consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; 
le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, 
para no querer ya servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarle, amarle y glorificarle. 
Ésta es mi irrevocable voluntad: pertenecerle a Él enteramente y hacerlo todo por amor suyo, renunciando de todo mi corazón a cuanto pueda disgustarle. 
 Te tomo, pues, Corazón divino, como único objeto de mi amor, por protector de mi vida, 
 seguridad de mi salvación, remedio de mi fragilidad y mi inconstancia, 
reparador de todas las faltas de mi vida, y mi asilo seguro en la hora de la muerte. 
Sé, pues, Corazón bondadoso, mi justificación para con Dios Padre, 
y desvía de mí los rayos de su justa indignación. Corazón amorosísimo, en ti pongo toda mi confianza, porque, aun temiéndolo todo de mi flaqueza, todo lo espero de tu bondad. 
Consume, pues, en mí todo cuanto pueda disgustarte o resistirte. Imprímase tu amor tan profundamente en mi corazón, que no pueda olvidarte jamás, ni verme separado de ti. 
Te ruego encarecidamente, por tu bondad que mi nombre esté escrito en ti. Ya que quiero constituir toda mi dicha y toda mi gloria en vivir y morir llevando las cadenas de tu esclavitud. Así sea.

NOTAS ÍNTIMAS DE SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD

 

ANTES DE ENTRAR EN EL CARMELO

Acordaos a Santa Isabel. [22 de abril de 1894 ]

Acuérdate, oh Santa Isabel, mi patrona y celestial protectora, que soy

tu pequeña protegida. Acude en mi auxilio en esta tierra árida y sostenme en

mis debilidades. Concédeme tus hermosas virtudes, tu dulce humildad y tu

sublime caridad. Alcánzame de Dios que cambie mis defectos en virtudes como

cambió en rosas los panes que tú llevabas.

Dame para volar al cielo las alas de la esperanza, y cuando Dios me

llame a Sí, ven tú misma a recibirme a la puerta del cielo. Así sea.

Isabel Catez.


Reloj de la Pasión. [Mayo octubre de 1894]

Noche

7. Lavatorio de los pies.

8. Sacramento de la Eucaristía.

9. Oración de Jesús en el huerto de los Olivos.

10. Sudor de sangre.

11. Sueño de los Apóstoles.

Medianoche. Beso de Judas.

1. Prisión.

2. Prisión.

3. Prisión.

4. Jesús ante Caifás.

5. Negación de San Pedro.

6. Jesús ante Pilato.

Día

7. Irrisión de Herodes.

8. Flagelación.

9. ...

10. Barrabás preferido a Jesús.

11. Jesús lleva la cruz.

Mediodía. Jesús es clavado en la cruz.

1. Jesús perdona al ladrón.

2. Jesús nos da a María por madre.

3. Jesús expira.

4. Su costado es abierto por la lanza.

5. Jesús, bajado de la cruz, es entregado a su Madre.

6. Jesús es puesto en el sepulcro.


[Yo encomiendo a San Antonio]


Yo encomiendo a San Antonio

una gracia temporal muy importante,

varias otras gracias temporales (cuatro),

una intención particular,

cinco gracias espirituales muy importantes,

una conversión,

una curación muy importante,

otras dos curaciones. Isabel


[Hazme mártir de tu amor] [(Poco?) después del 16 de noviembre de

1899]


... víctima de holocausto. (Oh, hazme mártir de tu amor, que este

martirio me haga morir! Quítame la libertad de disgustarte, que nunca haga

el más leve pecado. Rompe, arranca de mi corazón todo lo que te disgusta.

Quiero cumplir siempre tu voluntad, responder siempre a tu gracia. Oh,

Señor, quiero ser santa para ti, sé mi santidad, pues conozco mi debilidad.

(Oh, Jesús! Gracias por todas las gracias que me has concedido; gracias,

sobre todo, por haberme probado. Es tan bueno sufrir por ti, contigo. Sea

cada latido de mi corazón un grito de agradecimiento y de amor.




[Que esto sea tu pequeña Betania] [(Hacia el?) 23 de enero de 1900]


(Oh, Jesús, Amado mío, qué dulce es amarte, pertenecerte, tenerte por

único todo! (Ah! Ahora que vienes cada día a mi corazón, que nuestra unión

sea cada día más íntima. Que mi vida sea una oración continua, un prolongado

acto de amor. Que nada pueda distraerme de ti, ni los ruidos ni las

distracciones. )Verdad? Me gustaría tanto, oh mi Señor, vivir contigo en el

silencio. Pero lo que amo sobre todo es cumplir tu voluntad. Y ya que

quieres que esté todavía en el mundo, me someto de todo corazón por amor

tuyo. Yo te ofrezco la celda de mi corazón para que sea tu pequeña Betania.

Ven a descansar. Te amo tanto... Quisiera consolarte y me ofrezco a ti como

víctima, oh Maestro, por ti, contigo. Acepto de antemano todos los

sacrificios, todas las pruebas, incluso la de no sentirte conmigo. Sólo te

pido una cosa: ser siempre generosa y fiel, siempre; aunque nunca vuelva a

poseerme. Quiero cumplir perfectamente tu voluntad, responder siempre a tu

gracia. Deseo ser santa contigo y para ti, pero siento mi impotencia. (Oh,

sé mi santidad!. Si nunca me enmiendo, oh, te conjuro, te suplico. Llévame,

hazme morir mientras yo soy toda tuya. Yo soy tu *pequeña mimada+, tú me lo

dices; pero tal vez la prueba venga muy pronto y entonces seré yo quien te

daré. Señor, no son estos dones, estos consuelos de que me colmas, lo que yo

busco. Es a ti, únicamente a ti. Sostenme siempre, tómame cada vez más. Que

todo en mí te pertenezca. Rompe, arranca todo lo que te disgusta para que

sea toda tuya. (Oh, cada latido de mi corazón es un acto de amor!. Jesús

mío, Dios mío, (qué bueno es amarte, ser tuya completamente!


6 NI 6 [Yo prometo a mi Jesús] [27 de enero de 1900]


Prometo a mi Jesús humillarme y renunciarme cuantas veces tenga ocasión

por amor suyo, y pido a este Esposo Amado que ayude a mi debilidad para que

yo haga de mi vida una oración continua, un acto de amor. Que nada pueda

distraerme de El. Que yo viva en el mundo sin ser del mundo. Puedo ser

carmelita por dentro y quiero serlo.

(Oh, mi Amado! Que yo pase santamente el tiempo que me queda por vivir

en el mundo; que lo pase unida a Vos, en vuestra intimidad, haciendo un poco

de bien. Señor, soy vuestra, tomadme toda entera. Tal vez deseo demasiado ir

al Carmelo... Oh, Amado, ordenad mis deseos. Que vuestra voluntad sea

siempre la mía. Puedo ser vuestra en el mundo, )no es verdad? Oh, Jesús.

Desde hace tiempo os lo he dado todo; hoy renuevo esta ofrenda. Soy vuestra

pequeña víctima. (Ah! Que desaparezca Isabel y quede sólo Jesús.



ACTO DE GRATITUD



Oh Jesús, te doy rendidas gracias por los beneficios que me has dado. 
 Yo no sabré nunca contarlos sino en el cielo, 
y allí te los agradeceré eternamente. 
 Padre Celestial, te los agradezco por tu Santísimo Hijo Jesús. 
 Espíritu Santo que me inspiráis estos sentimientos, 
a Ti sea dado todo honor y toda gloria. 
 Jesús mío, te doy gracias sobre todo por haberme redimido. 
 Por haberme hecho cristiano mediante el Bautismo, cuyas promesas renuevo. 
 Por haberme dado por Madre a tu misma Madre. 
 Por haberme dado un grande amor a tan tierna Madre. 
 Por haberme dado por Protector a San José, tu Padre adoptivo. 
 Por haberme dado al Ángel de mi Guarda. 
Por haberme conservado hasta ahora la vida para hacer penitencia. 
 Por tener estos deseos de amarte y de vivir y morir en tu gracia

EL SUFRIMIENTO ES NECESARIO

EL SUFRIMIENTO

El horror al sufrimiento es el segundo aspecto de la lucha contra nuestra propia carne. El primero—su ansia insaciable de gozar—era un obstáculo grandísimo contra nuestra salvación eterna. Este segundo no se opone tan inmediatamente a ella, pero representa, sin embargo, el mayor y más terrible impedimento contra nuestra propia santificación. 

La inmensa mayoría de las almas que se van quedando en el camino dejan de llegar a la cumbre por no haber logrado dominar el horror al sufrimiento que experimenta su carne flaca. Solamente el que se decide a afrontar con energía inquebrantable el sufrimiento y la muerte prematura, si es preciso, logrará alcanzar las supremas alturas de la santidad. Hay que tomar aquella «muy determinada determinación» de que habla Santa Teresa como condición absolutamente indispensable para llegar a la perfección. Quien no tenga ánimo para esto, ya puede renunciar a la santidad; no llegará jamás a ella. Es, pues, de la mayor importancia examinar este punto con la amplitud que el caso requiere. San Juan de la Cruz concede al amor al sufrimiento una importancia excepcional en el proceso de la propia santificación.

1. Necesidad del sufrimiento.—Ante todo es menester tener ideas claras sobre la absoluta necesidad del sufrimiento, tanto para reparar el pecado como, sobre todo, para la santificación del alma. Examinemos estos aspectos por separado. 

 a) PARA REPARAR EL PECADO.—El argumento para demostrarlo es muy sencillo. La balanza de la divina justicia, desequilibrada por el pecado original y restablecida a su fiel por la sangre de Cristo, cuyo valor se nos aplicó en el bautismo, quedó nuevamente des equilibrada por el pecado posterior. Ese pecado puso en uno de los platillos de la balanza el peso de un placer—todo pecado lo lleva consigo, y eso es precisamente lo que busca el pecador al cometer lo—, que determinó el desequilibrio. Se impone, pues, por la misma naturaleza de las cosas, que el equilibrio se restablezca por el peso de un dolor depositado en el otro platillo de la balanza. Es cierto que la principal reparación la realizó Jesucristo con su dolorosísima pasión y muerte, cuyo precio infinito se nos aplica por los sacramen tos; pero también lo es que el cristiano, como miembro de Cristo, no puede desentenderse de la reparación ofrecida por su divina Ca beza. Falta algo a la pasión de Cristo—se atreve a decir San Pablo (Col. 1,24)—, que deben ponerlo sus miembros cooperando con Cristo a su propia redención. De hecho, la absolución sacramental 1 SANTA TERESA, Camino 21,2: «Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera L. I. C. 4. LUCHA CONTRA LA PROPIA CARNE 339 no nos quita de encima todo el reato de pena debida por el pecado —a menos de una contrición intensísima, que rara vez se da— 2, y es preciso pagar en esta o en la otra vida hasta el último maravedí (Mt. 5,26). 

 b) PARA LA SANTIFICACIÓN DEL ALMA.—La santificación, como vimos en la primera parte de esta obra 3, consiste en un proceso cada vez más intenso de incorporación a Cristo. Se trata de una verdadera cristificación, a la que debe llegar todo cristiano so pena de no alcanzar la santidad. El santo es, en fin de cuentas, una fiel reproducción de Cristo, otro Cristo, con todas sus consecuencias. Ahora bien: el camino para unirnos y transformarnos en El nos lo dejó trazado el mismo Cristo con caracteres inequívocos: «El que quiera venir en pos de mí, niegúese a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Mt. 16,24). No hay otro camino posible: es preciso abrazarse al dolor, cargar con la propia cruz y seguir a Cristo hasta la cumbre del Calvario; no para contemplar cómo le crucifican a El, sino para dejarse crucificar al lado suyo. Un santo ingenioso pudo establecer la siguiente ecuación, que juzgamos exactísima: santificación, igual a cristificación; cristificación, igual a sacrificación. La comodidad moderna y el amor propio humillado ante la propia cobardía podrán lanzar nuevas fórmulas e inventar sistemas de santificación cómodos y fáciles, pero todos ellos están inexorablemente condenados al fracaso. No hay más santificación posible que la crucifixión con Cristo. De hecho, todos los santos están ensangrentados. Y San Juan de la Cruz estaba tan convencido de ello, que llegó a escribir estas terminantes palabras:

«Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no le crea ni abrace aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas. Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz»

(Teología de la perfección cristiana, Antonio Royo Marín)



ALMA MISIONERA


 
Señor, toma mi vida nueva
antes de que la espera
desgaste años en mí.

Estoy dispuesto a lo que quieras
no importa lo que sea,
Tú llámame a servir.

Llévame donde los hombres
necesiten tus palabras
necesiten mis ganas de vivir.
Donde falte la esperanza,
donde todo sea triste simplemente
por no saber de Ti.

Te doy mi corazón sincero
para gritar sin miedo
lo hermoso que es tu amor.

Señor tengo alma misionera
condúceme a la tierra
que tenga sed de vos.

Y así me marcharé cantando
por pueblos predicando
tu grandeza Señor.
Tendré mis brazos sin cansancio
tu historia entre mis labios
la fuerza en la oración.


𝙊𝙍𝘼𝘾𝙄𝙊́𝙉 𝙋𝙊𝙍 𝙇𝘼𝙎 𝙈𝙐𝙅𝙀𝙍𝙀𝙎 𝙌𝙐𝙀 𝙃𝘼𝙉 𝘼𝘽𝙊𝙍𝙏𝘼𝘿𝙊

 Padre eterno,

Fuente de todo amor y misericordia,
por amor a nosotros enviaste a tu Hijo,
y quisiste que la sangre y el agua que brotaron
de su costado lavara nuestro pecado
y restaurara la inocencia perdida.
Escucha el grito de cada mujer que llora
la pérdida de un hijo abortado.
Perdona su pecado, restáurala en tu gracia,
y calma el terror de su corazón
con la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Mediante la intercesión
de la Bienaventurada Virgen María,
Madre de ternura y nuestra Madre,
dale la verdadera conversión
y la gracia del arrepentimiento.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor,
que conquistó el pecado y la muerte,
y que vive y reina contigo,
en la unidad el Espíritu Santo, un Dios,
por los siglos de los siglos.
Amén

ESPÍRITU SANTO (Edith Stein, santa Benedicta de la Cruz)


 
¿Quién eres tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me conduces como una mano maternal
y si te consintieras irte de mí
no sabría como dar un paso más.

Tú eres el espacio
que abraza mi existencia y la sepulta en Ti
lejos de Ti se hunde en el abismo
de la nada, desde donde la elevaste a la luz
Tú, más cerca de mí que yo a mí mismo
y más íntimo que mi más profundo interior
todavía implacable e intangible
y más allá de todo nombre:
¡Espíritu Santo amor eterno!
¿No eres acaso el dulce maná
que del corazón del Hijo
se desborda hacia mi corazón,
el alimento de los ángeles y los santos?
Él, que se elevó a sí mismo de la muerte a la vida,
Él también me ha despertado a una nueva vida
del sueño de muerte.

Y me da una nueva vida día a día
y a veces, su plenitud fluye a través mío
vida de tu vida realmente, Tú mismo:
¡Espíritu Santo, vida eterna!
¿Eres tú el rayo
que destella desde el trono del Juez eterno
e irrumpe en la noche del alma
que nunca se ha conocido a sí misma?
Misericordiosamente, implacable
penetra en todo rebaño escondido
alarmado de verse a sí mismo,
el yo hace espacio para el santo miedo,
el principio de esa sabiduría
que viene de lo alto
y nos ancla firmemente en las alturas.

Tú acción,
que nos crea nuevos:
¡Espíritu Santo, rayo que penetra todas las cosas!
¿Eres tú la plenitud del Espíritu
y el poder por el que el Cordero abrió
los sellos del eterno mandato de Dios?
Conducido por Ti
los mensajeros del juicio recorren el mundo
y separan con una filuda espada
el reino de la luz del reino de la noche
el cielo se renueva y la tierra se renueva
y todo encuentra su lugar.

A través de su aliento:
¡Espíritu Santo, poder victorioso!
¿Eres Tú el maestro que construye la catedral eterna,
que se eleva desde la tierra hasta los cielos?
Animados por Ti, las columnas son erigidas hasta lo alto
y se paran inmóvilmente firmes.
Marcados con el nombre eterno de Dios,
se estiran hacia la luz
sosteniendo el domo
que corona la santa catedral
tu trabajo que circunda el mundo:
¡Espíritu Santo, mano de Dios que moldea!
¿Eres Tú aquel que creó el claro espejo
junto al trono del Todopoderoso
como un mar de cristal
en el que la divinidad amorosamente se completa a sí misma?

Tú te doblas ante el más recto trabajo de tu creación,
y radiantemente tu mirada penetrante
es iluminada en recompensa
y de todas las criaturas, la belleza pura
se junta en una en la amorosa forma
de la Virgen, tu novia inmaculada:
¡Espíritu Santo, Creador de todo!
¿Eres tú la dulce melodía del amor
y de Santa reverencia
que eternamente resuena alrededor del trono trino,
que une a sí misma en el campaneo de todos y cada uno de los seres?

La armonía
que junta a los miembros con la cabeza
en el que cada uno
encuentra el misterioso significado de su bendita existencia
y alegremente ondea hacia delante
libremente disuelto en tu ondear:
¡Espíritu Santo, júbilo eterno!

LOS ÁNGELES

La devoción católica a los Santos Ángeles debe fundamentarse en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Se rechazan los usos y ritos que los diversos grupos de la Nueva Era hacen del culto y de la devoción a los Ángeles, sobre todo aquellas prácticas de carácter esotérico y supersticioso que ahora están de moda y que son promovidas por campañas publicitarias y organizaciones que no tienen nada que ver con la fe de la Iglesia.

 La existencia de los Ángeles es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición. 

San Agustín dice respecto a ellos: 

“El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”

Con todo su ser, los Ángeles son servidores y mensajeros de Dios, porque “contemplan constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18,10), son “agentes de susórdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sal. 103, 20). 

Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas inmortales (cf Lc. 20,36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ellos (cf Dn. 10, 9-12). Cristo “con todos sus Ángeles” 

Cristo es el centro del mundo de los Ángeles. Los Ángeles le pertenecen: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria acompañado de todos sus Ángeles...” (Mt. 15,31). 

Le pertenecen porque fueron creados por y para Él : “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades : todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1,16). 

Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Hb. 1,14)


(P.CORNELIO PFEIFER ORC)



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